“Notre Dame: una catedral y dos críticas”, por Carmen Vicente Muñumer.

Carmen Vicente Muñumer.

Desde el primer día, horas después del incendio que arrasó dos tercios de Notre Dame, comencé a ver y escuchar comentarios alegrándose de este hecho. Lo más repetitivo: “La iglesia que más ilumina es la que arde”.

No sé muy bien si por ignorancia, pero probablemente muchos de ellos no tengan idea de que se están alegrando de que a Hitler se le haga realidad su sueño, cuando en agosto de 1944, asediado por la ocupación aliada, ordenó incendiar casi todos los monumentos de París, Notre Dame incluido. Afortunadamente, el general encargado de llevar a cabo esa orden la desobedeció.

Este hecho me recuerda un poco a lo que sucedió durante la Revolución Francesa: en 1789 el pueblo decapitó las 28 estatuas de la Galería de los Reyes porque la asociaban a la realeza francesa. Nada más lejos de la realidad, se trataban de antiguos reyes de Judea e Israel que precedieron a Cristo.

Notre Dame, donde Napoleón se coronó emperador, Juana de Arco fue beatificada, resistió a los deseos de Hitler, o desde donde se celebró la victoria en la Segunda Guerra Mundial, es más que una catedral, es historia.

Aquellos que la ven como un simple lugar de culto religioso en el cual no creen, y por ello piensan que debe desaparecer, les diría que si por esa misma razón sería deseable destruir las pirámides de Egipto, cuya finalidad era enterrar a los faraones, en un acto religioso rodeados de sacerdotes, o las Mayas porque se realizaban sacrificios humanos. ¿Nos deshacemos de las runas de Galicia, cuyo origen proviene del Oráculo de Odín, dios de la guerra, sabiduría y muerte? ¿Y por qué no también el Tal Mahal, construido por orden del emperador musulmán Shah Jahan y en cuyo recinto amurallado (17 hectáreas) se edificó una mezquita? La religión, la creencia en dioses, en seres mitológicos, siempre ha estado presente a lo largo de la humanidad, e infinidad de objetos, de edificios, rocas o escritos sobre ello nos rodean hoy en día. Forman parte de lo que fuimos o somos como humanidad. Y el edificio en sí no es culpable del uso que se hace de él, ni de lo que hace la jerarquía que lo atesora.

Lo que quiero decir es que podemos admirar una iglesia, castillo o catedral como edificio histórico, como parte del gótico, romano o árabe. No necesariamente se tiene que ver con los ojos de la comunidad eclesiástica, sino como algo cultural.

Bueno, hasta aquí mi primera crítica, que como dice el título de este artículo, hay dos; y la segunda va dirigida a las famosas donaciones para la reconstrucción de Notre Dame.

Mucho se está hablando sobre Louis Vuitton y sus 200 millones, o de L’Oréal y Betencourt con sus otros 200, y tienen detractores y defensores por la ayuda prestada.

Yo no voy a evaluar lo que alguien, de forma particular, quiera hacer con su dinero. Es más, me parece bien que se interesen por la cultura y quieran aportar, ellos a los que tanto les sobra, para esta reconstrucción, pero…

¿Tienen razón aquellos que les acusan de inhumanos, por no darlo para erradicar la pobreza? Yo creo que si alguien, en cuestión de unas pocas horas, es capaz de desprenderse de 200 millones por la cultura y no es capaz de desprenderse de 1 solo por otro ser humano… Algo no cuadra en su mente. Y no critico que se hagan esas donaciones, que lo apoyo, sino que no se conmuevan de igual forma por el ser humano.

A todos nosotros por esta opinión, los defensores de los donantes, nos acusan de cínicos. Les voy a aportar un dato sobre Louis Vuitton: en la Segunda Guerra Mundial, Louis Vuitton colaboró con los nazis, durante la ocupación alemana de Francia. ¿Acaso no resulta eso más cínico, teniendo en cuenta que Hitler quiso quemar su catedral?

Y repito, no estoy en contra de sus donaciones, sino de su “particular” forma de conmoverse ante según qué desgracias.

A nosotros solo nos gustaría ver esa “unión talonaria” en otros tantos aspectos y emergencias sociales, ¿no creen que ayudándonos los unos a los otros, en verdad tendríamos un mundo mejor?

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