De pequeña posponía los deberes tediosos, después apartó los juegos inteligentes, de adolescente relegó los estudios en decadencia, las citas con futuro incierto, los amigos vacuos.
Pospuso luego a su pareja intensa, el trabajo rutinario, los hijos que se tragaban el tiempo, y se encontró de madura que por el camino había perdido las habilidades para enfrentar sus sueños y tuvo también que aplazarlos hasta que se disolvieron en la nada de la procrastinación eterna.