Los niños tailandeses fueron reconocidos por el olor

Los niños tailandeses fueron reconocidos por el olor

Un buzo español narra su experiencia en el rescate.
Según desvela el diario Marca, la pareja de buzos que participaron en el rescate de los niños tailandeses supieron dónde estaban por el olor. Así lo narra Fernando Raigal, un español de Ciudad Real, con base en Bangkok, que llego a la cueva de Tham Luang el día antes de que se encontrará al grupo de menores en una de las cámaras de la ruta. “Me presenté, me metió en la cueva, avance hasta la cámara 3 y me adjudicaron un turno de buceo para fijar las cuerdas”, cuenta. “La pareja que no se elevaba fue la que dio con ellos. En el grupo me dijeron que les había traído suerte”.
Este buzo español solo tenía experiencia de alguna cueva pequeña en Cartagena pero acudió a la llamada de un antiguo Navy Seal del Ejército tailandés. “Teníamos que tener memorizada cada roca en unos cuatro metros, para saber cómo tener que mover la camilla en cada movimiento”, para explicando, “nos llegaba la camilla, la cogíamos de las asas y la pasamos al siguiente compañero”.
30 hombres tuvieron que transportar 47 kilos entre botellas de oxígeno, comida y otros materiales. “En el agua el peso por la flotabilidad se aliviaba”, matiza el manchego. La jornada de los trabajos era larga, desde las siete de la mañana que le recogía una camioneta hasta las once de la noche que salían de la cueva. Todo ello después de abastecer la ruta con botellas de oxígeno. “Normalmente nos quedábamos en una especie de granja cercana que desinteresadamente dejó al ejército un matrimonio, pero también tuvimos que pasar alguna noche en la cámara 3. Tirabas el aislante y a dormir”.
Y llegó el 3 de julio en que encontraron al grupo de los jabalíes salvajes. “Mis compañeros contaron que se les acabó la cuerda fija y salieron a la superficie. Entonces se percataron que el olor era distinto, que olía a humanidad y encendieron sus linternas. Los niños vieron los reflejos y enfocaron con sus linternas a esa pared. Hay que tener en cuenta que, al estar a salvo y sin moverse, habían conservado mucho las baterías, pues apenas las necesitaban allí”.
El buzo español recuerda también los momentos duros, como el de la muerte de Saman Gunan y cuando “a los pocos minutos de haber sacado al último rescatado, estalló una de esas cinco o seis mangueras de las bombas para extraer agua”. Raigal cuenta que, al romperse las gomas la altura del agua subió intensamente. “Por fortuna ya sólo quedaba en la cueva una parte del equipo de los rescatadores, que estaban recogiendo los últimos equipos. Escucharon el grito de evacuación, evacuación, se pusieron los equipos y salieron. Pero fue un momento crítico. El buceador que hacía pareja conmigo hizo la última parte de la cueva con la boca pegada al techo para poder coger algo de aire”.
El buzo un chico también hablo del entrenador del que se dijo que era el responsable de que los niños hubieran acabado en esa gruta. En unos casos porque “se habían metido allí para buscar una piedra en la que poner sus nombres como símbolo de buena suerte. O que recibió una llamada y en ese despiste los chicos se metieron en la cueva y fue a por ellos”. “Su comportamiento ahí dentro fue ejemplar. No comió nada para repartir los pocos dulces o los pocos víveres que llevaba con sus jugadores”, aclaró. el entrenador, de 25 años, fue el último en ser rescatado, desnutrido, porque “el plan fue sacar primero a los más sanos”, admite.
Y, de nuevo, recuerda a Gunan, como hace en cada entrevista. “Yo, de verdad, que no quiero nada para mí, pero la familia de Saman necesita salir adelante”. Por ese motivo se ha abierto una cuenta en el Krung Thai Bank el 35 Sukhumvit Road de Bangkok: 6700401003.

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