Terrones de azúcar, terrones duros y dulces que se disuelven en la boca, en el café, en la leche, y dejan ese poso de almíbar en el paladar. Terrones de infancia de mantequilla y azúcar, de saborear y gastar en lecturas y tiendas de campaña, en esconderse y aparecer, en disfrazarse y recomponer.
Terrones luego de adolescencia en carajillos y cafés, en andanzas y discotecas en bares y playas para mojarse los pies, terrones casi en los besos, terrones en los abrazos.
Hasta que llegó la sacarina, y después nada, café cortado sin azúcar que te traerá otros recuerdos.