Hace ahora un siglo (15)

Por Eusebio Lucía Olmos.
Aquel año se había recomendado previamente a los participantes en la manifestación del 1º de mayo suprimir los himnos que en ella se solían interpretar, «como expresión de sentimiento por las víctimas que el capitalismo inmola actualmente» en los frentes de batalla europeos. Pudo también apreciarse por vez primera la importancia que la prensa daba a la fiesta obrera, pues la Puerta del Sol estaba llena de fotógrafos que pretendían captar imágenes de ella, subidos en escaleras portátiles y hasta en las mismas columnas de los cables de los tranvías. Incluso pudo verse al operador de una cámara cinematográfica que, desde el balcón central de Gobernación, rodaba para la posteridad el paso de los manifestantes tras las banderas de sus sociedades.
Pero lo más llamativo del desfile de aquel año fue que al llegar la manifestación al edificio de la Equitativa, en la confluencia de las calles Alcalá y Sevilla, se encontró de frente con la comitiva fúnebre del entierro de la duquesa de Bailén, que se dirigía hacia la Puerta del Sol. El Socialista del día siguiente describiría el contraste entre ambos desfiles: lujo y aparatosidad en el que acompañaba a la muerte y sencillez en el que representaba la esperanza de vida. El primero lo abría una sección de guardias de Seguridad a caballo, y precediendo al féretro iba el clero de San Jerónimo, hermanas de la Caridad y niñas de la Inclusa y los asilos madrileños. La presidencia del duelo la ostentaban representantes de la familia real, y en el acompañamiento figuraba toda la aristocracia madrileña así como delegados de la élite del clero, la milicia y la política, predominando, obviamente, los elementos reaccionarios. La providencia quiso que, gracias a esta fortuita circunstancia, por primera vez presenciasen la manifestación obrera de 1º de mayo don Antonio Maura y don Eduardo Dato.
Muchos participantes no pudieron avanzar más allá de la esquina de la calle de Piamonte con Barquillo. La multitud se fue congregando en las calles de los alrededores para escuchar con dificultades el discurso que les dirigió Pablo Iglesias desde uno de los balcones del edificio número 2 de la primera de las calles, y en el que, tras hacer referencia al conflicto europeo y a la crisis interna, criticó duramente la actitud del Gobierno, animando a los obreros a perseverar en la lucha. Los vítores y las aclamaciones duraron largo rato, mientras los asistentes fueron abandonando el lugar al que regresarían por la tarde para asistir al gran mitin en el salón teatro.
La Casa del Pueblo era durante aquellos días escenario de numerosas reuniones, pues sus diferentes organizaciones se enfrentaban a la necesidad de salir de la atonía en que – con cierta frecuencia – se habían venido manifestando ante el gran problema que afectaba a la clase trabajadora. De esta manera, con el paro aumentando, los precios subiendo mucho más deprisa que los salarios y la agitación obrera creciendo, llegó el día 17 de mayo de 1916 en que, adelantándose en un mes a lo planeado, precisamente por estas causas, se celebró en su salón teatro la inauguración del XII Congreso de la Unión General de Trabajadores, que las circunstancias hicieron que se tuviese por trascendental. El desarrollo manifestado por las organizaciones socialistas en años anteriores se había paralizado con la durísima situación social que se vivía, coincidente con el auge anarquista y las discrepancias conjuncionistas. De hecho, el sindicato socialista había visto como sus casi ciento cincuenta mil afiliados de 1913 habían quedado reducidos a la mitad. Pero el cónclave eludió cualquier análisis autocrítico.
La imparable carestía de la vida y el continuo empeoramiento de las condiciones de vida de los obreros, como consecuencia de aquélla – que el reciente Congreso del partido había eludido analizar –, centraron los debates de sus sesiones. Fueron éstos largos y laboriosos, pretendiendo los más radicales organizar inmediatamente movilizaciones. Isidoro Acevedo y Manuel Llaneza, como delegados asturianos, presentaron la propuesta de llevar a cabo una huelga general de veinticuatro horas, conjuntamente con la CNT – que envió un delegado de la recientemente celebrada Conferencia Nacional de Valencia –, presionados por las radicalizadas bases mineras. De todos era sabido que tanto Pablo Iglesias como Vicente Barrio, además de su tradicional reticencia a mantener cualquier tipo de relación con los anarquistas, pensaban que la huelga general era un arma que había que utilizar con mucha prudencia, y la propuesta fue rechazada. Finalmente, se acordó protagonizar el liderazgo de la izquierda, aceptando para ello cierto acercamiento a los anarcosindicalistas, con quienes no se mantenía prácticamente ningún contacto desde la histórica ruptura de la I Internacional en 1876, aún contando con las reservas del grupo de dirigentes conservadores del sindicato. El 24 de mayo, en que se clausuró el Congreso, quedó aprobado un acuerdo de cinco puntos sobre «las subsistencias y crisis de trabajo», así como la confirmación de que un mismo equipo dirigiría partido y sindicato socialistas.
Por la prensa obrera se pudieron conocer de inmediato los detalles de la visita que el nuevo comité hizo a Romanones, para hacerle entrega de las principales conclusiones del Congreso. Besteiro, como portavoz, comunicó al conde que la organización obrera estaba decidida a llegar hasta el final para conseguir fueran aceptadas sus propuestas. Romanones les dio muy buenas palabras y prometió muchas seguridades pero, como en ocasiones anteriores, no tomó medida alguna. A la salida de la reunión, el ministro de Fomento, Rafael Gasset, asistente a la misma, aseguró a Largo Caballero que en el presupuesto que se estaba confeccionando se reservaban importantes partidas para obras y construcciones públicas, de tal manera que para octubre ya no habría paro e, incluso, más trabajo que mano de obra disponible. Desgraciadamente, el presupuesto que se preparaba – en el que iba incluido el proyecto del ministro de Hacienda de gravar impositivamente las cuantiosas fortunas que algunos españoles habían amasado al socaire de la guerra – no sería aprobado por las Cámaras, recibiendo la más dura oposición de los conservadores Maura, Bugallal y La Cierva, y el regionalista catalán Cambó. El vivo debate se prolongó hasta el 13 de julio, día en que el gobierno suspendería las sesiones parlamentarias a consecuencia de la huelga ferroviaria que se declararía.
El plan de acción aprobado en el Congreso ugetista respondía a las características básicas tradicionales de las organizaciones socialistas españolas: deliberación previa, planeamiento detallado, negociación, así como prudentes y paulatinos avances hacia objetivos concretos, a pesar de la aparente radicalización de sus conclusiones escritas. Para alcanzar una acción concertada con la otra central sindical había que conseguir encajar esta filosofía de actuación con la más impulsiva y directa de los anarcosindicalistas, quienes, como ya queda dicho, unos días antes del Congreso del sindicato socialista habían celebrado en Valencia una Conferencia Nacional. Los más puristas de sus delegados aceptaban a regañadientes la acción conjunta con los “funcionarios” y “adormideras” socialistas, pero a lo que no estaban dispuestos de ningún modo era al proceso de fusión de ambas centrales que algunos llegaban a apuntar. Eran de idéntica opinión que los socialistas más conservadores.

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