Un Nobel español

Por Alfonso Zamora Saiz.

Recientemente se han fallado los premios Nobel correspondientes al año 2017. Se han premiado la criomicroscopía electrónica, los estudios sobre el ritmo circadiano, el descubrimiento de las ondas gravitacionales, los trabajos en economía conductual o los relatos de la aceptación y resignación del ser humano, además de la lucha contra las armas nucleares. Los premios más importantes del planeta, los que celebran los descubrimientos más importantes de la humanidad. Y no, este año tampoco hemos conseguido los españoles un Nobel.
Con la excepción de la literatura, en la cual hemos sido y somos una referencia, y dejando de lado economía y paz donde, especialmente en el segundo, la geopolítica juega un papel crucial, no sólo España no figura en la lista de premiados desde nuestros Ochoa y Ramón y Cajal, sino que no aparecemos ni siquiera en los aspirantes. Y año tras año aparecen artículos en prensa recordando este hecho y, en definitiva, atacando nuestro sistema educativo y, en particular, nuestra Universidad.
No hubiera sido esperable que en la España de los años 50 alguien tuviese acceso a un cuerpo de pensamiento, más la tecnología suficiente, para poder abordar un tema tan central cuyos avances supusieran tal galardón. Pero hoy en día cabría pensar que, estando a la cabeza del planeta en muchos aspectos, deberíamos al menos concursar en esta elitista competición, de la misma forma que lo hacemos en los análogos en deporte, por ejemplo. A nadie se le escapa que la cultura científica en España deja mucho que desear. Un modelo productivo anquilosado y tristemente poco basado en la tecnología y la innovación, que cambia a marchas lentas y forzadas. Los iconos populares no son precisamente los candidatos de la lista de la que hablamos, y eso no ayuda a nuestros jóvenes para que orienten su formación en tal dirección.
Si observamos la lista de laureados, vemos cómo las grandes Universidades de Estados Unidos copan los primeros puestos, a años luz del resto. Pero también vemos a Oxford, Cambridge, Berlín, Gotinga, París o Zúrich entre otros europeos, en esos primeros lugares. ¿Por qué no estamos nosotros? Las razones son variadas. Nuestras Universidades más punteras están lejos de ser centros de pensamiento de referencia en el mundo, no se trata de que los españoles estemos menos capacitados. Tenemos muchas y buenas Universidades, en contra de la creencia popular, lo que pasa es que dedicadas a la consecución de otras metas.
Harvard tiene 21.200 alumnos, 6700 de los cuales son de grado y 14.500 de posgrado. La Universidad Complutense de Madrid, la única que aparece en la lista con nuestros 7 premios Nobel en sus filas entre estudiantes y profesores, tiene unos 70.000 alumnos, 57.000 de grado y sólo 13.000 de posgrado. Además, Harvard recibe en sus programas de posgrado solicitudes de absolutamente los mejores estudiantes del planeta, mientras que las universidades españolas se atiborran de alumnos Erasmus. Esto nos habla tanto del tamaño comparativo como de la destinación de recursos a cada etapa educativa, además del potencial de atracción y su foco.
Nuestra Academia es así, centrada en la parte educativa y muy poco en la investigadora. ¿Esto es necesariamente malo? No, necesariamente. Tenemos una de las redes universitarias más inclusivas del mundo, con unas becas y con unas tasas que, aunque hayan subido mucho últimamente, siguen garantizando en términos generales el acceso de toda la población a una titulación universitaria. No tenemos un sistema generalizado de créditos a pagar casi de por vida para pagar los estudios de nuestros hijos. Nuestra Universidad cumple con creces una función educativa de carácter estructural en nuestro país. Y tenemos un nivel académico en nuestros graduados que hace que se los rifen, literalmente, fuera de España. Ningún buen estudiante en una clase española desentonaría en primero de grado en Harvard.
Respecto al tamaño, Estados Unidos tiene 4599 universidades actualmente. España tiene 81. Y todavía hay que dice que el problema es que tenemos muchas Universidades y hay que fusionarlas. Y esto nos penaliza en los rankings: tenemos centros muy grandes, complicados de gestionar, con poca gente joven que pueda abordar con garantías los grandes retos científicos del futuro, con poca internacionalización por falta de atracción de profesorado permanente puntero extranjero.
¿Podríamos hacerlo mejor? Sí, claro. Podríamos potenciar unas cosas, y para ello dejaríamos de potenciar otras. Podríamos y deberíamos destinar más dinero público a ello. Pero también tendríamos que destinar más dinero privado. Podríamos crear grandes centros de investigación -en algunos casos estamos en ello- y con ello crearíamos dos tipos de universidades. Podríamos premiar la investigación, pero tendríamos que eximir de docencia y gestión, podríamos incentivar salarialmente la llegada de grandes mentes, pero alguien tiene que pagarlo. Y tenemos que entender que, mientras Harvard y la Universidad Estatal de Dakota del Sur no compiten entre ellas, la mayoría de las Universidades Públicas Españolas están catalogadas como Campus de Excelencia Internacional. Si sólo luchamos en nuestra liga será difícil tener representantes en las ligas mundiales.
No somos más tontos, ni estamos peor formados. No nos falta nada de cráneo para dentro. Todo lo que nos falta está en lo que nos dotamos como país para desarrollar ese talento. En breve tendremos un Nobel español en ciencia. Pero, eso sí, figurará probablemente en las vitrinas de una Universidad extranjera.

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