Francisco Largo Caballero

Nico Ferrando.

Por Nico Ferrando.

Infancia y Juventud

Francisco Largo Caballero, uno de los dirigentes históricos del socialismo español, no tuvo una vida fácil y es un claro y contundente caso de superación en la izquierda de nuestro país. Desde luego, salió adelante con esfuerzo, trabajando desde muy pequeño y padeciendo una situación familiar complicada, como veremos en este capítulo. Es el vivo ejemplo de cómo un albañil puede convertirse en un líder político pragmático y en un estadista, que supo cambiar la realidad de la clase obrera. Nos dejó innumerables escritos y cartas, que son la pruebas contundente de la vida y la obra de un político fundamental del siglo XX, que supo pelear ante el poder establecido y se creció, de forma significativa, ante la tremenda adversidad que le tocó vivir.
Él mismo cuenta en la época que vino al mundo: “Surgí a la vida en vísperas de grandes acontecimientos mundiales: guerra francoprusiana, Commune de París, proclamación de la Tercera República en Francia y de la primera en España. Nací el 15 de octubre de 1869 en Madrid, en la Plaza Vieja de Chamberí, en cuyo terreno posteriormente se edificó la casa que en la actualidad ocupa la Tenencia de Alcaldía del distrito. Mi padre, Ciríaco Largo, natural de Toledo, carpintero de oficio. Mi madre, Antonia Caballero Torija, natural de Brihuega, provincia de Guadalajara”.
Creció en un hogar roto en dónde su padre maltrataba a su madre, algo de lo que no habla en ningún documento de forma explícita pero que deja traslucir de forma muy diplomática de la siguiente forma: “Discordias en el matrimonio obligaron a los cónyuges a separarse, quedando yo con mi madre, a la edad de cuatro años”. Por motivos de trabajo de su madre, pasó una temporada en Granada, al cuidado de unos amigos de la familia. Largo Caballero lo explica así: “Como mi madre tenía que trabajar, quedé al cuidado de un matrimonio granadino, del cual la mujer se llamaba María Vela, e ingresé en el colegio de los Escolapios donde pasaba el día jugando con otros niños de mi edad y me iniciaba en los primeros conocimientos escolares”. Antonio Miguel Carmona, director de este periódico, ha estudiado esta cuestión y lo ha mencionado en numerosas charlas y discursos con militantes socialistas.
Fue algo traumática su vuelta a Madrid puesto que quedó al cuidado de un hermano de su madre en dónde no fue muy bien recibido. Él lo relata de esta manera: “Mi madre trabajaba de sirvienta. Yo vivía con un hermano suyo llamado Antonio, de oficio zapatero; era casado y tenía tres hijos, domiciliado en la Plaza de Chamberí en la casa medianera a la que yo nací. Mis primos, mayores que yo, me trataban como a un intruso que les comía su pan”. Por tal motivo, se decidió que empezase a una temprana edad a trabajar. Francisco Largo Caballero lo relata así en una carta: “Para ganar el pan que comía y cuando tenía siete años de edad, mi madre y mis tíos decidieron ponerme a trabajar. Después no he vuelto a pisar una escuela para recibir instrucción”. De hecho, solo sabía leer y escribir cuando se sumó a las filas socialistas y los conocimientos que adquirió en materia política se los inculcó Pablo Iglesias Posse, al que le reconoce su cuidada formación general y su perseverancia en la lucha por los derechos de los trabajadores.
Largo Caballero relata como llega a ser estuquista, una especialidad muy valorada dentro del gremio de la construcción: “Andaba sin saber donde dirigirme. Sin darme cuenta llegué a la calle de la Magdalena; entré en la del Olivar y me dirigí hacia la plaza del Avapiés. En un portal vi a un anciano trabajando de zapatero que me recordó a mi tío que siempre renegaba del oficio, lo que no impedía que dijera que era muy socorrido «por la facilidad de ejercerlo en cualquier parte y cualesquiera que fueran las circunstancias». Quedé parado ante el cuchitril que al anciano le servía de taller y le hice la misma pregunta: «¿Le hace falta un aprendiz?» El anciano me contestó con otra: «¿Sabes algo?» «No», contesté. Entonces me dijo con acento de bondad: «Lo siento mucho, pero no puedo recibirte». Creí ver en él cierta simpatía, que no había observado en las otras personas a quien me había dirigido y me quedé mirando como trabajaba. Me hizo varias preguntas sobre las causas de buscar trabajo siendo tan joven. Estando en este coloquio, llegó un señor, le saludó muy afectuosamente — después supe que eran tío y sobrino—, y le preguntó qué deseaba yo. Informado dicho señor me dijo:«¿Quieres ser estuquista?» Nunca había oído esa palabra, ni sabía por tanto su significación, pero mi contestación fue rápida y terminante:

—Sí, señor.

¡La necesidad acompañada de la inconsciencia, impulsa a la osadía!

—Mañana —me dijo—, a las seis, preséntate en la calle de Jesús del Valle, 17, principal, pregunta por Agustín Pérez, ya te diré dónde debes ir a trabajar.

Llegué a casa contentísimo; di a mi madre la noticia con una alegría enorme; me parecía haber crecido en edad y en ¡estatura!, ¡creía ser ya un hombre! Mi madre lloraba de emoción, como si nos hubiéramos salvado de un gran peligro y nos preguntábamos: ¿Qué será eso de estuquista?”

Francisco, ya adolescente, tomó conciencia de la importancia de la lucha obrera, a la que se comprometió desde una temprana edad y que no abandonó nunca: “ Fue trabajando en la carretera de Tetuán de las Victorias a Fuencarral donde oí por primera vez hablar de la Fiesta del Trabajo, del Primero de Mayo y de su significación. Era el año de 1890 y se había celebrado en Madrid un mitin y una manifestación. En el primero hablaron Pablo Iglesias y otros, y el objeto de los discursos fue exponer el programa de reivindicaciones obreras acordado en el Congreso Internacional celebrado en París el año anterior y, muy particularmente, de la jornada de trabajo de ocho horas. Los oradores habían recomendado la unión de todos los obreros en sociedades de resistencia, con objeto de presionar a los gobiernos y obtener de los poderes públicos una ley implantando dicha jornada”. El calado de las palabras de Pablo Iglesias en Largo Caballero fue tal que, rápidamente, comenzó al día siguiente a organizar una sociedad de resistencia en su gremio: “El día 2, después de liquidar mis cuentas, con los acreedores, regresé a mi casa con la obsesión de cumplir lo recomendado por los oradores del 1 de mayo: asociarme. Lo que oí se me grabó con tal fuerza en mi espíritu, que consideré un deber inaplazable su realización”.
En su continuo afán de superación en todo lo que hacía, Largo Caballero entró en el Partido socialista Obrero Español, el partido fundado por Pablo Iglesias el 2 de mayo de 1879 en Casa Labra. “Solicité el ingreso en el Partido Socialista Obrero Español, y no por sentimentalismo o simple simpatía. Mi alta en la Agrupación Socialista Madrileña tiene fecha de 14 de marzo de 1894. Tenía veinticinco años cuando ingresé en el Partido y contaba con una antigüedad de cuatro años en la UGT. y en la sociedad de mi oficio”.
Un, ya formado, Francisco, se ganó el respeto de todo el partido. Era una persona con ganas de hacer cosas y de luchar en un contexto que se presentaba muy difícil. Eso le valió ser multado en varias ocasiones. Él lo explica de esta manera: “La fe en los ideales socialistas, la seriedad en la conducta y la lealtad en el proceder, me hicieron conquistar rápidamente la confianza de los compañeros y, muy especialmente, la de Pablo Iglesias, tan exigente en el cumplimiento del deber.”
Francisco Largo Caballero allanó el camino para que los socialistas entremos en las instituciones democráticas, algo de lo que hablaré proximamente.

Fuente: «Mis Recuerdos» de Francisco Largo Caballero

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