Los falangistas en los funerales de José Antonio Primo de Rivera (y II)

Eusebio Lucía Olmos.

Por Eusebio Lucía Olmos.
Durante la conmemoración de 1957
Durante ese año se produjo un importante cambio en los equilibrios internos de poder de la dictadura, ante el desafío falangista al orden nacional católico. La soterrada pugna entre unos y otros fue solventada por Franco, apoyándose en un tercer sector, el de los tecnócratas del Opus Dei.

Al mismo tiempo, algunas unidades de la Guardia de Franco, que veían cada vez más restringidas sus ansias revolucionarias, habían creado grupos extraoficiales con antiguos militantes cenetistas, especialmente del Metro de Madrid, dada la afinidad ideológica y los presupuestos sindicalistas revolucionarios de ambas organizaciones. Incluso el propio ministro de Trabajo, José Antonio Girón de Velasco, había mantenido reuniones extraoficiales con trabajadores anarcosindicalistas de la cuenca minera asturiana.

Así las cosas, la centuria de montañeros de la Guardia de Franco, compuesta aún por falangistas de élite, ex combatientes de la guerra civil y de la División Azul, fue una de las encargadas de rendir honores al “Caudillo” en el solemne funeral por José Antonio del 20 de noviembre. Según su costumbre, sus componentes se habían trasladado a pie desde Madrid hasta El Escorial, portando una gran corona de laurel que depositarían a los pies de la tumba del fundador. El lugar a los montañeros destinado en la parada militar fue frente al batallón del Ministerio del Ejercito que, con su bandera y banda de música, rendirían honores al “Caudillo” en la Lonja o explanada exterior del monasterio. Pero, al salir éste tras el funeral, e iniciar la revista de las tropas y unidades falangistas, el jefe de una de las centurias –Manuel Cepeda– ordenó al banderín de la misma dar media vuelta, y con él toda la unidad, dando la espalda a Franco, acto que imitarían otro par de unidades falangistas con sus respectivos mandos.

El espectáculo del desplante fue tremendo, pues no solo lo contempló el numeroso público congregado detrás del muro de la explanada, sino todos los invitados oficiales (altas jerarquías civiles, militares y eclesiásticas, así como el cuerpo diplomático, periodistas, fotógrafos, etc.), que permanecían ante la puerta del monasterio asistiendo a la parte final del acto, hasta que Franco hubiera subido a su automóvil. Esta insolente acción era sintomática del señalado y creciente descontento de los falangistas con el régimen franquista, por su desmemoria para implantar el Estado nacionalsindicalista y su aproximación a propagandistas nacional católicos y opusdeístas.

Al igual que dos años atrás, nadie condenó in situ la grave y audaz acción. Al parecer, y con la conformidad de Franco, todo quedó en la visita que miembros de la policía política del régimen hicieron aquella misma tarde al domicilio del jefe de la centuria, avisándole de que no solo tenían orden de seguirle permanentemente, sino que, además, a la próxima “tontería”, tenían preparada para él una orden judicial de destierro y confinamiento en Villa Cisneros.

Durante el traslado de los restos mortales al Valle de los Caídos, en 1959
La rivalidad entre el oficialista “Movimiento Nacional” y los falangistas autodenominados auténticos, así como la mantenida entre ambos dos y los tecnócratas, había seguido creciendo cuando, a punto de inaugurarse el Valle de los Caídos, Franco ofreció a los hermanos de José Antonio, Pilar y Miguel, el traslado de los restos de aquél al nuevo y colosal monumento funerario. A primera hora de la mañana del 30 de marzo, y a pesar de la intención oficial de celebrar un sencillo acto restringido para la familia, ante el temor de que se organizase una multitudinaria manifestación de reafirmación falangista, numerosos miembros de la Vieja Guardia de Falange y de la de Franco acudieron llegados de toda España, a pesar de las dificultades de todo tipo que encontraron para ello desde las propias instancias oficiales. Por los más diversos canales consiguieron conectar y movilizar un importante número de falangistas, conocedores con agrado de la intención del traslado de la sepultura al nuevo monumento funerario de los caídos por la patria, abandonando el panteón exclusivo de la “peste borbónica”. A lo que no estaban dispuestos era a que el importante acto permaneciese silenciado, como se pretendía desde las altas instancias del régimen. El único representante de un medio de comunicación al que se le permitió asistir fue un redactor del diario oficial “Arriba”, a quien se le encargó distribuyera posteriormente la información al resto de los medios.

Tras la ceremonia religiosa, a la que asistieron diversos ministros y altas jerarquías de Movimiento, y a cuya llegada fue silbado y abucheado quien la presidía, el ministro de la Presidencia, Luis Carrero Blanco, de quien había partido la idea de ocultarles al acto, quedó roto el protocolo. Se llevó a cabo la inhumación de los restos, pero impidiendo por la fuerza los falangistas su traslado al furgón mortuorio, para ser llevado a hombros el féretro, cubierto con una bandera de Falange, por espontáneos y sucesivos relevos de escuadras desde la basílica de El Escorial hasta la del cercano Valle de los Caídos. Una vez allí, fueron depositados al pie del altar mayor de la cripta, bajo una enorme losa de granito con la inscripción “José Antonio”. La máxima autoridad presente, el ministro Carrero Blanco, no se atrevió a entrar en la basílica con el resto de autoridades, permaneciendo en la zona monástica junto a la comunidad benedictina. Una vez finalizado el acto, los falangistas volvieron hacia Madrid, cuyas calles se vieron inundada durante el resto del día con la algarabía de sus gritos y cánticos, contrariamente a lo que el gobierno había pretendido evitar. La inauguración oficial tendría lugar veinte días más tarde: el 19 de abril de 1959.

Durante la conmemoración de 1960
El día 20 de noviembre presidiría Franco por vez primera los funerales por el fundador de la Falange en el nuevo y monumental escenario. El año anterior, el de su inauguración, la ceremonia hubo de ser presidida por Carrero Blanco, ya que Franco padecía gripe, siendo el ministro quien tuvo que escuchar de nuevo a su entrada un potente grito surgido de entre la muchedumbre de camisas azules que llenaba la basílica: “¡Fuera Carrero!”, sin que nada se hiciese por buscar al autor. Un año después, era el general quien entraba bajo palio en el impresionante templo, caminando con toda la solemnidad de que era capaz por el pasillo central. Comenzada la liturgia, y llegado el momento más solemne de la misa funeral, el de la consagración, se apagaron todas las luces del templo, dejando únicamente un foco que, desde la cúpula, iluminaba el imponente crucifijo del altar mayor. El sepulcral silencio reinante fue roto por el joven falangista Román Alonso Urdiales, quien, desde uno de los bancos donde se sentaban los invitados oficiales, gritó a pleno pulmón: “¡Franco, eres un traidor!” En esta ocasión, el autor del grito, que no vestía uniforme, fue inmediatamente detenido y sacado del templo por dos policías de camisa azul. De haber estado en formación dentro de una centuria, no hubiera sido posible su detención.

La Jefatura Provincial del Movimiento de Madrid ordenó romper cualquier ficha que hubiese de Urdiales en los ficheros de su distrito (Latina), haciendo correr la voz de que no pertenecía a ninguna unidad del Frente de Juventudes. Pero, sí pertenecía. Además de falangista, era un joven maestro, hijo de un guardia civil, que estaba cumpliendo el servicio militar, por lo que fue sometido a consejo de guerra, en el que se le condenó a 12 años de prisión en un batallón disciplinario del ejército en el Sahara, como autor de un delito de “injurias al Jefe del Estado y a un superior militar”, con el agravante de haberlas proferido en “un lugar sagrado” y en su presencia. Cuando fue interrogado por el propio director general de Seguridad, Carlos Arias Navarro, sobre el motivo de su grave desacato, Urdiales le respondió sin dudarlo: “Porque yo no vivo del régimen, como usted.”

Como afirma el destacado hispanista norteamericano Stanley George Payne, “La Falange nunca tuvo una verdadera oportunidad de ocupar el poder, y sobre todo después de haber perdido a su jefe en el momento en que le era más necesario al partido. Tratar de realizar una síntesis de la derecha y la izquierda sin apoyarse en ninguna de esas fuerzas era imposible quimera. Mientras combatía a la izquierda, la Falange fue absorbida poco a poco por la derecha y por el hábil maniobrero de Franco. Y de no haber sido porque le interesaba a Franco mantener su complicado tinglado, hecho de trampas y engaños, puede afirmarse que la Falange no hubiese conservado durante tanto tiempo su aparente autonomía”.

2 thoughts on “Los falangistas en los funerales de José Antonio Primo de Rivera (y II)”

  1. Entre los falangistas auténticos hubo decepción y frustración porque » el Caudillísimo Franco» se apoderó, a su manera, del ideario falangista para su régimen.Por ese motivo surgió la rama»Hedillista» que hizo una feroz oposición » al Caudillísimo Franco». También muchos «Hedillistas» fueron encarcelados y fusilados por su oposición al régimen » del Caudillísimo Franco.Lo que los falangistas auténticos querían para España era un Estado nacionalsindicalista y no un nacionalcatolicismo .

  2. En los falangistas auténticos se produjo una gran decepción y frustración después de la guerra civil fratricida que enfrentó a los Españoles porque ·»el Caudillisímo Franco» se apoderó del ideario falangista para emplearlo, a su manera , para su régimen. Entonces surgió la rama «Hedillista» que hizo una feroz oposición » al Caudillisímo Franco» que encarceló y fusiló a los opositores falangistas contrarios a su régimen, se produjeron algún que otro intento falangista para desastibilizar al régimen impuesto por «el Caudillisímo Franco» . Los falangistas auténticos querían una España nacional sindicalista y no un nacional catolicismo como implantó Franco, traidor para ellos.

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