“Newton”, por Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal · @Gonzalo_Glezcar.
Trocar el punto plácido, sobre el que se posa la mirada, en foco de la visión común subvertido, lúcido y despierto. Encontrar lo oculto tras la grieta, del común árido desierto. En el muro de lo aparente. Ése es el único juego, al que juega la mente. Ése es el valor único, de aquél llamado genio.

Así, la luminaria de la razón nos regala, a veces el fulgor de su destello. Entonces todo acontece. Cobra sentido nuestra experiencia, tras ello. Despertando así del sueño. En ocasiones tumbado. En ocasiones erecto. Bien al raso. Bien a la sombra de un manzano, como es el caso, a cubierto.

La caída de un fruto, formula un simple encuentro. Entre el pensador y la cosa pensada. El del individuo y su pensamiento. Atónito, en su interior algo trepita. La idea esquiva que se esconde en el suceso. El de saber que todo está a la vista. Y que sólo resulta oculta, a la mirada del ignaro, de sí preso.

En leyes codificó la Natura. Hasta tres encuentra en ello. Que la tercera, no por postrera, es menos certera, ni merece descabello. Que toda reacción sigue a la fuerza, primera de que es resulta, sin más consulta, que la contradicción puesta en juego. La suma de contrarios. La latencia en el brego. Que el primero siempre es quien golpea, y el segundo el que intenta no morder el suelo.

Habitamos un país de segunda. Siempre corriendo sin resuello. Al cabo de salir adelante, a punto de hundirse en el cieno. Todo cuanto sucede le acontece, sin crear su propio destino. Sin virtud, ni atino, segundón eterno. Reaccionando al imprevisto, de modo nunca listo, de modo nunca pleno.

Que el cendal del relato, que ciega su mirada, es paño de la más sutil hilada. El de pensarse sufrida marioneta de todo evento, vapuleada eterna al albur del viento, en el trágico tramo que media cada añada. Desde Felipe el segundo y sus elementos, hijos de una patria sometida, a los eventos de una historia nunca domeñada. A la pasión de todo tormento.

Pero que no por repetido, es más cierto. Que un estado no está do corresponde, si al albur de la fortuna no responde, y a su pueblo no defiende ante el desafío, de los riesgos que arroja el horizonte. Ni muerte ni hado alguno, pueden regir nuestro sino, sino claudicando todos ante el destino, de todo cuanto salte a nuestro paso. Pues no hay señal más clara de ocaso, para una nación que saberse sujeta al acaso, de un eterno mal polizonte.

Virus, Filomenas y demás torturas, todo lo sufrimos hasta la hartura, siempre con mutuas acusaciones. Donde sin esgrimirse clara acción o noción alguna, sólo nos resta la negrura. De un lamento troquelado. De un tiempo congelado. De un espacio inconcluso. Donde seguir con el uso, del relato del país apaleado.

Pensarse vivir en permanente anomalía, es sólo excusa, que nos hará vivir en vano. La tentación que arroja lo que la manzana, de Isaac nos dice bajo su manzano. No es otra sino pensar, que las cosas suceden sin más, porque no merecemos más, o porque nos mira mal un fulano.

Que la fuerza de un país no reside, sino en su ciudadanía, no mostrándose una medianía, ante los envites de galernas y ciclones, sino exigiendo a sus instituciones, las acciones requeridas. Que por gravedad, todo cae, por su propio peso. Y es por eso, por gravedad, que las acciones han de ser exigidas. Pues permitir que las cosas acontezcan, sin mostrarse resuelto a cambiarlas, es lo mismo que aceptarlas, y ser de sus causas preso.

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