Fatídico dos de diciembre

Por Mari Ángeles Solís del Río · @mangelessolis1.
La Villa de la Vega Vieja fue fundada entre los siglos XV y XVI en la Isla Española, en la cual se fundó el Fuerte de la Concepción. Un histórico lugar ya que allí se erigió una de las dos primeras diócesis de América.
La Vega Vieja fue escogida por Cristóbal Colón para construir sus primeros asentamientos en la Isla Española.
La ciudad alcanzó su más alta prosperidad hacia 1516. Posteriormente, a partir de 1543 se inició una decadencia progresiva.
Más tarde, un dos de diciembre de 1562, la Castellana Villa quedó destruida por un violento terremoto. Sin embargo, de aquel seísmo, trasciende más la leyenda que la propia historia.
La leyenda cuenta que “un monje desconocido en estos parajes para todos sus moradores, se apareció predicando, un castigo vendría sobre tantos pecadores». Y, luego, al cabo de unos días, el espeluznante terremoto que en un santiamén convirtió la Villa en ruinas.
José Ángel Buesa escribió un poema al impacto de sus patrones y, en esos versos, dice: “la campana tembló sola… temblando el temblor… Y, al toque de difuntos de la loca campana, se derrumbó en la noche La Villa Castellana». “Mientras el plenilunio tropical se dilata… convirtiendo las ruinas en sepulcros de plata».
Aquellas ruinas quedaron olvidadas hasta 1891, cuando un norteamericano, Over, fuese al lugar a buscar féferes u objetos de poco valor para la Exposición de Chicago de 1892, por motivo del cuarto centenario del descubrimiento de América. Pero quién redescubrió las ruinas de aquel dos de diciembre fue un español, Ricardo Ovies.
Y, para concluir con este terremoto, más versos de Buesa a la tragedia: “Todo acabó de pronto, con un sacudimiento: y, después, como siempre, siguió pasando el tiempo”.

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