Sánchez e Iglesias a escasas horas de una responsabilidad histórica

Sánchez e Iglesias a escasas horas de una responsabilidad histórica

La desconfianza mutua que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se profesan no es buena compañera ante la histórica responsabilidad que ambos tienen delante. Después de cinco meses de tira y afloja, las espadas siguen en alto y el pulso continúa sin apenas movimientos.

Las negociaciones de PSOE y Unidas Podemos son la historia de un desencuentro, incluso, de un desamor. Después de reuniones entre ambos líderes, de sus equipos negociadores, de sus portavoces ante los medios de comunicación, el resultado, ahora, son los movimientos estratégicos de socialistas y morados para ver quién cobra ventaja mediática. Y esta es la historia.

Los de Iglesias dejaron claro desde la campaña del 28 de abril que su intención era entrar en un Gobierno socialista si el PSOE ganaba las elecciones. No se fían de ellos. Con frecuencia dijeron que, en campaña, el PSOE era “muy rojo”, pero luego se enfundaba la chaqueta naranja.

Iglesias ha insistido hasta la saciedad en que Sánchez ha dejado sin cumplir el 80% de las medidas pactadas en el acuerdo presupuestario que los dos líderes subscribieron y que, al final, PP, Ciudadanos y los independentistas tumbaron.

Su campaña no se dirigió a sorpassar a los socialistas, sino a conseguir una posición de ventaja en número de diputados que permitiera a los morados tener el peso suficiente para convertirse en imprescindibles para formar Gobierno y, en consecuencia, exigir entrar en el Consejo de Ministros. Era el único modo de garantizar, desde su prisma, que se cumplieran los pactos programáticos acordados a lo largo de la legislatura.

Y ahí sigue Podemos en esa posición, inamovible. Ello pese a que voces internas de cierto calado ponen en tela de juicio que formar parte del Gobierno sea una necesidad irrenunciable. Pero ahí siguen, respaldados, además, por la militancia.

Por su parte, el PSOE se ha mostrado más flexible, yendo desde una posición monocolor hasta una oferta que incluía una vicepresidencia de carácter social y tres ministerios, uno de ellos, el de Sanidad, para los de Iglesias. Lo rechazaron bajo el argumento de ser departamentos vacíos, sin presupuesto y sin competencias.

Antes, por ejemplo, los socialistas habían puesto sobre la mesa la posibilidad de que nombres de independientes de reconocido prestigio propuestos por Podemos se encargaran de puestos de responsabilidad en distintos escalones de la Administración del Estado. Todas las propuestas hasta la última antes de la investidura fallida fueron rechazadas por los morados. Incluso ésta.

Entonces, para Sánchez quedó claro que la única intención de Iglesias era que hubiera “dos gobiernos en uno”. Un foco de inestabilidad para el presidente en funciones. Consecuencia: no volvería a haber una oferta de coalición. Y así se lo advirtió antes del debate.

Sánchez temía que un Ejecutivo en esas condiciones podría obligarle a adelantar las elecciones a corto plazo, con un escenario delicado, un Brexit ejecutado y con una incipiente desaceleración mundial en ciernes. Él mismo estaría más debilitado y probablemente también el país. Se empieza a barajar, entonces, que es mejor una repetición electoral que unos comicios en seis meses, un año a lo sumo.

Entremedias, Iglesias se aparta al confesar Sánchez que es el único “escollo” para desbloquear un acuerdo. Tras dos jornadas maratonianas de los equipos negociadores con Carmen Calvo, la vicepresidente del Ejecutivo en funciones, y Pablo Echenique, secretario de Acción de Gobierno de Podemos, a la cabeza. Llega la última oferta, que rechazan de plano los confederales. No habría segundas oportunidades en septiembre, advirtieron los socialistas.

Con todo y con eso, los morados envían a mediados de agosto un documento al PSOE para retomar las conversaciones. Los socialistas apenas tardaron unas horas en rechazarlo. El presidente era el único que marcaba los tiempos.

De seguido, dos semanas después, Sánchez presenta un programa con 370 medidas que incluían muchas de las que demandaba Podemos. En cambio, no se veían algunas como la derogación de la reforma laboral de 2012 o mayor contundencia para pinchar la burbuja de los alquileres.

En cualquiera de los casos, los de Iglesias no contemplaban otra alternativa que no fuera sentarse en el Consejo de Ministros. A pesar de todo, y puesto que ninguno quería parecer el culpable del fracaso, se sentaron a negociar. Negociación estéril que llevaba a una ruptura que quedó patente en el Pleno del Congreso del 11 de setiembre.

No derrotados todavía, Iglesias propone un Gobierno de coalición a prueba con ministros de Podemos que saldrían del Ejecutivo después de aprobarse los Presupuestos si Sánchez no estaba contento con ellos. Ello con el compromiso de que los morados garantizarían la estabilidad y la gobernabilidad.

“Absurda y vacía de contenido” calificó la propuesta el Gobierno. Luego, insistieron a los de Iglesias que asumieran la realidad: no hay ni la más mínima confianza entre ellos para un Ejecutivo de coalición estable.

Queda una semana para que se disuelvan las Cortes si no hay un Gobierno o un candidato a ser investido. El rey Felipe VI inicia hoy una última ronda de consultas con los líderes de los partidos con representación parlamentaria. Constatará, entonces, si hay posibilidad de que alguno cuente con los apoyos suficientes y mañana decidirá si encarga a alguien formar Gobierno o disuelve las Cámaras.

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