Injusticias de la historia

Por Mari Ángeles Solís del Río.

Sucede que la historia nos llega a trompicones… con grandes lagunas, a veces se atropellan las palabras y, otras, son pasos lentos los que nos indican el camino. Con falsas alabanzas e injustos reconocimientos, o con olvidos imperdonables y manipulaciones odiosas. Es eso, el devenir de un relato que va de boca en boca, y del que nunca conocimos a los protagonistas, pero que dejan un rastro imborrable, tan imborrable, que pasan los años y sin necesidad de haber vivido el suceso, sientes dolor.
Era noviembre. Las costumbres, hacían a las gentes salir de sus casas, costumbres antiguas, que se respetan pero no se entienden. Es curioso que ciertas costumbres de años atrás, pueblerinas, dicho con respeto, estén aún muy presentes en lugares, en pueblos pequeños que a pesar de estar tan cerca de la capital, guardan esa monotonía y parecen anclados en el pasado…
Era noviembre. El pueblo era pequeño y miraba a los pinos. Tenía un cementerio blanco que también miraba a los pinos, y al agua cristalina… los grupos de gente emprendían el camino hacia el camposanto para honrar a sus muertos. Tristes costumbres que nos hacen recordar a los nuestros una vez al año. Yo también iba, a veces, contagiada de esa monotonía extrema que se acopla en nosotros mismos y nunca llegamos a comprender si es nuestra, o es de un espacio en el recuerdo que nos llama y nos lleva al vacío. Pero llega el día en que la rebeldía se apodera de tu otro yo y te hace reaccionar, eso me ocurrió.
Aquel año, aún siendo niña, me aventuré a dejar la comitiva y explorar en desconocido camino. Me crucé con un viejo que, con cara agradable, me saludó con un leve ademán en su mano izquierda. Continué caminando y, al final del sendero, cortando el paso de lo que parecía una cicatríz, cinco pinos, marcados con unas iniciales y cinco lápidas llenas de musgo y maleza. Un escalofrío tal me recorrió, que no pude evitar preguntar a todo el mundo qué significaba, de quienes eran esas tumbas… pero todos callaban. Tantas veces volví, tantas… que el tiempo me fue convirtiendo en una mujer distinta, acaso rebelde o acaso me ancló en un pasado que nunca viví… y el tiempo siguió pasando.
Siguió pasando el tiempo y floreció un mes de abril. Caminaba por el sendero sin esperanza alguna de encontrar respuestas. Fue aquel día, en que el olor a campo gritaba desde la inmensidad, cuando volví a encontrarme al viejo, esta vez, mucho más viejo, inclinado sobre las tumbas, encorbado… apenas se mantenía en pie con su garrota. Intentaba adecentar lo que la historia había negado: cinco tumbas sin nombre, apenas unas iniciales en los troncos de los pinos.
Sonrió al verme llegar. Mi voz temblaba… pero le pregunté: “¿Quienes son?”. Tras un profundo silencio, me miró y me dijo: “Son ellos. Los republicanos”. Al observar mi cara de sorpresa, me empezó a contar: “Fueron unos años difíciles y, a pesar de dejarse la piel por el pueblo, no permitieron enterrarlos en el cementerio… entoces los trajeron aquí. Yo aún muy niño, ¿sabes?, pero me dolía ver las tumbas sin nombre en medio de este paisaje. Por eso, planté hace muchos años estos esquejes de pino para que sus raíces se mezclaran con sus cuerpos y les hiciesen vivir. Cuando los troncos fueron lo suficiente consistentes, marqué las iniciales de cada uno”. Mi cuerpo se estremecía con las palabas de aquel hombre… pero él, continuaba con su relato: “Mira, -me dijo señalando la primera lápida-, él era el maestro del pueblo, y el que descansa a su lado era el alcalde. También está el boticario… y el médico. El de la lápida de en medio era un labrador. Todos al mismo nivel. Les olvidaron. Eran de izquierdas…”. Mis ojos se inundaban de lágrimas por momentos y mis manos temblaban…
Fue entonces, cuando comprendí lo injustamente que la historia trata a las personas, haciendo apartados, desuniendo por miedo o por costumbre… El viejo murió pero yo yo volví siempre que pude para hacerles sentir que estaban vivos, que las raíces de los pinos les daban vida, que aunque ellos perdieron la batalla, sus ideas seguían luchando por encontrar unlugar en este mundo, a veces, tan hipócrita.
Y, hoy, otras vez en nobiembre, tras veinte años sin volver, he querido recordarles imaginando que recorría aquel sendero que iba hasta sus tumbas… y he soñado que volvía a aquel pueblo de piedra, rodeado de pinos, y he visto la silueta macabra de la torre de la iglesia recortando el horizonte, sin campanas doblando y con un frío que calaba hasta los huesos. Hoy, he querido recordar a aquel hombre que con unos esquejes de pino, salvó del olvido a la libertad y a la igualdad. Hoy me he sentido un poco más de izquierdas, hoy me he sentido más socialista porque el recuerdo de esas raíces me han transportado al espacio del recuerdo y el reconocimiento de la lealtad y el compromiso.

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