La maldición de Heathcliff

Por Mari Ángeles Solís del Río · @mangelessolis1
Aquella escena lo decía todo… y nada. Una imagen grotesca para quién lo leía por primera vez… pero aquel trozo de diálogo escondía mucho dolor… mucho dolor y mucho engaño a sí mismo:
¡Ha muerto! ¡Tanto esperar para acabar recibiendo esa noticia! Vamos, fuera ese pañuelo; no me vengas con llantos… ¡Iros todos al diablo! ¿Para qué le valdrán ya vuestras lágrimas!”.
El Heathcliff indolente, insensible, había hablado… y no íbamos a oír al otro Heathcliff, al que se partía en dos por dentro, el que en gemidos silenciosos se consumía en gritos y desgarros, al que sólo se le veía observando con el corazón. Aquel alma que todos habían catalogado como carbón. Aquel… había calmado su dolor destrozándose sus manos contra la piel leñosa de un árbol, viéndose sangre en el tronco y en su piel.
Resulta difícil hablar de este personaje amargado, extraño y hosco. Criado en un ambiente frío, hostil y desagradable. Pero que, quizá por su forma de ser primitiva, conoció lo que es ese amor que brota de las entrañas. Ese amor que pocas personas pueden sentir y, aquellas que lo sienten, tal vez lo ocultan por pudor o vergüenza. Es un amor no sólo de novela, que se hace real en gentes con alma, aunque aquellos que no la tienen digan: “tenía el alma negra, como el carbón”. Pero no es negra, no. Es simplemente alma. No conoce de sentimientos superficiales, ni de manipulaciones, ni de venderse a ningún precio. Porque es fácil oír decir a esas almas: “quiero arrastrarme a sus pies y orar para que me perdone por amarla, por necesitarla más que a mi propia vida, por pertenecerle más que a mi propia alma”.
Cumbres Borrascosas. La novela de Emily Bronte que cautivó. Publicada en 1847. Qué narra el amor entre Heathcliff (más que amor, una maldición) y Catherine Earnshaw. Y sería, tal vez injusto, muy injusto hablar más de ellos sin invitar a conocerlos personalmente. Porque, este clásico de la literatura inglesa, cuya estructura innovadora se suele comparar con un conjunto de muñecas de matryoshka, nos transporta hasta los brumosos y sombríos páramos de Yorkshire, para mostrarnos un amor que sigue vivo, a través del tiempo, venganzas, odios, pasiones y amor más allá de la muerte.
Y ha sido, precisamente Heathcliff, quien ha pervivido a lo largo del tiempo. ¿Quién no oyó hablar de él? Personaje de novela que se ha convertido en historia por un amor tan infinito que el mundo no fue capaz de entender. Un personaje que llegó a relatar: “he sucumbido al sepulturero para que arranque una de las tapas laterales del ataúd de Cathy para que cuando yo muera, hagan lo mismo con el lado contrario de mi ataúd, y que nuestros cuerpos se junten y podamos perecer juntos”, “El lado que de a mi ataúd . Al del maldito Linton, no».
¿Podremos ser capaces, algún día, de saber por qué aquel amor fue una maldición?. Si la miseria, la bajeza humana, no hubiesen existido existirían menos corazones rotos en la historia de la literatura… y en la historia real. Si acaso, muchos nos fuésemos como niñas traviesas, que se alejan ellas solas, para romper su corazón.
En todo caso, y evocando el final de la novela, alguien que camina y observa las tres tumbas. La del centro, amarillenta y cubierta de matojos. La de Linton cubierta del musgo y la hierba. Y la de Heathcliff completamente desnuda. Y así, mirando el cielo sereno extraña que se puedan atribuir sueños tan inquietos a quienes descansan en tumbas tan apacibles… pero es un disparate no mirar esas lápidas, fijar la vista en la losa desnuda y en la lápida amarillenta y pensar: “¿Estarán Heathcliff y Catherine dándose se mano?”.
Aunque entonces sea más que nunca, real, el amor, la maldición de Heathcliff.

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