La tesis existente en el Gobierno acerca de “la inconveniencia del enfrentamiento con Marruecos” ha tomado fuerza tras la remodelación del Ejecutivo realizada por Sánchez.
En su momento, la reacción del Gobierno marroquí fue utilizar a su población como escudos humanos, produciéndose una terrible oleada de migrantes llegando a Ceuta.
El motivo de la protesta era la acogida en España por razones humanitarias de Brahim Ghali, líder del Polisario, que se encontraba enfermo por coronavirus.
El contacto con las autoridades de Marruecos ha continuado a través de canales socialistas. De este modo, ha llegado hasta Moncloa que en el país vecino están muy satisfechos con la “cabeza» de Arancha González Laya. Se alegran de que haya sido destituida.
El mensaje de Marruecos es claro: “con pocos gestos más que se hagan, se recompondrán fácilmente las relaciones”. Se cree incluso que José Manuel Albares, nuevo ministro de Exteriores, podría viajar próximamente a Rabat.
El pasado lunes, en la toma de posesión de los nuevos ministros, Albares manifestó que “hay que reforzar las relaciones con Marruecos, gran amigo y vecino del sur”.
Queda claro que Laya era una pieza clave para Rabat puesto que fue su Ministerio quien acordó la acogida de Brahim Ghali en nuestro país. La ministra tuvo en todo momento el apoyo del presidente del Gobierno.
No obstante, es verdad que Sánchez tuvo que actuar contundentemente movilizando las Fuerzas de Seguridad del Estado cuando se produjo la crisis migratoria.
Sin embargo, el problema de fondo no deja de ser la cuestión saharaui. Sánchez es consciente de que se estaba cometiendo un error con cómo se estaba llevando la gestión.
Asimismo, que el primer paso para tratar de recomponer las relaciones con el reino alauí pasaba por entregar a su ministra. El siguiente será fijar un viaje para que Albares visite Marruecos y se entreviste con su homólogo marroquí.