“¿Las adversidades nos hacen ser mejores personas? Reflexión en torno al covid-19”, por Carmen Vicente Muñumer.

Carmen Vicente.

No hace mucho publiqué, a través de mis redes sociales, una reflexión en torno a la actitud de algunas personas con respecto a esta pandemia. Mucha gente, después, me ha comentado en persona su caso particular dándome la razón en este asunto.

Comenzaba mi reflexión comentando la última reunión de nuestro club de lectura, después del confinamiento, y nos preguntábamos si todo eso nos había servido para ser mejores personas, y mayoritariamente creímos que no. Y es que este virus no solo no ha servido para hacernos reflexionar y superar entre todos esta barrera, sino que nos ha convertido, de forma inconsciente pero por desgracia, también de forma consciente, en portadores de maldad.

Hay que saber diferenciar entre hacer una crítica constructiva (que es algo muy positivo) y criminalizar. Nos juzgan y juzgamos constantemente, muchas veces sin darnos cuenta del daño que podemos provocar. Y hay quienes están tan imbuidos en ello que no ven sus propias faltas, a veces llegando a mostrarse como lo que yo he calificado de “cínicos extremos”. Y voy a poner dos ejemplos:

Cuando una persona se dedica a crear pánico y miedo en un pueblo porque una niña da positivo por Covid, hasta el punto de hacerlo ver casi como un maligno contaminante, y a su familia y amistades como los hijos de Lucifer a los que hay que dar la espalda por apestados. Pero esa misma persona no tiene ningún reparo en ir al “bingo” junto a personas en las que en su pueblo se detectaron hasta 9 positivos. Y todo esto sin mascarilla y sin distancia de seguridad. Ojo, aquí quiero ser muy clara: no juzgo el hecho de estar con otras personas de otras poblaciones (que es algo normal), juzgo que no se tomen medidas de seguridad, porque ese es el problema y no otro. Aparte de demostrar que este personaje parece tener miedo selectivo. O sea, con unos monta en cólera y crea un cisco en el pueblo, pero con otros podemos estar pegaditos y sin mascarilla ¿?¿?¿?

Y el segundo ejemplo me ocurrió a mí estando en Paredes de Nava, donde fui con la intención de conocer el pueblo natal de mi admirado Jorge Manrique. En un bar de ese pueblo tan bonito, todo hay que decirlo, donde entré con la mascarilla, (evidentemente), me limpié las manos con el gel, (que para eso lo ponen), pedí en la barra y me aparté a una mesa aislada. Bien, en esto entran cuatro señores (todos bien “arrejuntaos” y sin mascarilla) y se van directos a la barra (el gel ni tocarlo, ni uno solo de ellos), y la conversación entre ellos fue la siguiente:

-“y esos, ¿de dónde son?” (se refería a un grupo de chavales que estaban al otro lado)

-“no lo sé”

-“vienen de sus pueblos a infectarnos a los demás”

Aluciné. O sea, nosotros, que entramos cumpliendo las medidas de seguridad, éramos los que podíamos contagiarles a ellos, que no cumplían con ninguna de ellas. Era el colmo.

Este virus no elige lugares, elige personas, y despreciar a otros por su lugar de procedencia, o crear odio o desconfianza hacia quien viene de fuera es ridículo. Al fin y al cabo, ya sea por necesidad o trabajo, todos nos movemos hacia otros lugares, así que suponer que solo el otro puede contagiarnos no tiene sentido. Suponer es ignorar, y hablar con suposiciones y no certezas, es hablar desde la ignorancia.

Decía Elías Conetti “odio los juicios que aplastan y no transforman”, y es que es indignante la actitud de algunas personas frente a esta pandemia. En vez de comprender, apoyar, animar o desear el bien o la pronta recuperación de las víctimas, se las somete a ellas y sus allegados a un escarnio público. Se llega incluso a señalar a otras personas de rebote, sin comerlo ni beberlo, por cuestiones personales o políticas que recuerda a la época inquisitorial. Recuerda al estigma del sida, a cuyos enfermos no se les quería tocar ni acercarse, como si fuera una enfermedad contagiosa.

Se señala de forma gratuita a otros, no les hace falta saber si es cierto o no, (a veces incluso saben que no lo es) porque lo válido es atacar al prójimo, es derribar en muchos casos al rival, al que nos molesta, como en la caza de brujas. Utilizar una pandemia para hacer política o daño al otro es lo más rastrero y triste que he podido ver últimamente.

Pero también hay quien lo hace porque simplemente son así. Hay gente que se pasa la vida hablando mal del resto. Conozco personas que están constantemente girando en torno a lo malo que ven de los demás, como si estuvieran viviendo en una noria de estiércol. Son personas basura, gente que no nos aporta nada al resto ni a la sociedad.

Así que sí, el Covid nos ha hecho peores personas. Bueno, aquí voy a hacer un inciso: ha hecho peores personas a quienes ya de por sí eran malas personas. A la gente empática puede que les haya generado dudas, miedo, recelo… pero no maldad.

Y para terminar, quiero decir dos cosas. Una, que si hay que temer algo es al virus, no a las personas. El hecho de que tu vecino, conocido o compañero de trabajo se contagie y deba estar aislado, no te exime de desearle una pronta recuperación o darle ánimos. Él no ha cambiado, y tú tampoco deberías hacerlo.

Y por último, quiero que pienses en algún momento en el que alguien te haya hecho daño por haberte prejuzgado, y hazte las siguientes preguntas:

– ¿Vas a hacer tú lo mismo?

– ¿ganarás algo con eso?

– ¿te puedes sentir orgulloso de hacerlo?

– ¿aportas algo a la sociedad con ello?

Y déjame decirte que si la respuesta es que tú también actuarías así, conmigo no vas a ganar absolutamente nada. Que en mi idea de sociedad no cabe tu comportamiento acéfalo, y que no tienes nada de qué enorgullecerte, salvo de ser un necio.

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