“J’accuse…!”, por Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal · @Gonzalo_Glezcar.
A mayor consciencia, mayor responsabilidad. Divisa que cifra el mandato ético, la necesaria condena, de toda vida. El ineludible deber del compromiso individual,expresado en términos delalcance de su pensamiento. Fruto de su conocimiento, la capacidad de penetración del sujeto en el juego de formas de lo aparenteexige de él la implicación que su intuición intelectiva obliga.

Encuadrada en tal marco, concernida por cuanto sea y agite la realidad común-hasta donde alcance el límite de su entendimiento-, e incapaz de mostrarse indiferente–a riesgo de traicionarse- ante ello,los rosáceos dedos de la aurora rasgaron–ya hace un siglo y cuarto- la figura de un raro espécimen de la taxonomía social de un tiempo.

Tiempo que, como todo otro, exige a sus hijos el esfuerzo de lucidez por comprenderlo. No meramente transitarlo. Y fundar en él las bases de una convivencia que permitanexplorar y explotar inteligentemente las más de las potencialidades del don de la vida –individual y colectiva- agazapadas tras su paso.

Así,emergióla figura del intelectualcomo necesario guía moral de una sociedad. Fiel de la balanza de su presente incierto. Erigido sobre el solvente baluarte de una biografía de acopio y reflexión, su posición referencial debe ser capaz de aguantar incólume los embates de ideas legítimamente contrarias, vulgares opiniones y espurios intereses.Dispuesto a encomiar lo meritorio -o denunciarlo inaceptable- en lo antagónico. A alzarse ante la injusticia. A doblegarse ante la razón. Sin miedo. Ni reserva.

Su vida se bate fatalmente en el campo de las ideas. Allí donde germinan los usos de toda sociedad. Donde radica su fundamento moral. Donde toda quiebra amenaza con su hundimiento. Y en el que el compromiso por el mantenimiento de su dignidadse yergue como único deber, e inexcusable raisond’être de su apuesta ética. La de una acérrima defensa del pensamiento frente al hostigamiento de la sinrazón. La imprescindible fundamentación del debate público.Abandonandola comodidad de su torre de marfil. Saliendo a la arena.Alzando abiertamente la luz de su llama, con un desafiante non servamfruncido en las comisuras de sus labios.

De este modo,igualmente se muestrael combativo filósofo Agapito Maestreen la reciente película-ensayo “Pensamiento insurrecto” (La Zanfoña Producciones) del multifacético cineasta Gonzalo García Pelayo. Desplegando las claves de un razonarque ni se oculta ni se arredra. Fruto y bagaje de una vida hecha obra.

Refractario frente a toda pretensión conciliadora con lugar común alguno -surgido al amparo de cualquier corrección política- su discurso inconformista disecciona pormenorizada y críticamente los males de la sociedad española contemporánea. Y los riesgos que sobre ella, como sobre toda democracia, planean. La espada pendida de los dejes totalitarios y abusos del poder –provengan éstos de la instancia que sea-, así como del necesario adocenamiento popular para su logro.

Frente a tal riesgo, nuestro honesto intelectual señala que se impone la necesidad de salvaguardar el fundamento del derecho a disentir frente a toda unidad impuesta de pensamiento. A cultivar un ámbito público de debate cierto, en el que la efervescencia tumultuosa del rumor de las ideas encontradas en el rigor tome el lugar de las hueras tertulias mediatizadas a través de serviles voceros de intereses y finessin principios.

Un llamado valiente a la exposición sólida y fundamentadaante el foro público, frente a la ilegítima usurpación de éste por aquellos que busquen la negación del pensamiento crítico. El enjuiciamiento delque habla y no de la verdad que dice. La confusión de la reflexión con el eslogan. De suerte que no triunfen jamás sobre la razón, insolentemente.

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