«Por una nueva ética política IV», por César García Cimadevilla.

Parece inevitable que en la democracia, por muy avanzada que sea, el imperativo matemático lleve siempre las riendas. Así vemos a los políticos, mejor dicho, a “algunos políticos” hacer encaje de bolillos para conseguir pactos, coaliciones, tripartitos, cuadraturas del círculo, que les permitan alcanzar el gobierno, la meta final, prioritaria, absoluta, porque si no estamos en el gobierno no podemos llevar a cabo nuestro programa, no podemos cambiar nada, porque la oposición aunque esté muy bien -toda tesis debe enfrentarse a su antítesis para llegar a la síntesis, la clave de toda evolución política, de toda evolución que se precie- no sirve para otra cosa que para pasarse el día gritando que todo lo que hace el gobierno está muy mal y así vamos al abismo. Y para ello, para llegar al gobierno, lo que cuenta es la matemática, tener más diputados, aunque sea solo uno, que nos permita investirnos, vestirnos de presidente del gobierno y comenzar a gobernar. Los valores, los principios, cuentan muy poco, nada, si la matemática nos pone un muro que nadie puede atravesar. Es por eso que en política cuesta tan poco renunciar a los principios si te ves con el agua al cuello y no puedes llegar al gobierno; el político testimonial o profeta de los nuevos tiempos está aún por aparecer, ese que mantiene sus valores aunque nunca pueda formar gobierno o tenga que irse a casa. El mantenella y no enmendalla quijotesco es un suicidio.
Se supone que los políticos están ahí para gestionar la cosa pública, y cuando es preciso, no muchas veces, defender unos principios ideológicos que son valores irrenunciables a la hora de encaminar a la humanidad hacia un paraíso material, justo, igualitario y que permita, una vez cubiertas las necesidades básicas, pensar en valores espirituales tales como la fraternidad y el amor. Si fuera solo una cuestión matemática, sugeriría un consejo de sabios matemáticos para que encontraran el algoritmo perfecto para formar gobierno, fueran los que fuesen los resultados electorales. Pero si también es cuestión de valores y principios, aquí hemos topado con la cuadratura del círculo, amigo Sancho.
Le he leído a Zapi, mi gato –personita encantadora y paciente donde las haya- lo que llevamos de manuscrito y le he preguntado si merece la pena tanto esfuerzo de podar, matizar, suavizar y endulzar el manifiesto original, para intentar mejorar este planeta de mis pecados. Me ha dicho: Miau. Entonces me he atrevido a preguntarle si debería seguir adelante o no, y me ha respondido: Miau. Eso me ha animado y voy a seguir adelante con el manifiesto y que sea lo que Dios quiera. Creo que tiene razón.

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