Hace ahora un siglo (13)

Por Eusebio Lucía Olmos.
La Casa de la Moneda se benefició también de la neutralidad española, pues la situación bélica motivó que su homóloga francesa le encargara la fabricación de 30 millones de monedas de 5 y 10 céntimos de franco, ya que sus talleres carecían de la capacidad necesaria para acuñarlas. Sin embargo, la calcografía no terminaba de marchar. Las planchas que acababa de grabar don Enrique Vaquer, dedicadas a conmemorar filatélicamente el próximo tercer centenario de la muerte de Cervantes, habían tenido que ser impresas en la casa londinense Bradbury & Wilkinson, ante la incapacidad de hacerlo en el oficial establecimiento fabril. Además, los salarios se habían ido quedando muy por debajo de los de las imprentas privadas. La posibilidad que éstos tenían para negociarlos directamente con sus patronos, y mucho más en aquellos momentos de euforia económica, contrastaba con la dificultad para conseguir que se incluyeran sus subidas en la correspondiente ley de Presupuestos.
Llegado diciembre, y resguardándose del intenso frío, unas cuantas personas se apostaban junto a la verja de la rampa de entrada de la plaza de Colón, que a medida que se aproximaba el día 22 iban siendo más numerosas. Su objetivo era presenciar el sorteo de la lotería de Navidad que en el salón de la Casa de la Moneda se celebraba. El día 20 eran ya unas treinta las personas allí congregadas. Muchas de ellas lo que pretendían era únicamente vender su lugar en la cola, como una pobre mujer de más de ochenta años que esperaba obtener alguna peseta por tal cesión. El primer puesto lo defendía con uñas y dientes una señora que había venido desde la Línea de la Concepción expresamente para el sorteo, con la esperanza de sacar cinco duros para un burro con la venta de su puesto y el premio correspondiente a alguna de las quince o dieciseis participaciones que llevaba, donadas por los cabalistas. Le seguía un golfillo escuálido, alto y sonriente que soñaba simplemente con las dos pesetas que le podía valer su constancia si conseguía vender su puesto. La mayor parte del resto eran grupos de mozalbetes, vecinos de los suburbios madrileños. Para combatir las duras condiciones climáticas de aquellas noches un fumista de la próxima calle de Claudio Coello les había llevado dos estufas que alimentaban los vecinos de aquella barriada. Un tabernero de la calle de Juanelo les trajo un pellejo de vino, un panecillo por cabeza y una peseta para la señora Luisa. Un “tupi” de la calle de Fuencarral mandó una participación de dos pesetas para el sorteo. Las cocinas de algunas de las vecinas casas de la aristocracia les mandaron las últimas noches una suculenta paella y un guiso de carne con patatas. Otras enviaban cafés, panecillos y algunas monedas. Eso sí, dando a la prensa noticia de los donativos y sus orígenes para que fuera hecho público en las diarias ediciones.
Así y todo, tras pasar unas noches de perros, la víspera del sorteo no habían vendido ni un solo puesto, pero los alrededores de la plaza de Colón estuvieron toda la madrugada concurridísimos, incrementándose la cola considerablemente. A muy primera hora hizo su aparición un importante contingente de guardias de Seguridad en previsión de cualquier altercado. A las ocho y media, en que se abrieron al público las puertas del salón de sorteos, entró la gaditana en primer lugar. En pocos momentos se llenaron los bancos destinados al público, situándose en los de la primera fila lujosas y conocidas damas que, evidentemente, no habían tenido que hacer cola para reservar su localidad. Mientras comenzaba el sorteo, los animados grupos formados por algunas de éstas, ciertos altos funcionarios de las administraciones central y municipal y los concejales que formaban parte de la Mesa, comentaban que se había vendido la totalidad de los 52.000 billetes de que constaba el sorteo, por valor de 52 millones de pesetas, y que los premios supondrían 36 millones, por lo que el resto sería beneficio para el Tesoro. Algún habitual espectador y buen seguidor de los sorteos recordaba que los cinco últimos años el gordo había caído en San Sebastián, Barcelona, Santander, Madrid y Ripoll. ¡A ver dónde iba éste año!
Comenzó el sorteo por el recuento de los 52 millares de bolas, operaciones mecánicas dirigidas por el jefe de ellas en la Casa de la Moneda, don Emilio Ortiz. Estas operaciones que hasta el año pasado se habían hecho por rosarios de a mil bolas, se habían querido simplificar en este sorteo por medio de un aparato de sencillo mecanismo, inventado por operarios de la Casa. Pero, a pesar de las pruebas realizadas anteriormente, al utilizarlo el día del sorteo el público protestó de que algunas bolas se quedaban sin desprenderse de los alambres, por lo que hubo necesidad de realizar el recuento de manera lenta y prolija, según el antiguo sistema. Verificado finalmente éste, se procedió al sorteo por parte de los niños del Colegio de San Ildefonso, que cantaron su larga y monótona relación de números y «pedreas» de cinco mil pesetas. Los tres primeros premios importantes, de 70, 90 y 100.000 pts, fueron para Barcelona.
Al finalizar el sorteo, la de la Línea se fue corriendo, como miles de madrileños, a la Puerta del Sol para comprobar si sus números estaban entre los premiados, y podía regresar a su pueblo dichosa por poder cumplir su sueño. Hubo de detener su recorrido en varias ocasiones al cruzarse con muchos paveros que arreaban con un palo sus manadas por entre los carruajes, tranvías y automóviles que circulaban profusamente aquellos días por el centro de Madrid. Al llegar a la céntrica y concurridísima plaza pasaría revista a la lista de los números agraciados en las grandes pizarras que fijaban La Correspondencia y El Heraldo. Pero, tras verificar repetidas veces que ninguno de los números que llevaba estaba entre los premiados, llegó a la conclusión de que al año que viene no se le escaparía. Los tres primeros premios, de 6, 3 y 2 millones, respectivamente, habían correspondido a números vendidos en El Ferrol, Barcelona y Burgos. A Madrid, a pesar de lo mucho que jugaba, solamente le había correspondido el sexto premio por lo que muchas caras largas se vieron por la ciudad aquella tarde. Y sin embargo, los obreros madrileños no se pudieron quejar de la suerte de aquel año, pues El Socialista del mismo día 22 daba la siguiente noticia: «Una comisión de la Casa del Pueblo, compuesta de seis compañeros de los Consejos de Dirección y Administración, fue invitada a asistir a la lectura de la última voluntad de D. Cesáreo del Cerro, fallecido en esta Corte el día 4 del actual – realmente fue el 3 –, merced a la cual se lega un millón de pesetas a la Casa del Pueblo de Madrid». Dicho testamento indicaba en su cláusula V: «Lega a las Sociedades obreras que en cualquier época convivan en la Casa del Pueblo, situada en Madrid, la cantidad de 669.000 pesetas (en acciones del Banco de España) y además la casa número 20 de la calle de Carranza, valorada en 330.000 pesetas, sita en esta capital». Un millón de pesetas que un desconocido había querido hacer llegar a los más necesitados era una buena lotería navideña.

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