La fuerza socialista

Mari Ángeles Solís del Río.

Por Mari Ángeles Solís del Río · @mangelessolis1.
El discurso estaba siendo lento, pausado… le escuchábamos como quien escucha una canción que trae a su memoria recuerdos maravillosos. Su voz, cálida, se abrazaba con el silencio de la inmensa sala. Apenas pude respirar en aquellos momentos… aquellos minutos en los que la desesperanza, va despertando, e intenta abrirse camino dentro de uno mismo. El discurso seguía su curso y yo… yo sólo podía escucharle con los oídos del corazón.

Dicen que, nuestro corazón, tiene tres pieles. Y que, poco a poco, casi sin darnos cuenta, esas pieles se van rompiendo. No se arrugan, no. Simplemente, se abren como llagas, hasta que terminan por desaparecer dejándonos el corazón en carne viva. Primero, se rompe la piel del desencanto. Después nos daña la piel del desengaño. Hasta que, finalmente, salta en mil pedazos, la piel de la decepción. Creo que yo ya estaba cicatrizando la segunda pero fue… aquel discurso, aquel modo de hablar de socialdemocracia, lo que hizo que un dolor inmenso invadiera mi pecho… pero un dolor que agradecí. Estaba recuperando pieles, estaba cicatrizando sin entender… porque su discurso, transcurría lento y pausado, pariendo sólo verdad.

Entonces, entendí que merece la pena creer, recuperé el valor de ser socialista, la ilusión de mirar atrás para respirar y aprender… merece la pena, sí. La piedras del camino, desaparecen al amanecer de los amaneceres, cuando reviertes los malos momentos y los colocas en la balanza, junto con la esperanza. Y la esperanza pesa más.

Se levantó y empezaron sus palabras, un silencio nítido nos envolvió. Entonces supe de la fuerza socialista, esa a la que tantas veces me agarré, esa que estaba dormitando en un rincón. Despertó… algo de muy dentro, despierto entre sollozos para darme el impulso que tanto necesitaba.

Cuando abres los ojos y te das cuenta que, no importan los unos o los otros. Lo que importa es la idea. Hablar de socialdemocracia como algo rutinario, inherente y cálido, que nos llena el ocaso de proyectos cuando nuestras manos están ya cansadas de luchar, una huella que apenas se perfila en la arena pero que el mar, en vez de borrar, la llena de conchas. Y es eso lo que nos llena: la grandiosidad del interior.

Se levantó y salido. Un impulso, -quien sabe si valiente o si cobarde- me hizo salir tras él. Ya en la calle, sentí el tumulto de gente que se agolpaba, tal vez para decir… pero su silueta ya apenas se veía entre la niebla. Acaso sólo, eran unas palabras de agradecimiento las que necesitábamos gritarle..

Sí, gritarle porque había desaparecido cual fantasma, que viniese a despertar conciencias y a volver a llenar nuestras venas de socialismo. El líder se fue… y nadie le siguió. Tal vez, por eso, porque es un líder y, los líderes, no necesitan palmas a su alrededor, ni que les bailen el agua, ni halagos llenos de mediocridad. Es fácil… sólo tenemos que escucharles para recuperar el camino.

Yo me fui, mientras por mi mente, con paso lento, su letanía socialdemócrata iba dejando huella. También, escrutando las callejas, me perdí entre la niebla, acaso escapando del camino que tantas veces busqué. Y, mientras la luz de los faroles vacilaba, vi su silueta que caminaba hacia mí. Parecía que, entre sueños, las brumas de aquella noche de otoño, se hubiesen conjurado para regresarme al pasado y, por unos instantes volver, a aquella ilusión de patear las calles sembrando socialismo, pegar carteles soñando con victorias, planear discursos que estuviesen llenos de justicia y libertad: la ilusión de ser socialista. Hablar cara a cara con el líder mientras el tiempo se resbala para hacerte palpitar.

Nos despedimos, hasta pronto… un sabor agridulce me invitó a volar. Quise volverme, acaso para ver cómo se perdía en la niebla pero mis ojos se toparon, bruscamente, con la misma pared donde, hace más de veinte años pegué yo el primer cartel. Sí… sí, la semilla que desde hace tanto tiempo germinaba dentro de mí, las ideas, la fuerza socialista a borbotones, como un raudal que te empapa de vida… y de libertad.

El secreto es nuestro, la semilla también. Se es socialista siempre pero, indudablemente, nos haremos fuertes, mirando hacia atrás. Ese es el secreto del socialismo: esos cimientos fuertes como el pensamiento, esas ideas que nada ni nadie nos podrá tambalear.

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