Esas alas de plástico servían para volar, hasta que caías en picado y arrastrabas la cojera toda la vida.
Suerte que yo las dejé de adorno, y lo único que cayó fue el polvo sobre ellas y alguna pregunta de invitados intrigados.
Hasta que Raúl, el pequeño, no pudo resistirse, y ahora están rotas, como él después de usarlas. Pero eran tan bonitas.