“La liga de las cacerolas”, por Lope Benavente de Blas.

Lope Benavente de Blas.

Se cumplen cien años de una protesta algo más que inusual, la promovió la clase acomodada. Comenzó en Francia y se asentó en nuestro País con el nombre de la liga de la alpargata.

A principio de los años 20 del siglo pasado, los botines de cuero que con pretendida distinción lucían quienes podían permitírselo sufrieron de manera brusca una subida de precios que creyeron desmesurada, por tal motivo, la clase pudiente se abotinó y cambiaron los botines por alpargatas, que al ser calzado de pobres eran mucho más asequibles. A estos huelguistas de prosapia se les conoció en España como la liga de la alpargata y ocurrió que a las protestas de la alta clase se unió la baja ingenuamente, creyéndose hermanados con los ricos por el uso común de la humilde alpargata. No fueron hermanos sino primos

Aunque en la lejanía parezca aquella liga guasona, no fueron triviales sin embargo sus resultados, tiendas y fábricas de calzado se vieron abocadas al cierra generando un alto paro y mucha miseria, por el contrario, las alpargaterías incrementaron sus ventas, tuvieron incluso que ingeniárselas para dar salida a la inusitada demanda con nuevos diseños para su reciente y elegante clientela, concluyendo en última instancia en un importante aumento de sus precios.

Pero la liga de la alpargata duró lo que duró el verano porque una vez entrado el invierno y los pies del abolengo se hicieron escarchas volvieron estos a sus cómodos botines, abaratados por la protesta, mientras que los pobres siguieron calzando sus alpargatas, encarecidas por la liga. Sucedió también que con la liga en su máximo apogeo, desapareció la gripe española con el calor y no faltaron quienes, jocosamente, lo atribuyeron a la bonanza de la alpargata

Cien años después y en medio de otra pandemia que ya se ha llevado por delante a más de  27.000 compatriotas, surge con el calor otra protesta similar, es la liga de las cacerolas que, asombrosamente, se enrabieta conforme bajan los contagios, aumentan los recuperados y disminuyen las muertes. Si aquella la convocaron los pudientes, esta se concreta en el barrio de Salamanca. Si aquella convivió con la gripe Española, esta cohabita con el coronavirus. Si aquella fue por dinero, ésta lo es por economía.

Desde las azoteas de la calle Núñez de Balboa en el exclusivo barrio de Salamanca, próceres y señoras alientan a sus vástagos a cazuelear calle arriba, calle abajo. Libertad y dimisión gritan exaltados sus cachorros al tiempo que con el cucharón en la derecha golpean el culo de una humilde cacerola que sujetan con la izquierda. Si antaño fue la modesta alpargata la que soportó la importancia de su señor por un “bájame allá esos precios”, una centuria después,  por un “quítame allá esos impuestos”, es la humilde cacerola la que soporta el varapalo.

Abrigados con banderas esos cachorros de buenas personas, gritan con el cucharón alzado y exigen la dimisión del ejecutivo cuatrimesino porque, a poco que les dejen, propagarán justicia social. Atónitos ante el glamur de la borroka cacerolada, desde el barrio de Entrevías avisan, se equivocan señores, ni la bandera es una mascarilla ni se cocinan los virus con cacerola, guarden separación y cumplan la ley como todos, la patria se defiende hoy con prudencia y como siempre, contribuyendo con justicia, siendo compatriotas más que patriotas porque en tiempos de pandemia, no es el contagio patriótico ni leal si es deliberado.

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