“Rebeldes sin causa”, por Javier García Gago.

Javier García Gago.

Antes ya de que Aristóteles lo constatara, la causalidad ha venido rigiendo los destinos del universo desde el lejano big bang. Newton plasmó su aplicación a la física en su tercera ley. Y del mismo modo ha venido aplicándose en todas las ciencias sociales. Porque es innegable que todo fenómeno social deriva de una causa. También las revueltas. Lo vemos en todas las que se han producido a lo largo de la historia de la humanidad. El hambre y las malas cosechas (en definitiva, la lucha por la subsistencia) fueron la causa determinante tanto de la revolución francesa de 1789 como de la rusa de 1917, sociedades ambas feudales, donde el campesinado era el estrato social más numeroso. La arbitrariedad real en el establecimiento de impuestos fue la espoleta que incendió a la sociedad inglesa que a mediados del siglo XVII pugnaba, entre guerras religiosas, por abandonar el régimen feudal, y que culminó con la decapitación del rey Carlos I y el establecimiento del protectorado (mal llamado también república) que duró hasta la muerte de Oliver Cromwell. El mismo detonante que en la sociedad norteamericana de finales del XVIII abocó a su guerra de independencia, pionera de las que después vinieron. Y en todas las guerras coloniales posteriores subyacía una causa económica que se solapaba con la política (hay una fantástica película, “Queimada” de Gillo Pontecorvo, que narra cómo y porqué se producen las guerras de liberación nacional).

Incluso si buscamos situaciones más cercanas geográficamente, tanto las revueltas irmandiña y comunera como el motín de Esquilache derivan del hambre existente, del aumento abusivo de los impuestos o de la subida en el precio del trigo (en los dos últimos casos mezclados con una cierta dosis de recelo hacia los cortesanos extranjeros).

Otra cosa es el relato que se construya (ya sea a priori o a posteriori) para justificar los acontecimientos (a menudo mucho más épico que la realidad desnuda), que sin duda mediatiza y condiciona la información que ha llegado hasta nosotros. Pero lo que es innegable es que, de un modo u otro, todo fenómeno social obedece a una causa.

Por eso parece obligado analizar las protestas sociales surgidas en los últimos días. Porque, siguiendo las pautas del pensamiento aristotélico, sólo poseemos conocimiento de una cosa cuando conocemos su causa. Lo cierto es que las protestas no son patrimonio español, sino que han proliferado por Europa y Estados Unidos, en cada lugar con sus propias peculiaridades.

Pero centrándonos en las españolas, las que surgen en torno al barrio de Salamanca, ¿Cuál es su causa? Si atendemos al relato de los propios manifestantes, la falta de libertad. Pero la propia realidad de las protestas evidencia la falacia de tal relato: si los propios manifestantes han podido ejercitar sus libertades de expresión y manifestación sin cortapisas, resulta evidente la inexistencia de la falta de libertad que señalan. Y no parece que se trate de otra falta de libertad (más allá de la de libre circulación, limitada por el propio estado de alarma)… Dado el nivel socioeconómico de los manifestantes, parece descartable una revuelta de subsistencia que tenga como causa el hambre (máxime cuando algún manifestante viajaba en Mercedes descapotable megáfono en mano). La falta de libertad la podrían alegar otros sectores sociales que carecen de la necesaria para cubrir sus necesidades básicas por falta de recursos económicos. De ahí la urgencia de una renta básica, que interesa también a los sectores sociales que apoyan las protestas, porque una revuelta de subsistencia suele conllevar trágicas consecuencias para toda la sociedad, pero especialmente para los sectores sociales más pudientes económicamente.

También podemos excluir la imposición arbitraria de impuestos, ya que la prohibición de la arbitrariedad es uno de los principios fundamentales de nuestro ordenamiento y existe un poder independiente del Estado, el judicial, encargado de velar por su aplicación.

Por último, pudiera ser que la causa sea iniciar un movimiento de protesta generalizada para derrocar el gobierno. Hay que dejar claro que el gobierno ha sido legítimamente elegido por los representantes de todos los españoles y derrocarlo de modo antidemocrático no sería ni legítimo ni constitucional. Los sectores sociales que alientan las protestas (y la presidenta de la comunidad de Madrid, al igual que los dirigentes de Vox, las ha apoyado abiertamente, invitando incluso a sumarse a ellas) son los mismos que alzan sus voces contra el posible cambio de regulación jurídica de los delitos de rebelión y sedición y apoyan que se tipifiquen como tales las algaradas callejeras con fines anticonstitucionales, amparándose en una interpretación extensiva del concepto de violencia. No parece, en consecuencia, que sea esta la causa a no ser que los propios alentadores de tales protestas se autodenominen golpistas.

En todo caso, lo que si tiene es riesgo. Riesgo para la salud de todos los demás ciudadanos que pueden ser contagiados por los manifestantes y también tienen sus derechos… y es que la salud es también un derecho constitucional garantizado en el artículo 43… Y se da la curiosa circunstancia de que los dirigentes políticos que alientan esto son los mismos que criticaron que el gobierno no prohibiese las manifestaciones del 8 M limitando, claro está, el derecho de manifestación de otros… Como dice el dicho, consejos vendo y para mi no tengo…

Solo cabe concluir que la rebelión del barrio de Salamanca no tiene causa, al menos conocida. Y no, tampoco los manifestantes son como los personajes de la película de Nicholas Ray (la protagonizada por James Dean), ni jóvenes desorientados en busca de su camino en la vida, ni víctimas de un choque generacional. Pero lo que si parece aplicable a la situación es el dialogo que precede a la famosa carrera suicida hacia el acantilado en la cual ganaba el último en saltar del coche en marcha y que acaba con la muerte de uno de los protagonistas:

  • ¿Y por qué hacemos esto?
  • Algo tenemos que hacer

Esperemos que en este caso no nos precipiten a todos al acantilado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *