«Vallés, Echenique y Lucio Papiro Mugilano», por Antonio Miguel Carmona

En el año 443 antes de Cristo, los romanos institucionalizaron la figura de la censura cuya tarea era desarrollada por el cónsul. Éste, que debiera estar desbordado de asuntos públicos, delegaba en dos magistrados su cometido: los censores.

El censor era el encargado de hacer el censo, como su propio nombre indica, y a la vez informaba y velaba por los correctos comportamientos morales y éticos de la sociedad romana en su conjunto.

Lucio Papiro Mugilano fue el primer censor en Roma. Desde entonces –incluso antes-, el poder siempre ha tratado de censar desde las instituciones cuántos son, quiénes son y cómo son los ciudadanos. Ha existido de siempre la censura impropia, la persecución de las ideas y el señalamiento de periodistas.

A lo largo de los años las libertades individuales se han desarrollado profusamente, impulsadas especialmente por los derechos civiles y enmarcadas en los sistemas democráticos más avanzados del planeta.

Sólo hombres y mujeres sin principios, o con poca densidad de valores, se atreven a imponer normas a los demás sin tener en cuenta su opinión o la libertad de opinión. Sigue siendo relativamente habitual, que hombres y mujeres públicos, transparentes a la más mínima honradez intelectual, censuren, calumnien o marquen a periodistas.

Pablo Echenique siempre fue un candidato a ser el hombre con menos principios de nuestra democracia. ¿Por qué digo esto? Porque alguien que ya en la madurez ha militado en Ciudadanos, con profusa defensa de los valores libertarios, formando parte de su ala más conservadora, defendiendo la política de Estados Unidos más refutada, y pasarse a Podemos de la noche a la mañana, deberá formar parte de los libros de historia contemporánea española como un ejemplo de que Alejandro Lerroux no ha muerto.

Me dirán ustedes, y no les faltará razón, que Echenique no es el primer chaquetero de la historia. Desde luego. Pero es uno de los pocos casos en los que el cambio de chaqueta supone llegar a las más altas representaciones del Estado (la Secretaría de Organización, ni más, ni menos, de uno de los partidos que conforman el gobierno).

Vicente Vallés es un periodista que, además, se me antoja moderado. En ese provocador impulso que nos caracteriza a algunos, hubiese preferido que Vallés fuera un peligroso fascista para poderle defender con más autenticidad y ver salir esa nube de caspa que trata de insultarme en Twitter cada vez que critico a algún dirigente de Podemos.

Pero es que además Vallés no es de esos que hacen sangre por hacer. Repito, sus juicios no son peores, ni mejores, que los de otros periodistas con los que en modo alguno estoy de acuerdo en este nuevo mundo que nos ha tocado vivir que, por cierto, cada vez parece más viejo.

Sin embargo, Echenique, se ha quitado de nuevo la chaqueta, se ha puesto la túnica de magistrado romano, y ha comenzado a repartir sanciones como principal censor de la Corte. Su señalamiento a Vicente Vallés es un monumento al vómito.

Mi apoyo sin fisuras a Vicente Vallés, piense como piense, porque apoyar a Vallés es respaldar la democracia, la libertad y, por lo tanto, la prosperidad. Confieso que en mis largos días de lecturas de historia nunca me resultó simpática la figura de Lucio Papiro Mugilano. Ni la de los chaqueteros tampoco.

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