“Piel de arcilla”, por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

Mari Ángeles Solís del Río · @mangelessolis1.
Y, entre tantas cosas lejanas, que le acuchillaban como un rumor, miraba la cortina de luz que colaba a través de la ventana mientras un profundo silencio revoloteaba como mariposas insaciables de amor. No pensaba… acaso, sus pensamientos solo viajaban en el infinito, llevando de equipaje una maleta cargada de recuerdos.

Sus manos amasaban el barro, sus dedos se entrelazaban en la arcilla queriendo retenerla, en muda caricia. La humedad se posaba en su piel impregnándole un perfume venido de lejos. Modelaba a base de caricias, modelaba su cuerpo a base de caricias, modelaba su cuerpo… la modelaba a ella.

Los días pasaban, monótonos y absurdos. La cortina de luz colándose por la ventana y sus manos modelando su cuerpo. Con ella como único pensamiento, ese fulgor fruto de un ensueño lleno de luz. Como es posible crear algo que nunca vio, un cuerpo que nunca tocó… un cuerpo al que amó demasiado.

A la vez que su mano vislumbraba la cadera, las lágrimas empezaban a brotar de sus ojos. Y cuando su palma se posaba en la espalda… acercaba la otra mano y apretaba el bloque de arcilla contra su cuerpo… e inclinaba su cabeza buscando sus labios para besarla… para sentir el placer de dos cuerpos que se entrelazan, cuatro piernas enredadas y la humedad del barro convertida en piel.

Sueños mojados de hastío en los que el último aliento convertía la figura en mujer. Palabras no oídas que el viento murmuraba en sus oídos, y le susurraba el gemido que soñaba escuchar. Los días pasaban y la figura estaba casi terminada… aquel cuerpo tal real.

Fue una noche de tormenta en la que, ebrio, quedó dormido sin apenas darse cuenta. Al despertar, cuando la cortina de luz empezaba a ocupar su espacio, miró cómo la claridad se posaba en aquel cuerpo, mitad mujer, mitad arcilla. Y recordó cada noche que la amó… los gemidos de ella, las caricias de él, las piernas enredadas…

Las tinieblas del sueño se apoderaron de él y un sentimiento de inmensa impotencia le dominó haciéndole ver lo imposible de su amor. Fue por ello que, con paso tembloroso, se acercó hasta aquel cuerpo y lo abrazó una vez más, lo apretó con su cuerpo, deslizando sus manos por la espalda, inclinando la cabeza y besándola, enredando sus piernas… un sudor frío empezó a rociarle las sienes… y miró a la luz mientras le deslumbraba reaccionando del peor modo posible…

Así fue… la acurrucó entre sus brazos y, sintiéndola por última vez, la dejó escurrirse… las pieles se acariciaban y se escurrían como si la humedad hubiese levantado un grueso muro que impidiese su amor. En una última reacción desesperada, la retuvo entre sus fuertes brazos y la miró de un modo que jamás había mirado a nadie. Justo después, con impulso violento, el abrazo se convirtió en reproche, quizá por no ser real… y la golpeó contra el suelo haciendo añicos la figura de arcilla, su obra de escultor loco, el cuerpo de esa mujer que tanto amó… pero que, tanto amor, no pudo darle un hálito de vida.

Así fue… su corazón se hizo pedazos porque no, no era real.

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