“Rompetechos”, por Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal · @Gonzalo_Glezcar.
Ya en planta, un crío se repone de los estragos ocasionados en su menudo cuerpecillo tras practicársele una cirugía de urgencia por una peritonitis. Contiguo al ventanal de la habitación, yacente sobre una cama aparcada en batería junto a las de otros dos niños, lidia con su particular convalecencia prendido a su más preciado tesoro. Un tebeo.

Asiduo lector del popular semanario juvenil DON MIKI -editado por Montena- se tropieza por vez primera, en sus recién cumplidas seis primaveras, con una concepción completamente distinta y distante del corte moralizante y almibarado -al uso- de las viñetas protagonizadas por la troupe de Disney.

En esta ocasión, de sus páginas emergen historietas autoconclusivas, de una cara de extensión, en las que un enano calvo y cabezón -¡vaya!, ¿aún se puede decir tal cosa?- con bigotillo, gafas y vestido de riguroso negro se enfrenta a una realidad mediada a través de su aberrante miopía.

De actitud y rectitud quijotescas, la distorsión en la mirada de aquel peculiar antihéroe abre la puerta al desconcierto a través del planteamiento de una existencia, errante y errada, que -sostenida esencialmente por el andamiaje de una vívida narrativa visual acompañada del empleo de un ilimitado arsenal de tropos, homonimias, homografías e hipérboles- no podía menos que hacer de sus correrías un verdadero festín para los sentidos.

Surgiendo así el milagro del humor. Guiño cómplice y espontáneo que el autor comparte con el lector. De manera tal que, aquel chavalín, sumido en el tedio hospitalario, decide –deliberadamente- someterse al más absurdo proceso de recuperación. La lectura de un texto que le provocará llantos simultáneos, tanto de placer como de dolor, fruto de la tirantez que le ocasionarán sus recientes suturas ventrales al desternillarse –irremediablemente- con las descacharrantes desventuras de aquel curioso personajillo.

Un inesperado anfitrión que diole paso –con el tiempo- a descubrir la pléyade de criaturas y situaciones que la feraz mente de su historietista concibió a lo largo de su fructífera carrera. Un creador que, bebiendo del acervo literario patrio, desplegó un alarde creativo en la línea paródica de nuestro mejor esperpento. Aquél para el que la corrección política sólo puede ser un objeto de mofa más.

La engastada composición de sus imágenes -mayormente inscritas en plano largo y fondo poco detallado- dota del ritmo y atención apropiados a una acción cuyas líneas de diálogo filtran una constante irónica y sádica, no exenta de crítica social. En la que los personajes arquetípicos por él ideados -vehiculando contextos que buscan el humor situacional- no dejaron nunca de aprovechar la actualidad política del momento. Haciendo de sus volúmenes, en retrospectiva, un compendio contemporáneo de sociología e historia de España. Y que permitió a sus lectores, no sólo identificarse coetáneos, sino copartícipes del contexto relatado.

Lográndose de este modo atraer al tierno lector. Abriéndole las puertas al hábito solitario, reflexivo y ciertamente onanista de la lectura. Dándole la bienvenida a enraizarse socialmente con un acervo cultural al que pertenece y tal vez, aún, ignora. Así como permitiéndole recordar a éste -una vez adulto- lo mucho que debe a esas “inofensivas” viñetas la construcción de su persona. La comprensión de su mundo. Un servidor siempre lo hace. Al salir de la ducha. Y secarse la cicatriz.

In Memoriam

Francisco Ibáñez Talavera

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