“La demográcia a elecciones”, por Marco Tulio Luna.

Marco Tulio Luna.

Al parecer se atribuye la frase “cada pueblo tiene el gobierno que se merece” a Joseph de Maistre, un filósofo y abogado nacido en Chambéry en 1753 (Algo ya nos identifica desde la barriada del mismo nombre en Madrid) que se decantó contra la revolución francesa y se opuso a las ideas de la Ilustración, entre otras cosas de corte plenamente conservador. Es curioso cómo hoy en día dicha frase sea utilizada desde todos los flancos y alturas políticas y sociales. Aunque desde otra altura ideológica y política, André Malraux (1901-1976), también francés, parece que manifestó: “…la gente tiene los gobernantes que se le parecen…”. Este escritor y aventurero, político bien avenido con las gestiones del poder, logró estar muy vinculado con España en su momento más complicado de la lucha ideológica de entonces, traducida en guerra real y cruel mácula de la historia reciente de nuestra sociedad mediterránica.

También José Martí (1853-1885) quien fue poeta, político y fundador del partido revolucionario cubano así como organizador de la guerra del 95 en la isla de Cuba expresaba que: “Pueblo que soporta a un tirano, lo merece”. Y también en las epístolas de San Jerónimo se lee “Accessit huic  patellae […] dignum aperculum” (Cada cacerola encuentra su digna tapadera) indicando que los pueblos tienen su correspondencia con sus gobernantes por su merecimiento. Se dice que incluso el reconocido Winston Churchill exaltó la misma expresión en algún momento político de su carrera pública. El profesor constitucionalista Midon refería que “tenemos lo que tenemos porque somos lo que somos” (en “Las leyes faltantes por la omisión del congreso”  referenciado en “Las fronteras del Derecho” de Mario Biscardi).

Al parecer hay una relación directa entre aquellos seguidores de los líderes y dichos guías políticos y los posteriores gobernantes en los procesos democráticos. Hay que reconocer que la democracia moderna se enorgullece de ser “participativa y activa”, con lo cual no es de suyo denostar dicho avance respecto de otras épocas en las cuales los gobernantes no tenían más que su imposición evidente por razones divinas, tradicionales o simplemente de dominación por la fuerza. Independientemente de dicha evolución y su análisis para otro momento, la relación entre los participantes en la elección de los gobernantes es de doble vía y correspondiente una con la otra. Por consiguiente, es llamativo que muchos pensadores políticos y sociales, a más de artísticos, coinciden en que los que gobiernan los rumbos de una sociedad moderna en el ámbito democrático tienen su correspondiente reflejo en sus gobernados e inversamente también.

Si los reflejos mutuos entre gobernantes y gobernados, entre electores y elegidos se configuran al estilo de aquellos juegos de espejos en las ferias de atracciones, se puede suponer que hay corresponsabilidades mutuas en una dinámica heterodoxa en tanto en cuanto dichas imágenes reflejadas inicialmente se superponen, coinciden o se distorsionan, se condensan en otros reflejos o sencillamente no se parecen en lo más mínimo. Una especie de re-creación constante según los espejos y su calidad para reflejar las imágenes que se reproducen permanentemente de acuerdo a la cantidad y calidad de los espejos dinámicos de lo social.

Sin perjuicio de lo anterior es palpable que en algún momento se ha debido generar dicha interacción, y en el caso de los sistemas democráticos occidentales dicho inicio de tal proceso se da en el momento en que hay alguien o algunos que se superan a la homogénea masa para destacarse como líderes de la mayoría. Dentro de este sistema de representación se supone que hay una entronización de las dimensiones electorales: elegibles y electores.

Para poder ser uno u otro de los dos se presupone, por alguna razón tribal de pertenencia, que dichos sujetos son de la misma masa social que pretende designar quien liderará la variopinta comunidad de almas involucradas. Los nexos sociales son determinados por su identificación cultural generalmente, o simplemente por primitivos sistemas de legitimación (Localización común territorial, comunidad de intereses culturales y económicos, cohesión social y mística o religiosa, entre otras muchas posibilidades socio-antropológicas), aunque existen excepciones que confirman la regla en donde los líderes son seguidos por razones sorprendentes que se explotan mucho en las obras de ficción, y que corroboran que la cotidianidad es tener lideres pertenecientes a la misma masa dirigible.

Desde el punto de vista de esa relación íntima de reflejo permanente entre lideres y liderados se puede decir, que al estilo de aquella apreciación que manifiesta que las mascotas se parecen a sus dueños en la política sucede lo propio entre lideres y liderados. En la vida política en particular, los lideres y los liderables al final se van pareciendo y cada jornada se afianzan más los rasgos comunes. Claro está que siguen vivos los nexos que empoderan al lideres o lideres desde lo más básico, casi como las hordas en su palpitar primigenio.

“Los conceptos que fortalecen la posición del líder político son tres: expectativa, credibilidad y lealtad”[1]

Teniendo en cuenta el comentario de Ruiz González, el líder debe tener entre muchas características más, un perfil que genere expectativa, es decir que permita vislumbrar una cualidad en su acción que promueve en los liderados la esperanza de conseguir algo, lo cual significa a su vez que aquel que tiene expectativas posiblemente queda a la “espera” de ver los acontecimientos, de estar expectante. Desde otro punto de vista, el estar expectante lleva en su razón el hecho de haber sido captado en su atención por las acciones del líder.

Además, se supone que debe existir la capacidad de insuflar en la masa expectante un grado de credibilidad suficiente para que sea tomado en cuenta su discurso, el del líder. Dicha credibilidad está basada en la confianza que permite mantener el foco de la expectativa en la acción lideradora sumándole la confianza que le hace creer al liderado, en el sentido más amplio de la palabra, en el mensaje del guía.

Como tercer elemento referenciado, el líder también debe desplegar una de las más altas cualidades que se supone puede lograr la conducta humana: Lealtad (complicado se hace el camino de la definición ética y estética de la misma palabra). En principio suele confundirse con la fidelidad, el cumplimiento de las leyes o incluso con el amor. Puede ser igualmente asumida la lealtad como el acercamiento a la verdad y su verosimilitud en el discurso. Sin embargo, coloquialmente la masa asume la lealtad como una asunción conjunta de conductas unidas a las verdades de los individuos en su querer íntimo; es decir, que la generalidad confunde o mezcla o redefine correlativamente la lealtad con la fidelidad, las cuales son casi sinónimo de conexión entre el referente que expone su lealtad, en este caso el líder, y el referido, interpretando dicha manifestación con un canal íntimo de comunicación que el liderado transmuta emocionalmente, que no en un ejercicio racional sino en un sentir, una emoción, un palpitar. Dicha sensación casi de mágica relación que tiene el liderado es el motor para ir creando una prospección que se expresa en una aparente decisión protegida por el supuesto libre albedrío, pero en realidad obedece a una serie de motivaciones enigmáticas de las sensaciones de los individuos, sentires que se encuentran fácilmente en la expresión de lugares comunes, símbolos, imaginarios sociales y consolidación de reglas conductuales externas traducidas en valoraciones y enunciados, o lo que es lo mismo, “moral y principios en un topos y un tempo”.

La individualidad entendida en su argucia para pretender estar comunicado totalmente con el mundo exterior, y en particular con otro(s) individuo(s) que se alza como el oráculo de dichos deseos emocionales, se auto-justifica cada vez que encuentra incongruencias en el propio interior sicológico y emocional de cualquier discurso o mensaje, como también se encarga de justificar y reacomodar las incoherencias, mentiras y hasta agresiones del líder según los intereses que la masa liderada cree tener en común con sus congéneres. El líder que conoce este simple mecanismo puede enterarse de que en el mundo interior de los deseos y emociones reina en general el caos y la imposibilidad humana de expresar realmente la incomprensible sensación de vivir, es decir, de comunicar real y lealmente su existencia a los otros, a sí mismo y a aquellos que aún no existen; o lo que es lo mismo, hacer historia objetiva, evolutiva y beneficiosa a la humanidad como concepto general.

Si a lo anterior se suma que la consagrada comunión aparente que se crea y sella palpitante entre los lideres y sus correspondientes liderados crea un evidente frente de poder y fuerza, y que dicho ejercicio físico puede accionarse a través de las masas convencidas de activar su presión numérica y tangible,  entonces, desear ser líder se hace interesante. Junto con la sensación de que hay una correspondiente traducción del deseo propio y general, hace que este sitio de liderazgo sea deseado y pretendido por su influencia evidente en la masa social. Es posiblemente el epicentro del poder como concepto primigenio de la época contemporánea, aunque es elemento base desde que existe el ser humano sobre la tierra. El estudio del poder como continente y contenido es tan extenso y confuso como el sentido de la existencia misma de la humanidad en el universo.

Si este camino hacia el liderazgo se hace apetecible, entonces, aquel que comprenda los caminos sensacionales y sicosociales de los individuos en su caos interior, hace surgir las famosas tácticas y técnicas para lograr condensar sobre el líder como guía toda esa energía evidenciada en acción general. Surgen entonces todas las posibilidades de tratar de hacerse con dicho momento de poder y su manutención por el mayor tiempo posible. Los intereses personales saltan a la primera, ya que es lógico y de bulto ver que la masa legitíma cualquier acción propuesta si siente que su caos de los deseos internos es comprendido. Para esta pulsión deben entonces darse las enumeradas características de expectativas, lealtades y credibilidades en cabeza de esos “chamanes” de la política. Supuestamente esa labor es vista hoy como una cualidad, la de ser políticos, la de saber liderar y guiar. Pero como se puede entrever en conclusión provisional, es que para que la masa tenga esa sensación y por consiguiente justifique las decisiones de los lideres, las haga a su vez legítimas, permitiéndose incluso usar la fuerza creando leyes y sus mecanismos coercitivos, deben reflejarse en los lideres sintiéndolo como ellos mismos. Entonces los líderes tienen sentido que sean más reconocidos en tanto en cuanto son individuos de la misma argamasa de la comunidad, es decir, otro que palpita con los mismos caos emotivos y justificativos, ya que es la gota de muestra del mar de la gran comunidad masificada.

Este individuo o grupo de individuos pueden comprender los mecanismos de legitimación y usarlos y abusarlos en su beneficio, ya que el mismo líder es parte del caos y lleva el suyo propio, solo se diferencian de los otros en que han logrado distanciarse de ese caótico palpitar y han visualizado las ventajas de ser líder en cuando sensación efectiva de poder y ejecución de deseos. En el mejor de los casos este tipo de lideres pueden coincidir con el sentimiento general, no en la razón ya que ésta no entra en juego en el ejercicio de la comunicación política, pues sería costoso y de mucho esfuerzo, y los individuos en general quieren traducir inmediatamente sus deseos en hechos sin esfuerzo alguno, lo que se llama radical despotismo humano. Hoy en día, el despotismo se solapa en la supuesta democracia que se vive, se hace bandera que refuerza y sella las verdades y enunciados que la masa identifica como inamovibles e incuestionables con el solo hecho de parapetarse en una supuesta participación general. Lo que no se percibe es que quienes participan en estos procesos solo lo hacen desde su radical caos emocional, pues no asumen que en el juego de la comunicación democrática ideal, se es consciente de que la democracia no es el contenido ni el continente de la vida, sino un mero mecanismo, que bien asumido solo determina porcentajes sobre los sentires sociales, y que es solo un posible punto de partida con el fin de consolidar procesos para poder convivir en la diferencia sin llegar a que los deseos intraducibles surjan a la violencia. Los pensadores durante todas las épocas del desarrollo humano han tratado de reflexionar sobre el gregarismo humano y su utilización, control, ejecución e incluso desaparición en la vida del conglomerado social; aunque solo existan dos individuos, ese mecanismo se encuentra en lo palpable de las relaciones humanas.

Se puede entonces decir que los lideres y sus liderados son de la misma argamasa, de la misma sensación, y de la misma sinrazón. Por lo mismo entonces parece lógico aquello que en principio se dijo sobre que cada pueblo tiene los dirigentes que se merece, o que ha escogido o que pueden dar a luz. Por ello no es entonces sorprendente que exista hoy en día unos lideres que exaltan el radicalismo, sin miramiento alguno, que van a la base más primitiva de sus liderados, que tocan las fibras más animales de los seres humanos con el fin de hacerse con el puesto de legitimación del poder y su ejercicio. Pero peor aún, estos lideres realmente creen en lo que preconizan de radicales “principios” y de “morales” como castillos. Mas grave cuando estos lideres rápidamente ven cómo se refleja en la sociedad sus arengas y exultantes discursos guerreros, como las hordas más básicas. Los analistas sabios de la moderna comunidad digital se hacen eco rápidamente del fenómeno, pero a su vez lo normalizan y lo aceptan, argumentando que es “democrático” aceptar incluso a aquellos que preconizan la radicalización mas primitiva, la grosera expresión y la más fanática exaltación de supuestos mecanismos de cohesión. Disertación que quedará para otra oportunidad al respecto de que la democracia o cualquier sistema de convivencia no puede permitir cualquier atisbo de motivación al daño, la maledicencia, la violencia y la mentira, aun cuando parezca que se contradice el sistema si limita dichas conductas. La democracia moderna, que no es mas que un mínimo principio a desarrollar, no puede avanzar si ella misma sirve de excusa para permitir volver a la relación humana mediante la violencia y la exclusión, la incomunicación y el radicalismo. Para contrarrestar esta mala calidad de la democracia, hay que educar y culturizar en la intelectualidad, el arte y la filosofía reflexiva a los individuos de la generalidad, de donde saldrán entonces líderes de altura y calidad.

Si existen líderes actuales que con la grosera conducta logran aunar cada vez más seguidores, solo puede significar que las sentencias de que cada pueblo tiene lo que se merece es lógica. Ya que entonces la masa realmente es correspondiente con lo que, cada vez más, le llega como llamado a que sea legitimado por el cerebro primitivo y egoísta que ha generado guerras e injusto uso de la violencia para dirimir el mundo creado por el caos de los sentires e intereses individuales. Esa irracionalidad que solo puede verse en los aficionados asistentes a los partidos de futbol, que como energúmenos se conducen cuando se encuentran juntos, aunque individualmente esconden y guardan este tipo de conductas radicales. Los lideres como consecuencia son la biopsia de esa masa que sigue en su caos el camino fácil de la confrontación, de la exaltación primitiva de la lucha y la violencia, que no ejerce un mecanismo democrático como medio sino como campo de batalla, en donde los otros son enemigos y no alternativas, en donde el radicalismo es el posicionamiento pero no la relación reflexiva para lograr lo mejor a las mayorías, pero también a las minorías. Esta democracia no puede entonces enorgullecerse de casi nada, si acaso de haber logrado un seudomecanismo que si se trabaja puede convertirse en una gran vía de comunicación real; en donde esas características del líder procesal de ser leal, expectante y creíble sea reflejo de sus propios liderados, que entonces se supondrán con esas mismas características, y no como lo que hay hoy: grupos de ira, agresividad, mentira, interés personal, interés sectario y completamente ignorante e irracional.

En este momento de Elecciones, que es el ejercicio físico espectacular que tiene el sistema democrático de mostrar su mejor cara, y su manera de justificar y legitimar los resultados sobre los que sus lideres se pelean, se puede entender que si hay lideres que proponen volver a los radicalismos, es porque realmente hay en la masa ese palpitar, oculto y cada vez más evidente. Palpitar que se ha escondido y se ha maquillado de democrática sociedad, pero que en su seno hay deseos de ese caos humano que no termina de esforzarse por convivir ni por ceder en su interés individual y cómodo sentimiento egocéntrico, déspota y tirano.

En España, en las elecciones del 29 de abril de 2019 se mostrará de nuevo que la sociedad fanática existe sin haber solución más allá que en una verdadera y abierta solución política y cultural. Es decir, que si se corresponden los lideres con sus liderados, y cada vez ganan mas terreno social los radicales y déspotas, entonces es que los liderados palpitan por los mismo caminos. Así las cosas, entonces solo significa que la ignorancia y la falta de cultura es evidente. Solo mirar alrededor y ver que la población no tiene una cultura general y mucho menos política para poder tener lideres de altura, ya que como se ha comprobado, la masa sin calidad no puede producir líderes con sensibilidad.

Trabajar en la cultura y la filosofía, la reflexión y creación de criterio, la aplicación de la justicia evolutiva y de la flexibilización de la razón, son algunos de los iniciales espacios a fundamentar. Por ejemplo, el arte es una autopista que permite la sensibilización social, pero es precisamente lo primero que se excluye en estas sociedades, ya que es el arte un mundo de critica dinámica y de creatividad sensible que pone en causa aquello que no funciona humanamente. Lo suyo sería poner en marcha la educación para apreciar herramientas vitales como este espacio artístico, y así con el mundo cultural, que es correlativo y, a su vez, con el mundo educativo y científico, entre otros muchos campos que requieren inversión, esfuerzo y dedicación, algo que la mayor parte de una masa social, parece, no esta dispuesto a realizar, ya que es más fácil simplemente existir y sobrevivir con simples objetivos: reproducirse, comer, asegurarse ese mecanismo y tener provisiones para repetir eternamente ese tipo de existencia.

No es de extrañar entonces que las previsiones más tristes en España sean parte de los resultados de la elecciones de 2019, entrando lamentablemente en la masiva y caótica forma gubernamental y política que en Europa parece estar volviendo a retornar: Políticos y masas radicales llamadas de ultraderecha, pero que realmente son iguales que las ultra izquierdas o cualquier otra ultra-acción radical. Nadie acostumbra a predecir qué pasará en unas elecciones, sin embargo nos arriesgaremos a decir que en España el gobierno que vendrá elegido por esa masa caótica que cree tener su verdad y que es fácilmente influenciada precisamente por su inocente falta de esfuerzo en educarse y culturizarse, será un gobierno que sumará con las facciones tradicionales de derechas y el nuevo partido ultraderechista. Será la entrada de España en el ciclo de los radicalismos Europeos señalados por los gobiernos despóticos Americanos, la de los gritos y los himnos, de los discursos sin comunicar, de las banderas y campos de batalla como sentido de vida, de los vivas sin fondo en la convivencia, de los individualismos, de los orgullos competitivos, de las exacerbaciones de los enemigos y miedos, de los ejércitos y las armas, de los decálogos de principios, de las morales coercitivas y excluyentes, en fin, el de las hordas, las tribus, los grupos, los guetos: de los únicos y los demás. El nuevo partido de ultraderecha tendrá la palabra y empezará el síndrome de división que recorre el mundo, dividiendo lo que tanto ha costado unir, deshaciendo caminos que tanto sufrimiento ha dejado en la historia, y retrocediendo a las cavernas para ser felices en medio del fango; dicen que finalmente: la cabra tira al monte.

“La política no es hacer política, tampoco es hacer discursos, simplemente es prepararse para no necesitar más que del silencio, ya que la sociedad no precisa más que convivir con su caótica existencia sin violentarse mutuamente, y en la preparación intelectual y espiritual está la posibilidad de hacer del mundo social un sitio de convivencia necesaria y satisfactoria, esa es la política, los hechos para vivir en paz sin violentar, y sólo se logra si hay calidad en los convivientes, de lo contrario la política serán sólo los discursos y las palabras de la manipulación de unas almas tan ignorantes como peligrosamente inocentes”

 MOKRAM


[1] Ruiz González, Moisés. “¿Para que sirve un líder?: Lecciones de liderazgo aplicadas a la empresa, la política y la vida”. Ed. Díaz de Santos. Madrid. 2008

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