Una virgen republicana en “Fermín Galán”, de Rafael Alberti (y II)

Eusebio Lucía Olmos.

Por Eusebio Lucía Olmos.
Aquellas escenas hirieron la sensibilidad de los sectores de espectadores monárquicos y de la derecha republicana, hasta tal punto que el teatro entero se vino abajo en medio de un gran alboroto y pataleo. A los laicos republicanos tampoco les gustó demasiado la aparición de la madre de Dios en escena, ni aun defendiendo su propia causa, uniendo así su pateo al de los católicos monárquicos, a quienes ni que decir tiene que les pareció irreverente e incluso sacrílega aquella intervención. Hubo incluso algún crítico que aseguró que no salió satisfecho ni el propio don Manuel Azaña, espectador también del estreno.
Aunque, tras la generalizada bronca, el público terminara por volver aparentemente tranquilizado a ocupar de nuevo sus asientos, quedaba aún por verse lo peor. Esto llegaría cuando apareció en escena un cardenal borracho – monseñor Segura, según el propio autor – que celebraba el fracaso del golpe contra la monarquía, organizando un considerable escándalo a base de latinajos, en medio de una fiesta de la aristocracia:
“Pecatus de rebeldía,
furorem et anarquía,
violentorum monarquía,
condenavit sine día.
Por el rey, por Dios, por mi (…)
Nos, maldicem comunistas,
repudiam sindicalistas,
condenavit anarquistas,
solo amavit catequistas.”
El público no aguantó más. Unos optaron por abandonar el teatro entre gritos y ostentosas muestras de protesta hacia el bodrio teatral que habían presenciado, mientras otros avanzaron hacia el escenario con intención de atacar directamente a actores y técnicos con cuanto encontraran a mano. Afortunadamente, algún tramoyista ordenó entre bastidores que el telón metálico contra incendios cayese inmediatamente, lo que salvó a aquellos de una respetable paliza. A pesar de esto, como quiera que una pequeña parte del público seguía dispuesto a ver la obra hasta el final, una vez que los numerosos alborotadores habían abandonado el local y otros pocos habían depuesto su belicosa actitud, la Xirgú tuvo todavía el coraje de representar el papel de la madre en el epílogo, siendo despedida entre algunos insultos y generalizados aplausos de la escasa concurrencia que aún permanecía en butacas y pasillos, pues no en balde la actriz catalana gozaba de un extraordinario prestigio en el ambiente teatral de la capital:
“Tu sangre por la República
ya dio sus banderas granas.
Tuviste tú que morir
para libertar a España.”
A pesar de que, en general, la crítica fue bastante desfavorable a la pieza, sobre todo en lo referente al contenido político del texto, alguna otra fue más benévola, aprobando sobre todo la interpretación y el montaje, como las que publicaron Manuel Machado en “La Libertad” y Juan González Olmedilla en “Heraldo de Madrid”. Ni que decir tiene que las más duras con la representación fueron las de los periódicos conservadores, “El Debate”, “La Época” e “Informaciones”, mientras los mayores elogios fueron dedicados al escenógrafo, Sigfredo Bürmann, por sus doce magníficos decorados. Como respuesta a todas ellas, el director escénico de la obra, Cipriano Rivas Cherif, publicó un artículo en “El Sol” defendiendo la elevada profesionalidad de Margarita Xirgú y su compañía teatral.
Su última representación tuvo lugar el día 21 de junio de 1931, por lo que se contabilizaron finalmente 37, lo que supuso un discreto éxito de público. Para la eximia actriz catalana quedó siempre como recuerdo de aquella representación el que a los pocos días del estreno, mientras paseaba por el parque de El Retiro, un carruaje paró junto a ella, apeándose una dama estirada, con «mantilla y devocionario». Una vez confirmada por ésta la identidad de la actriz, y sin darle tiempo a que contestara, la dama le atizó un bofetón diciéndole: “¡Tome! ¡Por lo de Fermín Galán!”. Otra versión de lo que ocurrió aquella mañana de domingo en El Retiro aseguraba que, al ser reconocida Margarita Xirgu, se formó un grupo de gente que profería gestos acusadores, hasta que una señora se destacó del grupo y le atizó un bofetón llamándole “¡Catalana de mierda!”. La policía quiso intervenir, ya que la señora en cuestión le había dejado dicho que si quería buscarla vivía en la calle Mariana Pineda. Pero Margarita se negó en absoluto y, ante la insistencia de sus amigos, les hizo saber que aunque se la pusieran delante no la reconocería.
Instaurada la Segunda República, ambos capitanes se convirtieron en verdaderos iconos del republicanismo español, pasando a ser considerados como “los mártires de la República”. Quizás en algo contribuyera la polémica obra teatral de Rafael Alberti.

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