“Una ventana al infinito”, por César García Cimadevilla.

César García Cimadevilla caricaturizado.

Esta mañana he visto en la televisión la entrevista que se le ha realizado al esposo que ha ayudado a bien morir a su pareja. No me avergüenza confesar que he llorado; llorar no es debilidad, es fortaleza, porque la bondad y la sensibilidad nos hacen más fuertes y no más débiles. He recordado un viejo relato que llevo años sin finalizar y que titulé Una ventana al infinito, en el que un tetrapléjico intenta salir de su cascarón muerto y abrir una ventana al infinito que le permita olvidarse de que está paralizado y de que eso no es vida. La ventana en la que él piensa es su propia mente. Nadie puede entrar en mi cabeza, podrán encarcelar mi cuerpo, pero no pueden encarcelar mi alma. No podré viajar con mi cuerpo pero nadie podrá impedir que viaje con mi mente.

He vacilado, he dudado. ¿Debería escribir sobre este tema, y precisamente hoy? ¿No sería aprovechar un tema tan doloroso para contribuir al morbo que se está generando? También lo pensé cuando el 11-M, pero el incontenible dolor pudo más que cualquier otra consideración. ¿Será que en el dolor hay algo matemático, que uno sufre menos por una persona que por cien, que por mil, que por un millón? No lo creo, uno sufre más por quien más ama, y en ello nada tiene que ver el número. No me resulta difícil ponerme en la piel de ese hombre, imaginar lo que ha sido su vida, ponerme en la piel de su pareja y sentir su dolor. Solo se necesita un poco de empatía, no demasiada, con un poco es suficiente.

Una de mis máximas vitales dice que la mayor muestra de amor que se puede dar a un ser querido es respetar su libertad. Es lo que ha hecho esta persona, respetar la libertad de la persona a la que ama. Lo que me parece insólito es que quienes se dicen ateos sean sensibles al sufrimiento de otro ser humano y que quienes dicen creer en Dios, con todo respeto, puedan ser tan insensibles. Algo falla aquí, tal vez el concepto que tienen de Dios los que dicen creer en Él. ¿Acaso piensan que a Dios le place el sufrimiento, como el sacrificio de sangre en el altar de los sacrificios? ¿Hay que matar y rociar el ara con la sangre para que Dios esté satisfecho? ¿Estamos en la edad de las cavernas, donde se sacrificaba a una víctima inocente para obtener el favor de los dioses? ¿Necesita Dios que el ser humano sufra hasta la aniquilación? ¿Acaso Dios puede dar un supuesto decreto de respeto absoluto a la vida y exigir que se mantenga en cualquier circunstancia, incluso cuando ya no es vida, cuando solo es dolor repetido día tras día? Fui educado en la religión católica y la abandoné por temas como estos. Yo no puedo creer que Dios sea así, no puedo creer en un Dios que manda a su hijo a redimirnos y le permite morir en la cruz por toda la humanidad para que luego otros se consideren dioses y permitan el sufrimiento en sus hermanos sin mover un párpado. Solo un dogmatismo irracional y sin sentido puede aceptar que un hermano sufra cuando se puede evitar ese sufrimiento y el que lo padece libremente decide que no quiere seguir sufriendo. Me imagino a mí mismo tumbado en el lecho del dolor, sin la menor posibilidad de recobrar una vida que en realidad ya se ha ido de mí, suplicando con desesperación que se me permita morir porque yo no puedo hacerlo y a otras personas, otros hermanos, negándome la posibilidad de acabar con ese dolor, demoníaco, porque no puede venir de Dios. ¿Qué pensaría de ellos? El fanático del dogma no debería poder decidir por mí. El mayor signo de amor a un ser querido es respetar su libertad. No me preocupan los que aman. Me preocupan los fanáticos, quienes en base de un supuesto amor a Dios podrían dejarme sufrir por toda la eternidad.

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