“Mundo de verdades informativas”, por Elana Listo.

Elana Listo.

La sociedad actual se ha encontrado rodeada de inflación de información. Se preocupan los expertos en comunicación e información en encontrar la mejor manera de difundir sus mensajes sin preocuparse de una realidad que puede llegar a configurarse en perturbadora de la vida de los ciudadanos. Se preconiza como bandera ineludible de la libertad y la democracia, como lugares comunes que deben aplaudirse incontestablemente, no importando su calidad ni su cualidad. Solo hay que seguir el camino marcado para poder continuar viviendo en paz aunque se esté inconforme. La salida a informarse o manifestarse en la calle es prueba fehaciente de la libertad (dicen los expertos en sistemas políticos) más excelsa conseguida históricamente. No se podría decir lo contrario a dicha aseveración en relación a otras épocas y contextos socio-históricos, sin embrago, es una perfección engañosa y por tanto una ritualizada e institucionalizada manifestación e información que finalmente dejan de ser tal para convertirse en simple trámite.

La información transita hoy en día muy rápidamente desde que nace, en algún lugar inmaterial, en alguna ficción, en alguna interpretación, en algún fenómeno hecho historia, hasta que logra expandirse en la mente de los receptores. En la teoría del conocimiento, esa parte de la filosofía que se sumerge en las posibles maneras que el ser humano conforma su conocimiento y su interpretación, se puede reconocer toda la base de la estructura de la comunicación, la adquisición de los conceptos, la interpretación de la realidad y la duda existencial:

“La teoría del conocimiento pregunta por la verdad del pensamiento, esto es, por su concordancia con el objeto. Por tanto puede definirse también la teoría del conocimiento verdadero, en oposición a la lógica, que sería la teoría del pensamiento correcto” (Hesse, J. “Teoría del conocimiento”).

Aunque los conceptos de información y comunicación son diferentes, el punto radica en las formas de conformar el conocimiento que serán base de los comportamientos que el sujeto puede asumir creando sus propios imaginarios conceptuales. El término comunicación sería, correlativamente a la teoría del conocimiento, como el medio a las esencias; y el conocimiento en sí respecto de la información, sería como la relación que media entre el reflexivo-conceptual al fenómeno en sí.

El problema de definir cualquier concepto es permanente, no hay definición estática ni total, solo se pretende. Durante los dos siglos pasados muchas áreas del conocimiento convergen en la búsqueda de las determinaciones y límites de la comunicación y la información. Así la antropología (Levi Strauss o Malinowski) crea teorías desde la cultura y la comunicación o desde el pensamiento y el lenguaje. La filosofía aborda el problema de la comunicación desde la estructura formal o lógica hasta un neopositivismo, que termina siendo base de la neurociencia o la inteligencia artificial al pasar del conocimiento como simple representación al campo experimental e incluso al sistema computacional. El lenguaje como forma comunicacional tiene también abordaje en el giro lingüístico.

La lógica intenta explicar el fenómeno comunicativo incluso desde la fundamentación matemática, volviendo a dicha ciencia como parte de la reflexión de la misma lógica. Logra poner en cuestión una visión conmutable de las matemáticas, de su tipo de comunicación como fija e inmutable para dejar en cuestión el problema de la auto-referencia, ejemplificada en la paradoja del barbero atribuida a Bertrand Russell. La sicología y la neurofisiología se interesan en los procesos de cognición y la comunicación respecto del conocimiento. También la biología mediante su especialidad, la etología, estudia el comportamiento animal, sus conductas comunicativas y su relación con el medio. La genética habla de modelos comunicacionales mediante la transmisión, codificación y descodificación. Puede decirse que los grandes conjuntos de paradigmas en este contexto se decanta por estudiar los modelos informacionales por un lado y los paradigmas comunicacionales por otro. Los primeros incluyen la transmisión de la información y sus medios técnicos, mientras los segundos se adentran en los sistemas complejos, las transformaciones en la coordinación, aplicables a acciones concretas como la gestión cultural o la ecología.

Con base en lo anterior se puede concitar que el mundo de la comunicación, la información y las verdades que se crean gracias a ellas no son una simple suma de elementos estáticos y objetivables per sé. En el mundo moderno occidental es fácil ver como se configuran las sumas de informaciones y análisis de los llamados medios de comunicación y comunicadores varios. Desde la presentadora o presentador de las mañanas que en programas televisivos o radiales pasan fácilmente de un magazine de cocina a “analizar” vehementemente situaciones políticas, artísticas o sanitarias, dependiendo el guion que se tercie diariamente, hasta periodistas que hacen de pivote reproductor de cualquier información interesada.

Un perfil moderno, aunque venido de muy antiguo, al parecer connatural a los seres humanos, es el llamado especulador; este personaje constante encaja en la venta de los espectáculos sensacionalistas, y dentro de estos triunfan necesariamente los mal llamados “tertulianos”. Entrecomillado aquí para no denostar la palabra y sus dignos significados culturales, históricos, intelectuales y eruditos que en su origen supusieron, y no un conjunto de charlatanes sin fondo que aparecen en los medios de “comunicación” (también entrecomillado concepto hoy en día). El mismo Tertuliano y el gran Marco Tulio Cicerón no hubieran imaginado que su categoría fuera a ser conocida en el siglo XXI no por su estructura intelectual y su aporte político-cultural, sino por todo lo contrario. La elocuencia, la discusión, la retórica y la lógica argumentativa, entre otras áreas conexas con el mundo original de los tertulianos, se avergonzarían de los espectáculos dignos de los esperpentos nunca imaginados por Don Ramón María del Valle-Inclán.

Los discursos, la argumentación que abunda en construcciones y aportes culturales, políticos y enseñanzas, no pueden nacer de la falta de conocimientos, la inopia mental o la bajeza espiritual. Para poder mínimamente discutir un tema, hay que posicionarse en el conocimiento y en la humildad del que aprende, nunca del que sabe, pero claro está, que hay que hacer esfuerzos para prepararse y aprender, estudiar e investigar para forjar criterio y base filosófica, aunque siempre partiendo de lo fundamental: educación, respeto y consideración por los otros.

Los programas televisivos, radiales o digitales de polémica, discusión, debate y muchos más son simplemente la representación supermoderna de los circos medievales en donde existían, como atracción, los fenómenos físicos, como la mujer barbuda, el hombre elefante, los enanos voladores y múltiples llamados grotescos estéticos que se vendían como curiosidad y atracción de feria. No hay más que encender los televisores, radios o medios digitales para palpar la altura académica, humana y estética de los llamados encuentros de debate. Gritos, interrupciones, insultos, cerrazones, defensas y ataques de bajeza infernal, intereses vulgares de polarizaciones de facto, agresiones permanentes y ataques personales, etc. Todo esto y más en cabeza de dignos representantes de dichas acciones: personas, individuos que usan su cabeza máximo para utilizar los sombreros de verano o para recibir el peine mañanero, ya que su calidad intelectual está ausente plenamente en la gran mayoría de estos Tertulianos, sin hablar de sus calidades políticas, humanas ni ético- estéticas.

Así se desarrollará en el presente una serie de agresiones trasladadas a las aulas (Es lo que ven los infantes en películas, noticieros, etc. y en la vida diaria), a los hogares y a las calles. No es de extrañar que una sociedad, que surge en esta estructura de la ignorancia alimentada por los medios de comunicación que no se compadecen con la importancia de la información, aquella que forma y enseña con elevado sentido del saber, sea fácil y consecuentemente dirigida en su incultura hacia los enfrentamientos por seudo-valores y símbolos, banderas, himnos, cánticos, consignas, polarizaciones, orgullos y naciones. (El concepto de nación y estado será revisado por la historia, y su decadencia empieza posiblemente ahora, aunque tenga inicialmente una reacción, un auto-recogimiento inicial en los nacionalismos primitivos, reacción conocida en épocas de crisis como la que estamos viviendo con la pandemia. Relucirá el egoísmo preconizando la solidaridad al interior de cada caverna y tribu, pero luego se colapsará para cuestionar estos sistemas demonarquiconacionales del capital).

El presente devenir de la pandemia despierta a los más enconados enfrentamientos por la más vulgar de las razones: Tener la razón. Evidencia que la ficción es una inocente criatura al lado de la crueldad e ignorancia de la humanidad capaz de superar a cualquier creador de distopias. Las supuestas ideas de cada individuo, fundadas en las informaciones de estos medios de comunicación mencionados, son simples patrias y lugares comunes de retrogrado sentir y de devoción por la violencia directa para sostener los intereses particulares, siempre en nombre del beneficio colectivo. En tierra de ciegos el tuerto es rey, dictado refranero que se aplica perfectamente a los medios de comunicación y sus comunicadores actuales, a su legado educativo que condena a la repetición de dichos comportamientos a generaciones y generaciones; que se radicalizan aun más en su soberbia alejada del camino del conocimiento. Similar panorama entonces en el mundo de los dirigentes políticos, no hay mucha diferencia, solo que en el remedo de la política moderna entra en juego el uso de la directa conexión con el poder verdadero del comerciante, del capital, de lo material acumulable, de la propiedad privada y sus dueños; en fin, que son dependientes directos de sus patrocinadores. Sin embargo, finalmente el sistema se globaliza e interconecta, todo este mundo de banalidades y vanidades peligrosas, junto con la realidad del poder físico ejercido por los simples cuerpos creados para salvaguardar la estructura creada, posee todo cuanto necesita para asegurarse su permanencia; dentro de esas posesiones y controles está el poder efectivo de ¡Los medios de comunicación!

La comunicación y la información configuran el ejercicio del poder, los medios son poseídos por dichos mecanismos de manipuladores, por consiguiente, responde al cuidado de sus intereses particulares y finalmente escoge a transmisores de información coherentes con su nivel de intereses. Idealmente la comunicación e información no puede dejarse en manos de quienes no han estudiado e investigado para formar un criterio flexible y analítico, no puede dejarse en manos de personas inescrupulosas y simples en sus fundamentos intelectuales, en manos de elementales vividores de esta existencia, en manos de buscadores de pagar sus cuentas al final de mes. Hay una contradicción entre lo ideal y lo que se vende como tal, como decía el abuelo; “es dejar al zorro cuidando el gallinero”.

Cuando un sistema se cierra y se auto-refiere surgen los peligros de los supuestos beneficios del mismo entramado social y político mediante supuestas certezas inamovibles. La comunicación es un campo humano tan complejo, tan incoherente lineal, pero creativo humano como puede representar la paradoja del Barbero:

Paradoja de Russell: Ante la escases de barberos el Emir prohibió a dichos personajes afeitar a quien pudiera afeitarse solo, y afeitar solo a quien no pudiera hacerlo por sí mismo, y ordenó a todo el mundo se afeitara. El barbero ante el Emir expone:

“…en mi pueblo soy el único barbero. No puedo afeitar al barbero de mi pueblo, ¡Que soy yo!, ya que si lo hago, entonces puedo afeitarme a mi mismo, por lo tanto ¡no debería afeitarme!, pues desobedecería vuestra orden. Pero, si por el contrario no me afeito, entonces algún barbero debería afeitarme, ¡pero como soy el único barbero de allí!, no puedo hacerlo y también así desobedecería a vos mi señor…”

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