El independentismo o el declive económico de Cataluña

El independentismo o el declive económico de Cataluña

El declive económico en Cataluña comenzó con la deriva del independentismo y ya en 2018 el PIB catalán quedaba por debajo del madrileño. Un año antes, seguía por delante de Madrid aunque a poca distancia.

Lejos quedaban los años en que la economía de Cataluña estaba muy por encima de cualquier otra región. Sin embargo, con el independentismo creciendo llegó el declive económico. En 2017, Madrid superaba en renta per cápita a Cataluña.

La cosa no fue mejor durante el procés y, posteriormente, por la inestabilidad política de la región. Eso se traduce en más paro, un ritmo más lento del crecimiento de la población y su envejecimiento, lo que hace que Cataluña no pueda pagar sus pensiones.

A ello se une la caída de la inversión extranjera a favor de Madrid o cualquier otra región, menos Cataluña. Durante el procés y la posterior declaración unilateral de independencia, alrededor de 4.000 empresas cambiaron su domicilio social.

Seis empresas a la hora huían de Cataluña mientras las agencias de rating mantenían la calificación de solvencia catalana como bono basura. El independentismo no ha traído otra cosa a Cataluña más que el declive económico del empobrecimiento de la región.

A Cataluña no le sienta bien el independentismo. Los secesionistas siempre repetirán que “España nos roba” o el efecto capitalidad. ¿Es nuevo esto último? No, y, en cambio, Cataluña era el motor económico de España.

Lo cierto es que la falta de un Govern que se ocupe de analizar el problema y de buscar soluciones está detrás de todo ello. Pero no se puede esperar algo así de un régimen secesionista.

El independentismo se ha traducido en declive

La situación se traduce en que los jóvenes catalanes han pasado de ser emprendedores a convertirse en funcionarios. También la política lingüística ha puesto freno a la llegada de talentos e incentivando la marcha de personas y empresas.

Asimismo, la presión fiscal que ha llevado a los negocios a huir de Cataluña. También, la pérdida de peso del sector industrial en la economía española y en la europea. Aunque esto es ajeno al independentismo, el Govern debería haber apostado por políticas de reindustrialización. No lo hizo y, sin embargo, el precio del suelo industrial se mantuvo alto.

Hay que olvidar la corrupción vinculada al clientelismo político, lo que hace un huir a las empresas no afines a los nacionalistas. Tampoco la gestión y el gasto público se han dirigido a crear riqueza, sino a impulsar el procés.

A su vez, la Generalitat en manos del independentismo no ha querido implicarse en el Gobierno central, dificultando la presencia catalana en centros de decisión.

El futuro no es nada positivo por la incertidumbre política y la inseguridad jurídica que provoca que un gobierno se salte las leyes. Igualmente, por la división social o el temor a que la independencia suponga la salida de la Unión Europea.

Las elecciones de hoy pueden marcar un punto de inflexión que la estabilidad política regrese a una región rica y trabajadora. No obstante, la crispación va a seguir siendo la tónica, lo que no ayuda.

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