Las sardinas en lata son más que saludables

Las sardinas en lata son más que saludables

Las propiedades que contienen las sardinas en lata son de las grandes desconocidas para prácticamente toda la gente. Pese a considerarse un producto ‘de segunda’ por su bajo precio y ser una conserva, es uno de los que más nutrientes aportan.

Incluso, son más saludables que las sardinas frescas. Es verdad que las conservas y los congelados arrastraron mala fama durante años. También es verdad que algunos son alimentos ultraprocesados, pero en esas secciones se pueden encontrar alimentos saludables y baratos. Además, listos para su consumo inmediato.

Es el caso de las sardinas en lata, cuyas propiedades sorprenden. Son baratas. Las más caras se pueden encontrar en los supermercados por dos euros, dependiendo de la marca.

Durante los años 70 del siglo XX se consideró a las sardinas en latas como demasiado grasas. Entonces, el tipo de grasa que contienen era una especie de demonio. En cambio, hoy día se sabe que algunas grasas, al igual que las de los pescados, son más que saludables.

Precisamente, es en las grasas donde reside una de las claves de por qué resulta especialmente indicado comer sardinas en lata, incluso a diario. Las sardinas frescas contienen un 7,5% de grasas poliinsaturadas.

Para demostrar las bondades de estas grasas, la Fundación Española de la Nutrición señala que una ración de sardinas aporta el 100% de la cantidad diaria recomendada de ácidos grasos omega-3.

Las mejores, las sardinas en lata con aceite

Sin embargo, en el caso de las sardinas en conserva es distinto. La clave es el líquido que las acompaña. Unas vienen con salsa de tomate y es habitual encontrarlas sumergidas en aceite. Las mejores son las que vienen acompañadas de aceite de oliva.

Su estructura resiste altas temperaturas y contienen importantes cantidades de antioxidantes. A ello hay que añadir que aportan considerables grasas saludables.

De hecho, las sardinas en lata duplican su contenido de grasas después de mezclarse con el aceite de oliva: un 15%. Gracias a esta mezcla, el contenido de ácidos grasos insaturados y, por tanto, cardiosaludables, aumenta. A su vez, se reduce la proporción de ácidos grasos saturados, los no saludables.

Por otro lado, las sardinas en conserva tienen 224 kilocalorías por cada 100 gramos, frente a las 140 kilocalorías de este pescado fresco.

En cualquier caso, lo más importante está por llegar. Mientras que las sardinas contienen 43 miligramos de calcio por cada 100 gramos, las que son en conserva tienen 400 miligramos.

Aporte de calcio y vitamina D

Esta transformación se debe a su procesamiento. Las sardinas crudas se introducen con el aceite en las latas y se somete al conjunto a un tratamiento térmico.

Con ello, la carne se cuece y las espinas quedan blandas. Es decir, se vuelven comestibles y en ellas es donde más calcio hay. Pero, no acaba ahí la cosa.

El pescado es fuente de vitamina D. En el caso de las sardinas enlatadas, precisamente, el aporte de vitamina D es mayor. Su importancia está en que la vitamina D es un micronutriente importantísimo para aumentar la capacidad de absorción del calcio en nuestro organismo.

Tal es así que supera a los lácteos y a las almendras en contenido de calcio, tan importante para la conservación de huesos y dientes. No obstante, también es esencial para el sistema nervioso, muscular e inmunitario. Además, al ser un pescado pequeño, el riesgo de contaminación por mercurio es ínfimo.

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