«Hasta siempre, compañero», por Pedro Molina Alcántara.

Pedro Molina Alcántara.

Ayer durante la comida conocía la desagradable noticia de la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba, político socialista, ministro en varias ocasiones, bajo la presidencia de Felipe González y también con José Luis Rodríguez Zapatero. Parece casi un atrevimiento escribir unas palabras sobre Rubalcaba, toda vez que hoy numerosos hombres y mujeres de Estado, líderes de nuestro país e internacionales, lo recordarán refiriéndose a él con mayor conocimiento de causa que yo. Por ello escribo con la máxima gratitud hacia Diario Progresista por la confianza depositada en mi persona y asumo este encargo con toda responsabilidad.

En estos días se hablará ampliamente de sus logros políticos, fundamentalmente el de haber sido artífice de la derrota de la banda terrorista ETA -junto con tantas personas demócratas que pusieron su granito de arena, por supuesto que sí-. Se hablará también de su trayectoria académica y científica como profesor universitario de Química, porque Rubalcaba era un hombre que tenía una carrera profesional al margen de la política, y eso es admirable.

Yo quiero hablar, humildemente, de como un joven que se considera progresista, socialdemócrata, un servidor que escribe estas líneas, se sentía un tanto desanimado con la política a finales de 2011. Yo voté para que Rubalcaba fuese presidente del Gobierno de España aquel 20 de noviembre en el que el Partido Popular capitaneado por Mariano Rajoy obtuvo mayoría absoluta. En un contexto sociopolítico y económico como el del trienio 2011-2014, con una crisis sistémica brutal, la polarización entre el Gobierno de Rajoy y los movimientos sociales que florecieron (15-M, mareas…) dificultaba enormemente al PSOE de Rubalcaba encontrar un espacio político atractivo para la mayoría social a la que el partido socialista siempre representó. Sin embargo, para mí

resultó ejemplar la imagen de un exvicepresidente que después de haber caído desde lo más alto al tomar las riendas de un partido en horas bajas, erguía su enjuta figura y se arremangaba para afrontar con dignidad la travesía del desierto de la oposición. Sin casi ningún apoyo de los medios de comunicación, no se amilanó y cumplió su promesa de abrir el partido a la militancia y a la sociedad civil en la Conferencia Política de 2013, un magnífico legado político que sentó las bases del Nuevo PSOE. Su renuncia a mediados de 2014 supuso un acto de responsabilidad no solo para con su partido, sino también para con la sociedad española, que necesitaba un liderazgo renovado en la izquierda de corte socialdemócrata.

Por todo ello, hasta siempre, compañero. Hasta siempre, Señor Ministro. La Democracia española nunca te olvidará.

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