La escuela nueva (I)

Eusebio Lucía Olmos.

Por Eusebio Lucía Olmos.
El joven pero ya veterano bibliotecario de la Casa del Pueblo de Madrid, Manuel Núñez de Arenas y de la Escosura, había retornado en el otoño de 1915 a hacerse cargo de las actividades organizativas en las escuelas Nueva y Societaria, tras el obligado paréntesis para dedicarse a preparar su doctorado, cuya tesis – sobre D. Ramón de la Sagra – había defendido brillantemente aquel verano. El nuevo graduado, perteneciente a una familia liberal y de intelectuales de clase alta, pero influido por las ideas de George Renard sobre la prioridad de la educación obrera, había organizado en su propio domicilio, junto con un grupo de amigos – miembros también de la progresía culta –, ciclos de conferencias sobre pedagogía o economía política, en plan experimental. Había pretendido crear con ellos una sociedad fabiana, hasta comprobar que la concurrencia en el grupo de defensores de la teórica actitud «científica» y de sus oponentes activistas, provocaba la ruptura del proyecto. Tras esta fracasada experiencia elitista se había afiliado al partido socialista, coincidiendo con la conjunción republicana, formando temprana parte del generalizado ingreso de intelectuales al que ya hemos hecho referencia, y siendo enseguida nombrado responsable de la biblioteca de la Casa del Pueblo. Fiel a sus antiguas ideas renardianas, había creado la Escuela Nueva en 1911 – inaugurada el 15 de enero –, junto con un grupo de compañeros profesores, literatos y universitarios, preocupados por dar al socialismo español nuevas orientaciones desde una base teórica más abierta, y con intención de servir de enlace y llenar el vacío existente entre los obreros madrileños y la intelectualidad progresista, dándole un carácter mixto de universidad popular y escuela socialista. Pretendían la formación integral del proletariado, tanto en ideología política, como en actividades culturales o formación profesional, retomando la experiencia del movimiento de Extensión Universitaria y las Universidades Populares, tanto del Centro Obrero de la calle Relatores como de la Universidad de Oviedo.
El regeneracionismo de entresiglos había llevado implícita una generalizada inquietud educativa, que el movimiento obrero venía compartiendo con el reformismo burgués. La apertura del socialismo español hacia ciertas posturas reformistas, así como el ingreso en él de ilustres ex-alumnos de la Institución Libre de Enseñanza, vino a impulsar una decidida actividad socialista en el ámbito educativo, con lo que la formación ocupó un relevante lugar en la nueva estrategia. Era el «pedagogismo socialista», como a Morato le gustaba decir. La educación era concebida como un importante instrumento de la táctica revolucionaria, y la clase obrera debía de estar muy bien preparada para el momento en que hubiera de lanzarse a la conquista del poder, debiendo de extenderse tanto a la instrucción primaria, como a la profesional o la educación permanente de adultos. Pero, evidentemente, ni las escuelas oficiales ni las privadas religiosas eran válidas para preparar adecuadamente a los obreros en sus necesidades formativas, y mucho menos aún para convertir a los niños de hoy en hombres de mañana. Por ello, durante las dos primeras décadas del siglo, las organizaciones socialistas – y, sobre todo, las madrileñas – no cejaron en su empeño de llevar a cabo las más diversas experiencias educativas y culturales. Así fueron fundando las escuelas laicas y racionalistas para los hijos de los obreros; las que respondían a las necesidades formativas generales y políticas de sus militantes y obreros asociados, desarrolladas en los Centros de Sociedades Obreras, las Casas del Pueblo o en los recientemente creados Círculos Socialistas; las directamente relacionadas con la formación profesional, como la Escuela de Aprendices Tipógrafos, o la de Chóferes de la Sociedad «La Unión de Cocheros», o la academia de corte y confección, de la Sociedad de oficiales sastres; hasta las relacionadas con la formación puramente cultural de los obreros, con la Asociación Artístico-Socialista y sus secciones literaria y excursionista, su orfeón y su cuadro artístico.
Las Juventudes Socialistas, por su parte, eran también especialmente sensibles a este asunto y, a pesar del escaso número de sus efectivos, mostraron un gran interés por la formación y la cultura de sus afiliados. Su más importante iniciativa fue la creación del grupo Educación y Cultura, con sus concurridas clases nocturnas y dominicales para adultos, en las que se impartían tanto técnicas instrumentales básicas de lectura, escritura y aritmética, como ciclos de distintas áreas formativas, culturales, políticas o artísticas. Hasta organizaron un grupo de clases de esperanto, concursos literarios o su propio cuadro artístico. Incluso llegaron a más. Dos de sus más activos miembros, como Ramón Lamoneda y el propio Núñez de Arenas, habían promovido en 1913 un centro de formación laboral, pensando en formar a sus jóvenes afiliados con ciertas capacidades como futuros dirigentes: la Escuela Societaria. Pero las buenas intenciones de sus promotores chocaron enseguida con la incomprensión de algunos de los más veteranos militantes, que incluso se negaron a participar en las actividades de la Escuela, para compartir con los jóvenes sus extensos conocimientos en prácticas y tácticas societarias o en legislación social.
Todas estas actividades, tanto las políticas como las educativo-culturales, trataban de acercar las organizaciones socialistas a los distintos barrios obreros. Con la apertura de los tres primeros Círculos en las calles de Fuencarral, Valencia y Tintoreros, se dio también un importante paso hacia una cierta descentralización, muy bien aceptada por el proletariado madrileño que respondió con un importante incremento de afiliación. En este contexto, los componentes de la Escuela Nueva trataban de dar un paso más, completando la superación del tan comentado obrerismo de la dirección del partido, y fundiendo la práctica del movimiento obrero con las enseñanzas teóricas, que ya había intentado sin éxito Jaime Vera y que ahora una parte importante del proletariado madrileño parecía demandar. Aportando, además, el actual proyecto dos nuevos y fundamentales elementos aperturistas al del viejo dirigente: abrir sus aulas a todos los explotados – con inclusión de oficinistas y empleados –, aunque no formaran parte de la hasta entonces conocida como clase obrera, e invitar a impartir sus lecciones no sólo a los intelectuales que iban ya adhiriéndose formalmente al partido, sino acercar al socialismo a muchos otros que, como ya hemos indicado, alcanzarán rápidamente junto con aquellos la dirección de las organizaciones obreras, modificando definitivamente las costumbres de un socialismo todavía intransigente en muchos de sus aspectos formales. Téngase en cuenta que seguían vigentes los viejos estatutos de la Agrupación Socialista Madrileña, que excluían, de hecho, de todo cargo y representación electivos a los «obreros intelectuales», aunque dijesen lo contrario las Bases aprobadas con posterioridad. Por ello, para muchos de los «nuevos socialistas» la «cátedra» de la Escuela Nueva era una buena tribuna para darse a conocer, tanto directamente al proletariado madrileño, como por medio de las reseñas periodísticas de sus actividades que, tanto El Socialista como otras publicaciones afines, hacían llegar a todo el español.
(Segunda parte, el martes 10)

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