“Sin poder decirte adiós”, por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

Para Esther.

Cuando el dolor terrible por la ausencia aún se esconde tras ese velo de tristeza que ahora cubre tus ojos, permanece palpitando un dolor más inmenso. El dolor de no poder decir adiós, el dolor por sentir la soledad con la que se marchó. La vida es cruel, como un cuchillo silente que espera tras la espalda, para dar el golpe, para truncar un sueño, para alejar de nuestro lado esos latidos que nos hicieron brotar.

No voy a decirte que la vida sigue, no. Porque sé que tu vida se ha roto en mil pedazos, del modo más inhumano y más inclemente. Te imagino mirando hacia el vacío, absorta en tus recuerdos… pensando por qué, esta crueldad, te ha tenido que tocar a ti. Mientras piensas cómo él cuidó de todos, protegiéndoles… finalmente, el precio ha sido muy alto. Las aves vuelan libres pero, en esa libertad, desconocen su propia verdad. Así ocurre, y el viento muda de dirección sin que, apenas, lo advirtamos.

Y el amor contenido al final, se esparce sin sentido. Como si quisiéramos retener el agua en nuestras manos. Al final, miramos nuestras manos vacías buscando sentido a tanto dolor.

Sé que no existe el consuelo. Acaso, el tiempo al pasar, con su tenue mano, vaya acariciando tu herida y ese dolor querrá cicatrizar. Todo un mundo se ha abierto ante tus pies… sin dejar de sangrar por no poder decir adiós. Tu fortaleza siempre permanecerá junto a ti, cogiendo tu mano. Vendrán más amaneceres, distintos, vacíos… pero, al fin y al cabo, son amaneceres.

Déjate acariciar por todo el cariño que te rodea. Ese vacío nunca se llenará, pero se puede vivir con heridas. Es triste, pero es vida. Y, en cada anochecer, piensa que coges su mano, que te despides como si fuese a volver en un ratito. Porque no se van, Esther, no se van. Las personas que queremos con el alma, no se van de nuestro lado jamás.

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