“Keating”, por Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal · @Gonzalo_Glezcar.
“Pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos…”Teatralizando los versos de Juan Ramón, con la gozosa voluptuosidad de aquél que sabe bien del poder sensual de la palabra, deja explotar ésta en su boca, mientras llena el aula del mágico hechizo contenido en el texto.Así le recuerdo. Presa de una extática devoción que trataba de inculcar entresus alumnos. Con dispar éxito. Supongo.

Sumido en la tarea de hacer despertar el genio allí donde la chispa de éste pudiese emerger, es donde–en retrospectiva- suparticular estilodocenteadquiríaverdadero vuelo.Obviando la mera transmisión deconocimiento, reconozco su huella en mí a través de la incitación a la reflexión. En el llamado al inconformismo. Al sentido crítico. A lasensibilidad y madurez de pensamiento. En la obligación moral de exponer aquél que uno alberga. El respeto debido en la acogida del de otro.El esfuerzo frente al desagrado. La exigida elegancia expositiva de la idea propia. Y al inexcusable deber de defenderla. Ante todo. Ante todos. Ante uno mismo.

La rara costumbre –imposible en el mundo supuestamente adulto que se nos ha enseñado a habitar- de hacer de la confrontación de ideas vehículo de enseñanza, resulta el más valioso y transgresor gesto de la que fue su arriesgada heterodoxia. Permitir a un grupo de adolescentes la posibilidad de llegar a ejercitarse en el pensamiento crítico, supone una de las obras más arriesgadas de representar. Y que,de su mano, resultaba de la más sencilla fluidez aparente.

En el tráfago de ese discurrir, los sujetos se confrontaban en el atrevimiento de pensarse libres. Eincluso algunos nospermitimos serlo. En la pugna con el otro-frente al otro- se construía el discurso. Alumbrando un álgebra antagónica en el que los extremos emergían con la naturalidad del pensamiento. Y la rivalidad sólo ante el raro surgimiento de su semejanza en talla. De ese modo, un impreciso logos se apoderaba de una de las mejores horas de aquellas semanas mías.

Asendereado por los derroteros -no siempre- elegidos de toda vida, el pasado se aprecia bajo forma de aquellas convicciones que aún restan firmes frente a la dislocación de las vicisitudes del tiempo. Discurrir en el que uno adivina a vislumbrar la traza de los que decididamente contribuyeron a hacer que uno sea cuanto es.

Pues esa es la función reservada para todo maestro. La autoría de haber conformado significativamente una mente. De haber erigido, de modo claro y distinto,un hito en una biografía. Y saber que, por humilde que parezca su paso, no es ni fue sino aquél que brindó la oportunidad de llegar más alto.Preciosa cadena de eslabones que, conjuntamente considerados, jalonan una existencia. Dan sentido a un proceder.

No hay labor pequeña en el proceso educativo. Todo papel en él se trasluce nítidamente a la luz del resultado. La de un ciudadano pleno. O la de un ser castrado. Nuestra república vecina sobradamente sabe el papel que su Lycéejuega enla conformación y grandeza de su sentido ciudadano. Más al sur, tal vez, no hayamos aún alcanzado a valorar plenamente la impagable dimensiónmoral de la instrucción pública. Aquélla con la que toda sociedad se la juega. Pues una vida no es sino una apuesta ética a falta de ser desencadenada por la mano que la guía. Y que sólo si ésta ha sido la Razón, tendrán sentido y permanencia. Individual y colectiva.

Por fortuna, a pesar de nuestras carencias institucionales, nuestro camino sigue salpicado de esfuerzos individuales que tratan de dar coherencia a las limitaciones patrias. En el caso del que suscribe, fueron los de un pequeño titán burgalés de nariz aguileña. Un remedo íbero de Jacques Cousteau,al que rindo tributo saludando su paso. De pie. Sobre mi viejo pupitre. “¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!”.

In Memoriam

Chacho

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