“Frankly”, por Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal · @Gonzalo_Glezcar.
En chanclas. Sin mayor formalidad que la compleja espontaneidad con que la realidad nos sorprende, este remedo actual del eterno Félix toma su relevo a través de la red, mostrándonos la normalidad de una vida filtrada a través del prisma de la fascinación por su oficio. Desprovistos de guión alguno, más allá de la mera observación de cómo la fauna se desenvuelve en ese pequeño reducto tailandés al que ha decidido consagrar su vida, sus vídeos refulgen con la simple apariencia de esa enseñanza sólo impartida por lo cotidiano.

Recorriendo su refugio –el Cuesta´s Shelter– la aparente calma convivencial reinante entre la multitud de especies allí concitadas evidencia el orden de una coexistencia regulada bajo el permanente principio de un diseño premeditado provisto de una comedida abundancia. Premisa que logra trocar predación en apaciguada coexistencia. Pugna en confiada indiferencia. Temor en placidez. Alejada la comunidad de las garras del hambre, la dimensión instintiva de los sujetos queda subsumida y atenuada ante la premeditada materialización de una sostenida prosperidad que logra extender los márgenes de la interacción pacífica entre estos, acortando la incidencia desencadenante de toda rivalidad: la escasez. Y así, el paraíso emerge ante la perplejidad reflejada en los ojos de los hijos de Caín.

Concitados todos los recursos precisos para su sostenimiento, la diferencia de los antagónicos queda saldada. Tras colmar el vacío de la carencia, despejada la ciega incertidumbre, sólo resta la vida de cada uno de los animales desarrollándose por sí sola. Sin más limitación en el horizonte que la plenitud de sus días. Ni más pesar que su monótono pasar. El propósito de toda vida al margen de su circunstancia. Una plenitud cuyos límites se extienden hasta donde alcanza la capacidad de su criador. De su creador.

Transitar, a partir de ahí, al ámbito humano no precisa de solución de continuidad. La realidad que cristaliza toda sociedad se asienta igualmente en el despliegue conceptual y material que sus hacedores son capaces de proyectar. Siendo siempre sus límites aquéllos contenidos primeramente en el alcance de la mente, y en los intereses, de éstos. Una disposición apriorística sólo evaluable a posteriori, a través del resultado de sus acciones y contenidos. U omisiones y carencias. De las que la naturaleza de la sociedad a partir de ellas erigida, y su subsecuente bienestar, es su sola resulta.

Desenvolverse en un entorno deliberadamente ideado para el logro de un propósito dado forma parte de nuestra más cotidiana experiencia. Y la consciencia de su razón de ser, nuestra más íntima y valiosa condición existencial. Habitar, pues, una realidad no es sino plegarse a las condiciones que su concepción impone. Emergiendo, como necesario producto del troquelado de su vida, una particular tipología de hombre. Simple animal, como cualquier otro, moldeado –o maleado- conforme a como le ha sido impuesto.

De ahí que un individuo alienado por el predador egoísmo, agobiado por el pesar ante el futuro, o amedrentado por la violencia latente de los sistemas de relación social, y que busca su solución en el vacío del consumo y el extravío en la fatua diversión, no es sino representante de un colectivo sobrecogido por el diseño de un medio inadecuado. Y del marchamo inculcado en una respuesta falaz. Una criatura acorralada y asustada. El fruto moral de una endémica miseria. Aquella que por sí sola concita todo mal. Sostenida por el modelo humano que se nos ha dado ser. Y que sólo es producto y origen de la carencia. De seres carentes.

Frente a esto, la opción de concebir un paradigma alternativo exige analizar las condiciones de nuestra existencia desde la perspectiva del potencial que el presente abriga, más allá del que  parece ofrecérsenos. Sabiendo que sólo articulando un modelo económico ecuánime, capaz de sostener una prosperidad estable, se logrará erigir una convivencia más edificante y armoniosa para los sujetos sumidos en él. Y que éste sólo puede ser producto de unas mentes capaces de concebir y albergar una realidad superior a la que hasta ahora han dado alcance.

Un complejo proceso de transformación colectiva que precisará de una previa modificación de nuestras élites decisoras. Y de su fútil retórica. Es hora de hablar con franqueza. Aunque cueste. De persistir en la inacción acomodaticia y el deterioro productivo, es sólo cuestión de tiempo encontrarnos a la intemperie. Humanos expuestos a lo peor de su condición.

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