“Truman”, por Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal · @Gonzalo_Glezcar.
Abismado en el vaivén de sus bullentes pensamientos, su mirada miope queda colgada de la frase que le evoca sus ya lejanos orígenes. “I´m from Missouri”. Grabada en el reverso de la placa que preside su mesa de trabajo, esas tres palabras trazadas en dorado no dejan de evocar a este masón, irónicamente trigésimo tercer presidente, el peso del recuerdo de la lapidaria frase labrada en el anverso.

“La pieza no pasará de aquí”, podría traducirse ésta. Máxima propia del ámbito cinegético. Extraída y preñada de la determinación del integrante de una partida de caza que contrae ante sus compañeros -y ante sí mismo- el consciente compromiso de una responsabilidad propia e ineludible para el logro del objetivo que les ha reunido en su común propósito. Haciéndose a sí mismo garante del logro del objetivo. La apuesta ética de aquél que se sabe jugador de una sola partida, en la que va con el resto. “The buck stops here”.

Arrellanado en el sillón de su escritorio en el Despacho Oval, desde su trinchera particular se adivina la perspectiva de ese trasunto de cazador, apostado y dispuesto a cobrarse la pieza. Fruncido su ceño, su mente trata de centrar su pensamiento sobre el objetivo de ese instante. Intentando atisbar éste entre las formas emboscadas que perfilan el siempre complejo y amenazador horizonte. Tras la perenne espesura del mudable presente.

Definida su forma emergente en la mira, un frío pensamiento recorre su espinazo. Congelando todo movimiento previo a la acción. Absorto tras el velo de atención, energía y desvelo que penetra la consciencia de un -sólo en apariencia- sencillo gesto, acciona el gatillo. Desencadenando la medida secuencia de acciones resultantes de su decisión. La movilización de recursos a tal fin dispuestos. El coste de oportunidad de las alternativas desestimadas. El torrente de causas liberadas. Y el peso de las consecuencias que todo ello conlleve. Tras la detonación de su orden, la sopesada carga del mando adquiere toda su densidad. Elevándose la reverberación de su estruendo. Llegándose a sentir, tal vez, más allá de los límites de su mandato.

Truman.
Truman.

Toda potestad democráticamente ejercida se enraíza al núcleo de un obligado acto de responsabilidad y rendición de cuentas ante el conjunto de sus iguales, fuera del que sólo cabe la ilegítima fórmula despótica de la indolencia frente al deber exigido. Sin embargo, tal obligada exigencia conlleva la debida asignación previa del conjunto de recursos ejecutivos que permitan el efectivo desempeño del deber encomendado, sin los que toda supuesta atribución de potestad alguna estará condenada al fracaso.

Al calor de la debacle nacional que ha supuesto la irrupción de la pandemia vírica, y previo al ya más que previsible tsunami económico que promete barrer buena parte de lo que se haya podido restituir de los estragos causados por la crisis económica precedente, el debate público fomentado por los medios de todo signo nos ha sumergido ya en un clima de opinión pública centrada en hacer de éste una liza política partidista. Un juego ya acostumbrado a regir la irreflexiva dinámica política ordinaria patria, pero que pretende seguir siendo jugado esta vez sobre un tablero devastado. Un juego, si ya antes intelectualmente despreciable, ahora moralmente inadmisible.

Una estructura estatal desfundamentada por un principio descentralizador que se ha evidenciado conjuntamente incoherente y en el que se ha permitido la imposición de la primacía particularista por encima del bien común, rompe el principio de igualdad ciudadana, y como consecuencia de ello, la unidad de acción nacional. Dejando inerme a todo ejecutivo frente a la responsabilidad nominal que ha de asumir y despojando al ciudadano del manto institucional garante de sus derechos.

El inasumible debilitamiento estatal -cuya voz llega a quedar ahogada frente al marasmo de decisiones parciales y veleidosas exigencias territoriales-, la incoherencia de su respuesta frente a las pretensiones particulares locales, y la carencia del diseño de un tejido productivo industrial consistente que permitiese el surgimiento de un desarrollo ecuánime y próspero en todo el territorio nacional -así como una respuesta flexible frente a las necesidades de una coyuntura tan exigente como la crisis de desabastecimiento de respiradores que tantas vidas de conciudadanos nos ha costado-, son las debilidades que aquejan el juego que rige nuestra común supervivencia y bienestar. Un juego del que más que cuestionar las piezas convendría debatir valientemente la reformulación de sus reglas.

De no ser así, no habrá forma alguna de dotar al gobierno nacional de la capacidad operativa que le permita el desempeño de su potestad, impidiéndose así a la ciudadanía la debida y coherente exigencia de rendición de cuentas derivadas de su función nominal. Un cambio difícil aunque nunca más evidente en su necesidad, que exige el compromiso personal, social e histórico de aquéllos dispuestos a ser sus artífices. De aquéllos dispuestos a asumir plenamente la responsabilidad.

 

 

 

 

 

 

 

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