“Por una nueva ética política VI”, por César García Cimadevilla.

César García Cimadevilla caricaturizado.

Y ya va siendo hora de que demos por finalizada esta introducción o parte primera del manifiesto de la Mente-enmascarada.com que llegó a mí hace años, por spam o correo globalizado. Estos manifiestos me han complicado mucho la vida, pero hay que ser tonto para hacer caso del spam, me lo tengo bien merecido. En la segunda parte que he intitulado “Un decálogo ético para políticos” propondré, “propondremos” los enmascarados, unas normas éticas básicas que deberían regir en política. Es una propuesta muy atrevida, puesto que soy un don nadie y los enmascarados también, a priori, salvo que se quiten de una vez la máscara, sin embargo no me parece algo tan descabellada teniendo en cuenta los asesoramientos que reciben ciertos gobiernos o entidades públicas. “Algunos” asesores se parecen mucho a mi personaje humorístico, Martín, director de marketing, de quien he recibido las propuestas más disparatadas que cabe en mente humana o gatuna y que he tenido que reciclar como humor, aunque iban muy en serio. Si ellos, por un buen sueldo son capaces de semejantes propuestas, imagino que yo, gratuitamente, también puedo hacer algunas.

Quedan en el tintero algunos análisis más o menos enjundiosos sobre temas como ese juego tan divertido que es el gritarse unos a otros aquello del “y tú más”, a que jugaba cuando era niño con otros niños. Uno decía, por ejemplo, tú eres tonto, chaval, y yo respondía y tú más. Esto podía durar un tiempo imprevisible, puesto que llegar a un calentón “comme il faut” dependía mucho del carácter de cada infante. Eso sí cuando el calentón llegaba se podía escuchar de todo, hasta menciones a la madre, que no tenía otra culpa que haber parido a semejantes lumbreras. “Algunos” políticos cambian el tú eres tonto por tú eres corrupto, y entonces el otro responde “y tú más”, hasta llegar a unos calentones que poco tienen que envidiar a los de nuestra añorada infancia.  Me duele dejar sin mancillar algunos problemillas políticos que serían muy divertidos si los ciudadanos, especialmente los más frágiles y marginados, no los sufrieran en su carne, pero uno no puede dilatar tanto el tiempo como si todo fueran periodos “postelectorales” que parecen riñas de gatos, con perdón de mi gatito Zapi.

Precisamente aquí lo tengo, en la puerta. Me saluda con un maullidito cariñoso y se prepara para tumbarse en el suelo y que yo lo acaricie y le diga cositas bonitas que no diría ni a una novia. Pero no, se me ocurre preguntarle si le gustaría que le leyera este artículo que estoy terminando y arquea el lomo, se le erizan los pelos y sale corriendo como alma que llevara el diablo. Voy a terminar perdiendo su cariño y todo por la dichosa política. Esto me lleva a reflexionar sobre la posibilidad de que los ciudadanos terminen reaccionando igual que los gatos cuando se les hable de política. Que salgan huyendo hacia cualquier parte del universo donde no haya política, si es que tal lugar existe, que lo dudo. Cuando Zapi vuelva voy a tener que cantarle nuestra canción: Yo te quiero mucho/ tú me quieres a mí/ somos amiguitos/ sí, si-si-si, sí. Se me ocurre que podría ser un himno mejor que el himno a la alegría de la novena de Beethoven. Se lo podrían poner a todos los políticos cuando se reunieran buscando consenso. Solo necesito un buen músico que le ponga compases por arriba o por abajo, por la izquierda o la derecha, o por el centro, que ya está bien de situar al político en el espacio, no deberían contar los lugares sino los valores.

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