“Fechas que marcan”. Por Mari Ángeles Solís del Río.

Mari Ángeles Solís del Río.

Mari Ángeles Solís del Río · @mangelessolis1.
Estos días… son días que ya vienen predeterminados, días en los que ya está escrito lo que hay que pensar, que decir, que creer, que sentir… Pero, también sucede que las mentes inquietas, a veces no dejan lugar al parpadeo. Podemos rendirnos o podemos volar.

Me resisto a que se repita la postal de siempre. La niña rubita, con la cabeza apoyada en el marco gris de la ventana, viendo los copos de nieve caer. Y, por debajo, la leyenda, como palpitante, “paz y amor”.

Quizás en estas fechas, en las que todo incita a la tranquilidad, al sosiego, quizás… es cuando más se revuelven los sentimientos, de amores desgarradores, de pasiones sin aliento, de gritos al vacío, de esa luz inmensa…

Yo también recuerdo. Y recuerdo una casita perdida entre la nieve, y también había una ventana y también había una niña. Pero allí rebosaba el amor. El amor, sabedlo, cuando estalla, no viene acompañado de paz, sino de pasión, de luz resplandeciente, de corazones que palpitan en un fuego que todo lo devora, luego sí… luego viene la paz. Cuando el reflejo de la lumbre ilumina dos cuerpos desnudos, amándose, las piernas enredadas en el deseo, la carne que se desliza en el abrazo.

Y en aquella casita, se asomaba a la ventana una mujer morena. No había nieve, no. Era una niebla espesa que no dejaba ver el campo. La tierra a la que le crecen las entrañas cuando las manos del hombre se adentran en ellas.

Recuerdo aquella casa, y la lumbre palpitar. La sensación de sentir que te abriga alguien que te mira desde lejos. Porque entre aquellos rostros también estaba el suyo. Un rostro que no conocía pero que el destino traería a mi vida, porque cuando duermes y el sueño toma el timón, el destino marca el toque final conduciendo, a lo que llamamos, paz y amor o, mejor dicho, amor y paz. La paz viene después.

También recuerdo un tren a principios de enero. Y una estación que escondía la niñez de muchos. Al principio, es como un sentimiento de sorpresa, ver parado el tren, ese jamás pensaste en coger… recuerdo que pasaron días y el tren siguió parado. Era tal la intranquilidad de no saber, que día a día, buscaba respuestas sin encontrar fin a conversaciones maravillosas que llenaban mis madrugadas.

Quedaban dos días para que finalizara enero. No sé… un impulso, una corazonada… Pero fue, en aquel instante en que pies abandonaron el andén y subieron al vagón, el tren entró en movimiento, bailaba por las vías cual bailarina que se enreda en piruetas imposibles y deja entrever el paisaje a través de la neblina de su tul. Aquel día caían pequeñas gotas de lluvia, la ciudad estaba iluminada. Yo reconocí su rostro, el que tantas veces había vislumbrado en mis recuerdos, aquel rostro que no conocía pero que el destino me haría conocer. Él llevaba el tren… pareciese que estaba esperando que yo subiese para arrancar.

Y entonces supe de los cuerpos que se aman y arden, supe de la fuerza que nos somete la libertad, que nos hace libre para atarnos a quien entre en nosotros, abriendo puertas y ventanas, entre sábanas blancas de poesía, amar con las puertas abiertas sin pensar que hay un mañana y sin pensar qué pasará después.

Me dio una lección la vida. Fue aquel mes de enero que aún me hace temblar. Todos hablamos de trenes, que perdemos, de ocasiones que desperdiciamos… es absurdo.

Tal vez, en algunos momentos, pensé que fue la casualidad. Hoy, ya lo comprendo todo. Los trenes no se pierde. El tren, si es nuestro tren, siempre nos esperará…

Ahora miro por la ventanilla y el paisaje entre la neblina, pequeñas gotas de lluvia de aquella noche que caminábamos entre las luces de la ciudad. El maquinista me mira y sonríe. Y yo, en un medio suspiro, intento decirle, que no se preocupe… no me voy a bajar…

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