Los grandes templos griegos de Sicilia, testigos de una civilización extinta. Con sus gruesas columnas, patas potentes de una araña gigante que ha trepado a las colinas, a los mejores lugares con vistas al mar y a la llanura. Tremendos, y aun así impasibles al tiempo, mostrando toda la belleza y la grandeza del pasado. Aún erguidos resistiendo a los vientos y los años, a las aguas. Apuntando con su excelencia la ilustración de una civilización milenaria que con su sabiduría iluminó presentes y pasados.
Oír a los grillos entre sus magnas columnas y la brisa o el calor del final del verano llena de admiración mis ojos, que pequeños absorben la relevancia de un pasado que aún alumbra nuestro presente.
¿Cuántos esclavos cargaron las losas para que ahora nosotros admiremos la enormidad? ¿Cuántas personas habrán paseado entre sus columnas? ¿Qué conversaciones recordarán las piedras milenarias. Esos ecos me transportan incendiando mi imaginación, ojalá las grandes piedras hablaran de las pequeñas palabras pronunciadas a su sombra, las pequeñas vidas que las habitaron llenando de sentimientos, deseos, miedos y audacias.