«Los expertos» (Segunda Parte), por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

Desde arriba, los expertos le miraban y la ira les consumió al saber que, aquellos últimos versos, tampoco se los dedicó.
(Continuará…)
Los símiles descompasados… y los versos sin rima… A veces, se atropellan las palabras sin saber qué decir, y otras en cambio es el silencio el que invade a través de ausencias y de cicatrices que aún sangran. El camino se abre al horizonte, en amaneceres ignotos porque nuestros ojos se cerraron. Quien mata a un poeta no debería hallar jamás el perdón. Las máscaras de los asesinos suelen llevar grabada una sonrisa inmensa pero no es de verdad, no. Porque es la envidia la que se esconde tras ella, es la soberbia, la ira… sólo eso, engaño y falsedad.
Después que su odio le hiciese despeñarse en el abismo, volvieron al teatro a terminar su faena. Porque se creían con el derecho, porque se pensaban por encima de todo, porque se habían reservado la primera fila, porque eran eso, “expertos» autoproclamados, y nadie les echaría atrás…
Acabaron también con todo aquel que había apoyado al poeta en su periplo por el mundo, a quienes amaron sus poemas, a quienes le aplaudían desde la última fila con el corazón (la última fila, acaso la más sincera, porque éstos les relegaron allí…), a sus testigos mudos, fieles, silenciosos… no los que daban voces como ellos, no, sino aquellos que le admiraban con respeto.
Ya sólo les quedaba una parte del trabajo y, acaso, con la parte que más disfrutaran… “destruir a las musas»… Esperaron a la noche, para acechar en esquinas, en la oscuridad. Nocturnidad, alevosía… era costumbre en su modo de actuar. Les gustaba ver sangre, rostros de dolor, lamentos… disfrutaban con el sufrimiento ajeno.
Pasados unos días, todo se calmaría. Al mencionar la “muerte del poeta» ellos saldrían de un salto y llorarían como plañideras, gritarían a los cuatro vientos que ¡ellos!, ¡ellos! eran sus principales admiradores, ellos eran sus amigos, ellos eran su inspiración… y lo dirán en alto con la tranquilidad de que nadie les negará ya que… han matado a todo aquel que sí era amigo, apoyo o inspiración… se ocuparon de quitar bien de en medio a todo aquel que les observara.
Y el después vendría con calma. Con el poeta muerto en el precipicio… ellos volverían a pasear los teatros, buscarían otro poeta, intentarían formar parte de su vida, manejar los hilos, ser los protagonistas, admiradores obsesivos…

Es la vida, es la propia vida… tal cual, un hombre, un poeta, una luz que brilla… y esas manos al acecho, cargadas de envidia, que se creen expertos en todo y sólo son un puñado de mediocridad.
Descansa en paz, poeta. Descansa en paz… quien de verdad te quiso no te olvidará y no dejará de sembrar tus versos en el surco para que florezcan de madrugada. Descansa en paz, poeta. Tú luz nunca se apagará.

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