Un simpatizante muy singular: don Cesáreo del Cerro (y II)

Eusebio Lucía Olmos.

Por Eusebio Lucía Olmos.
La plantilla docente estaba compuesta por Carmen García Moreno, experimentada profesora de escuelas obreras, como directora del centro, auxiliada por la profesora Amelia Mangada, quien fue sustituida a su muerte por Trinidad Arche Plaza, y la ayudante celadora Juana Sanabria. La Escuela formó cada curso a 10 ó 20 niños y otras tantas niñas, hijos e hijas de afiliados a las sociedades obreras. Su permanencia era de 3 años, admitiéndoseles de entre 3 y 4 de edad, para salir con 6 ó 7, gestionándose entonces su ingreso en el colegio público Jaime Vera, de la próxima calle de Bravo Murillo. El régimen de estancia era de “medio pupilaje”, permaneciendo los niños en el centro durante todo el día para pernoctar en sus domicilios. Las actividades al aire libre y el juego, al mismo tiempo que la práctica del laicismo y el respeto por la neutralidad ideológica, fueron importantes facetas del sistema pedagógico practicado. Las enseñanzas de lectura, escritura y lenguaje se combinaban con sencillos ejercicios de cálculo, prácticas de educación física, contactos con el mundo animal y agrícola y nociones de geografía, dibujo, música y trabajos manuales. Se realizaban asimismo con los niños diversas actividades extra escolares, como excursiones, visitas a distintos museos y viajes en tranvía para conocer los más importantes monumentos de la capital.
Para la realización de sus actividades en la Escuela, se les facilitaba a los niños un equipo de calzado y vestido que conservaba la propia escuela. Tomaban también allí desayuno, comida y merienda, siendo muchos de los productos agropecuarios consumidos procedentes de las huertas y ganadería del centro, que los propios niños aprendían a trabajar y cuidar. Un servicio médico se encargaba también de su vigilancia sanitaria e higiene escolar, hasta que la guerra civil acabó con la meritoria actividad del centro. En los nueve años que duró la vida del “vivero infantil”, como le gustaba llamarlo a Julián Besteiro, 300 niños y niñas recibieron sus enseñanzas, hasta que la guerra civil acabó con tan interesante experiencia. Al mismo tiempo, junto con la escuela infantil, y con intención de mantener el vínculo de los ex alumnos con el centro, la Fundación constituyó también un anexo cultural, con su correspondiente biblioteca, al que tenía acceso cualquier trabajador madrileño. Aunque, bien es cierto que su actividad quedó restringida a la edición de alguna obra de interés de política obrera y la concesión de algunas becas para militantes destacados.
En definitiva, el centro fue considerado por los socialistas con orgullo como una escuela modelo, tanto por el innovador impulso de la educación mixta al aire libre y en permanente contacto con la naturaleza, como por el firme mantenimiento de los principios antidogmáticos y antidoctrinarios, a pesar de su dependencia directa de la organización obrera. El propio Bestiero declaraba en El Socialista del 31 de diciembre de 1927: “Nosotros no queremos una escuela dogmática, no creemos en la eficacia de ningún catecismo socialista. A una escuela sana, libre, amorosa y racionalmente comprensiva de la naturaleza infantil confiamos el porvenir de nuestros ideales, seguros de que ese género de escuelas es de donde han de salir sus mejores defensores.” En definitiva, no trataba sino de imitar el ejemplo de educación preescolar que él mismo había conocido en Inglaterra, mediante el cual los niños aprovecharían mucho mejor la enseñanza básica que posteriormente recibirían en sus respectivos colegios.
Por otra parte, el edificio de Carranza número 20 requirió también la realización de una serie de obras de reparación para que, una vez llevadas a cabo y superadas las mencionadas dificultades políticas y burocráticas, pudiese ser destinado a sede de la dirección del partido y redacción del periódico El Socialista. Precisamente «Madrid. Carranza, 20» fue el título de una serie de estampas de la guerra civil que Julián Zugazagoitia publicó en su desafortunadamente corto exilio parisino, con el título de la dirección en la que había redactado y dirigido el periódico durante unos quince años.
El franquismo liquidó los importantes bienes de la Fundación, de acuerdo con la nueva legalidad. Cuarenta años más tarde, la vuelta a la normalidad democrática posibilitó que partido y sindicato reclamaran su recuperación como parte del patrimonio histórico incautado. Pero el recuerdo de aquella importante donación, así como la magnífica obra educativa llevada a cabo a partir de ella, pueden servir tanto para constatar la tradicional existencia de generosos simpatizantes alrededor de la organización obrera, como para apreciar el profundo y común interés por la educación de esta clase social por parte de donantes y beneficiarios. La línea reformista del socialismo español, imperante durante el régimen de la Dictadura, defendía el camino de la capacitación y el fortalecimiento intelectual de los obreros, ya desde su infancia, como el medio idóneo para su conquista de la sociedad.

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