“Odiología”, por Lope Benavente de Blas.

Lope Benavente de Blas.

Confieso mi intranquilidad por la situación que nos ha tocado vivir, la pandemia del coronavirus nos ha puesto a prueba a nosotros mismos y nuestras más íntimas convicciones. Pero la zozobra que me acompaña desde su comienzo se transforma en inquietud cuando constato la existencia de otra pandemia, esta vez si, extendida deliberadamente.

No tan silencioso pero igual o más dañino, ha rebrotado otro virus que creíamos dormido, despertó, huele la muerte y se multiplica. Es el odio, se expande incontrolado y amenaza con atolondrar a buena parte de nuestra confiada sociedad que a su vez lo transmite sin rubor, como recreándose en la faena. Del Sars-cov-2 no sabíamos nada, del odio lo sabemos todo, de ambos conocemos que crecen para no ser otra cosa que, más odio y más coronavrirus.

El odio es un sentimiento primario como el amor, la tristeza, el miedo, emociones que son buenas o  malas según la persona, el tiempo y su circunstancia. El odio solo es odio, lo corrompe todo y todo lo contagia, es tan fácil de manejar y tan primario, tan emocional que los simples se rinden a sus encantos sin percatarse del contagio, creen reforzado su carácter y autoestima pero son esclavos, precisan de una diana donde dirigir sus miedos y frustraciones.

No dudan sus patógenos en utilizar cualquier vía de contagio, una jerga zafia, provocadora, falaz, histriónica, todo vale. La casquivana de las redes sociales se encargará  de propagar la endemia y sus portadores más avezados, navegando impunemente por el magma de la comunicación y la política, inyectan el mortífero virus que se alimenta de la desgracia ajena, un troyano mendaz que se introduce en el cerebro corrompiéndolo hasta la tontera y la barbarie.

Vive este virus agazapado cuando las condiciones generales de vida son favorables, espabila y se propaga con gran rapidez en situaciones de calamidad y, curiosamente, a medida que se modera la curva del uno, toca a rebato la del otro aumentando significativamente, sin motivo aparente, su virulencia y necrosis. Y no basta con lavarse las manos, cerrar los ojos o quedarse en casa, el respeto, la tolerancia y la empatía, el conocimiento, la asertividad y la firmeza  parecen medidas adecuadas para su prevención. Pero si hubo un momento acuciante en la historia para su erradicación, ese momento ha llegado, es hoy, es ahora. Pongamos pues a buen recaudo el covid y desparramemos la cordura, que con el uno controlado y menguado el otro por resonancia, la vida volverá ser vida y no recelo.

Respeto y admiración, por último, hacia aquellos que trabajan por erradicar estas pandemias, desde el último de la fila al primero y a sus críticos por igual, desdén hacia quienes, sin hacer nada o revoloteando, estorban y malquistan.

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