“La casa», por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

(Primera Parte)

Existe un determinado momento en la vida en que el pasado se impone, bruscamente. Es ese determinado instante en que sentimos la necesidad de saber quiénes somos en realidad, de dónde venimos, por qué elegimos tal o cual camino… Ese preciso instante será el más grande de nuestras vidas, porque ese es el gran momento de la verdad.

Puede surgir de forma sigilosa, como un murmullo lejano de una antigua canción que, sin saber cómo, se ha colado por nuestros oídos y se balancea entre la bruma de nuestros recuerdos. O, tal vez, un aroma casi olvidado que nos traslada a un cuerpo que nos abraza. O, quizás, el contacto de nuestros dedos con las tapas de un libro lleno de polvo que no nos atrevemos a abrir.

El momento llega. Y no podremos evitarlo. Nos haremos millones de preguntas que no tendrán respuesta. Y sentiremos cómo un nudo nos ahoga en el pecho. Solo hay una solución, es muy fácil. Solo es necesario tirar del hilo, del hilo de la verdad. Y ese hilo no es más que nuestra sangre.

A él también le llegó ese momento. Por eso, tras releer los archivos de muchas iglesias de piedra, tras ir entrelazando parentescos y visitando camposantos olvidados entre malezas, logró realizar el resumen desde el ‘primero’ hasta él mismo. Había encontrado el camino.

Aquella tarde, sentado en un banco de piedra, mientras fumaba un cigarro tras otro y mirando la veleta del campanario de aquella iglesia humilde, perdida en un pueblo que casi no se encontraba en el mapa pero que él siempre había oído nombrar, mientras un miedo intenso se apoderaba de sus huesos, sabía que era ‘ahora’ o ‘nunca’. Tenía que seguir el rastro de su sangre para vivir de verdad. Tenía que acariciar sus raíces para saber de la libertad…

Se puso en pie y atravesó una vieja calle. Al final de esa calle, una fuente antigua. Llenó sus manos de agua y las llevó directamente a su cara, frotando de modo parpadeante como intentando visualizar algo. Una figura borrosa, tal vez. Luego, en silencio, se preguntó a sí mismo por ese ademán extraño de llevarse las manos llenas de agua de esa fuente al rostro. Era la primera vez que lo hacía y, sin embargo, sentía que ese ademán lo había hecho durante toda su vida, siempre en la misma fuente… sabiendo que ésa, era la primera vez que pasaba por allí.

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