“Siempre era él”, por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

Se disponía a salir cuando una voz la llamó desde dentro. El tono, el matiz de aquella voz hizo que se estremeciera. Pero sabía que no era real, sabía que esa voz solo estaba en su mente. Por eso, cerró la puerta tras de sí como quien intenta ensombrecer el fulgor de una llama que había vencido muchas veces a las sombras.

Y caminó… caminó sin rumbo, como siempre hacía… por calles desiertas que le recordaban a él. Esa era su única intención. Salir fuera para recordarle. Sentarse en las plazuelas con olor a primavera. Atravesar las calles estrechas por donde caminaban juntos. Visitar todos aquellos lugares donde él le enseñó el sentido de la vida, donde agarrarse a su mano era lo que la hacía más feliz.

Pero, no por mucho caminar lograba evadirse de la tristeza. Siempre estaba ahí, como un cuchillo afilado para recordarle que él se marchó. Y ya solo le quedaban sus recuerdos. Las lágrimas caían tímidamente, sin pedir permiso. Lograban hacer un poco más dulce el dolor… pero los meses pasaban y su ausencia era un equipaje demasiado pesado para ella. Sentía que no podría alcanzar sus sueños, sin poder refugiarse en su hombro en los fracasos y sin tener el calor de su sonrisa en los triunfos. Se sentía vacía… sin él.

Y pensando en él volvió a casa. Con la cabeza llena de todos aquellos recuerdos, con la conciencia tranquila porque él la convirtió en buena persona, con una sonrisa triste pero satisfecha porque él había formado parte de su vida. Y siempre estaría ahí…

Regresó cansada, con frío… cerraba los ojos para que aquella voz se repitiera, para que aquella voz la llamara. Ya metida en la cama, cuando el sueño se estaba apoderando de ella… sintió un golpe seco en la mesita de noche como quien pone un vaso de agua. Y sintió que las mantas la arropaban y un dulce beso se posaba en su frente. No se sobresaltó. Sabía que era él…

Él, todos los días estaba allí, para protegerla, para que nadie la dañara… Por muchos años que pasaran, por mucho tiempo que hiciera que él se fue, su padre volvía cada noche para ponerle el vaso de agua, arroparla y dejar un beso en su frente para que durmiera feliz.

Acaso, se fue para todos… pero no para ella. Siempre era él, su padre siempre volvía… siempre era él, aunque la muerte pusiese un muro… siempre era él.

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