“Variaciones climáticas”, por César García Cimadevilla.

César García Cimadevilla caricaturizado.

NOTA: Los hechos y personajes que aparecen en esta serie de relatos son todos absolutamente verídicos. El hecho de que sucedan en el año 2051 de nuestra era no significa nada. El autor confiesa con orgullo, casi soberbia, haber viajado en el tiempo gracias a un artilugio de su invención capaz de viajar por agujeros de gusano como quien lava. Al acabar el viaje escondió el artilugio con tanto esmero que ahora sería incapaz de encontrarlo ni aunque tuviera en su poder los planos y la base de datos que hacía referencia al invento y el lugar donde está oculto, lo que no es posible porque han sido destruidos. Por eso nadie puede rebatir lo que cuenta. Solo viajando a los mismos lugares y en las mismas fechas que se dice aquí se podría saber con absoluta certeza que lo narrado es cierto o tan falso como las monedas de Judas. Solo queda confiar en el autor o esperar a que el futuro se haga presente. Les aconsejo la primera opción. Y ahora permítanme que sitúe la acción en el formato que está tan de moda actualmente en algunos seriales televisivos. Tomen nota y procuren no cometer los mismos errores que llevaron a la humanidad a tan peligrosa situación.

MADRID-ESPAÑA.- 15 horas, 1 minuto, 30 segundos. Año 2051 de la era cristiana. Domicilio de D. Anselmo García Rodríguez.

Don Anselmo acaba de encender el televisor con la sana intención de enterarse de las noticias en el telediario de sobremesa. De la caja tonta al sofá ha tardado exactamente un minuto. Razón por la cual ha oprimido el botón de su armatoste a las 14,59 horas, exactamente, según marca su viejísimo reloj de pulsera, que aún funciona como un reloj de los buenos.

Anselmo respira por la boca, que mantiene abierta, amén de porque no es capaz de hacerlo por la nariz, por el gozo que siente al enterarse de la noticia con la que abre el telediario el canal 44, cuatro-cuatro, de cobertura nacional. El gozo que siente se ha iniciado en los riñones y ha tardado exactamente treinta segundos en llegar a la boca, por cuya comisura brota un hilillo de repugnante baba, que está llegando en este momento al mentón, desde donde caerá, como en cascada, hasta la pechera de una vieja camisa de color indescifrable que hace unos quince días que no se quita ni para dormir. ¿Para qué?, piensa D. Anselmo, con lógica implacable, si nadie me visita.

Anselmo es uno de los dos millones de ancianos que según las últimas estadísticas permanecen solos en sus pisos, debido al terror causado por la plaga de la salmonelosis cuarta, que ha matado ya al 50% de los ancianos residentes en asilos públicos y privados. Nuestro protagonista huyó en cuanto su compañero de cuarto inundó el retrete. Desde la residencia a su viejo piso, que conservaba cerrado, por si las moscas, tardó exactamente doce horas, treinta minutos y veinte segundos, a pie, por supuesto.

La noticia que a Don Anselmo produce tanto gozo dice escuetamente: “El gobierno español de coalición nacional, mediante decreto-ley por el trámite de urgencia, ha prohibido la circulación de vehículos particulares por todas las carreteras y calles del país. Se fundamenta esta medida en que el petróleo existente en nuestras reservas no serviría ni para  encender la pipa de un indio (suponiendo que aún quede algún indio y que éste fume petróleo). Otra de las razones muy convincentes se basa en el cambio climático, apabullante, que se ha producido en la última década. La contaminación acabará con todos nosotros en un periquete, si no tomamos ya las medidas oportunas. Ha dicho el portavoz del Consejo de ministros.

Anselmo ha escupido al suelo un repugnante gargajo. Pensando, con lógica implacable, que morirá antes de que algún asistente social le haga la primera visita. ¿Para qué limpiar, si nadie me visita? En la pantalla de su viejo televisor, anterior a la era digital, las calles de Madrid aparecen tan desiertas de vehículos como un desierto lo estaría de peces, si las inundaciones catastróficas no hicieran impredecible semejante posibilidad. Las calles madrileñas son ahora autopistas para patinetes y bicicletas por donde grupos de jóvenes compiten por amor al arte. Una intrépida reportera entrevista en la Gran Vía a un adulto, al que pesan más los años que los quilos. Justo hace un momento se rompió la nariz contra el asfalto. La reportera quiere saber la gracia que le hace el nuevo decreto-ley del Gobierno.

De pronto se oyen unos pitiditos durante unos treinta segundos, de esos que suelen utilizarse para tapar los insultos, palabras groseras y hasta blasfemias que utilizan gentes sin escrúpulos para expresar sus emociones en momentos puntuales. Cuando terminan los pitiditos la intrépida reportera, intentando congraciarse con su entrevistado, le dice, toda sonrisa, que al menos él tiene la suerte de estar justo al borde de la jubilación.

Solo un año, un mísero año. ¿Pero cree usted que a este ritmo podré llegar? Hoy la nariz, mañana la pierna y pasado la cabeza. Yo no llego vivo a la jubilación, no llego. De nuevo la atrevida reportera intenta una vez más dar en el clavo y le sugiere al entrevistado que tal vez una baja por depresión podría ayudarle a esperar que llegue el feliz momento.

¿Pero usted es…pitido…pitido? ¿No recuerda el último decreto-ley por el trámite de urgencia sobre la Seguridad Social? Si me quedo de baja no cobraré ni el 10%… ¿Y si usa la bicicleta en lugar del patinete? Insiste con paciencia asesina. Pitidito… pitidito… pitidito.. .Se interrumpe la comunicación y una bella locutora, con peinado a lo rastahari (está de moda) da paso a otras ciudades, otras opiniones, otros pitidos…

Anselmo enciende un pitillo, da una calada y escupe al suelo un enorme gargajo. A continuación se echa a reír sin dientes a todo trapo. Cuando se le pasa la risa tonta comenta: A j…todos c… ¡Pa lo que salgo yo de casa!. A continuación se cuelga del pitillo como de un chupete. Hace unos años un real decreto-ley por el trámite de urgencia prohibió la producción y el consumo de tabaco. Antes de que entrar en vigor D. Anselmo se hizo con todas las existencias de un despacho de tabaco, cercano a su casa. Se gastó todos sus ahorros, pero calculando a paquete diario aún le sobrarían algunas cajetillas el día de su muerte. El referido decreto-ley también prohibió fumar en el propio domicilio particular, pero D. Anselmo no tiene miedo a la multa. ¡Pa lo que me visitan!.

Son las 15,10 horas y en el telediario de la cadena 44 se dan paso a otras noticias igualmente catastróficas. D. Anselmo carraspea y estrella un gargajo enorme, como un meteorito, contra el suelo.

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