Fallamos en demasiadas cosas

Carolina Gutiérrez Montero.

Por Carolina Gutiérrez Montero (investigadora biomédica)
La ciencia ha puesto de manifiesto las diferencias que existen en el funcionamiento cerebral de los maltratadores ante imágenes relacionadas con la violencia contra su pareja mediante el análisis de sus cerebros a través del uso de la Resonancia Magnética Funcional. Los condenados por violencia de género en comparación con otros delincuentes mostraron una mayor activación en la corteza cingulada anterior y posterior y en la corteza prefrontal medial, y una menor activación en la corteza prefrontal superior ante imágenes de violencia de género con respecto a imágenes de contenido neutro.
Pero hoy me van a disculpar, pero no quiero hablar de ciencia, sino de sufrimiento. El sufrimiento de esas mujeres que nos pasan desapercibidas cada día, con las que nos cruzamos a diario y en cuyos ojos se encuentra la tristeza y el rastro de ese mal llamado, violencia de género.
He tenido la desgracia de vivirlo muy de cerca en estos días y he podido profundizar en esos ojos, ver el sufrimiento que llevan a sus espaldas, el maltrato físico y psíquico y muchas veces este último no sólo por parte de su agresor.
Convencidas del apoyo institucional a su causa, acuden a dichas instituciones buscando el consuelo, la solución…pero muchas veces, más de las que deberían, se dan de bruces con una impotente realidad que no es la que pensamos que sucede cuando lo vemos desde fuera.
Imaginen ir a un médico forense que no sea capaz de reconocer las lesiones de tu agresor por el color de tu piel. Ir a una comisaría, toda magullada después de pasar seis horas en una sala de urgencias de un hospital, en la que supuestamente hacen gala de unidades especiales de apoyo especializadas en violencia de género y que te interrogue un joven policía, correcto pero nada empático que no te puede dar ni un vaso de agua, que te haga preguntas durante más de dos horas, y que continuamente esté cuestionando tus respuestas. Que a la vez que te está preguntando cuántas veces te ha dicho tu agresor que quiere matarte, comparte detalles de otro caso con un compañero que se encuentra en la misma sala del interrogatorio.
Acudir al día siguiente para un juicio rápido a un Juzgado de Violencia de Género donde te asignan un abogado de oficio que sólo dispone de 10 minutos para hablar contigo antes de la vista, que rápidamente debe escuchar tu versión, leer tu parte de lesiones, explicarte lo que ha dicho tu agresor sobre ti y explicarte lo que va a suceder en la sala de vistas.
Mientras tanto, lo que iba a ser una corta espera antes de entrar, se convierten en horas eternas que compartes en una diminuta sala, con el resto de mujeres que están en tu misma situación: desorientadas, tristes, con rabia, magulladas…mujeres que no pueden salir de esa sala ni siquiera para ir al baño porque se cruzarían con su agresor. En el mejor de los casos custodiado por la Guardia Civil, y en el peor suelto y dispuesto a mirarte de manera desafiante a los ojos y decirte muy bajito que lo volverá a hacer…
Y por fin, después de horas de espera, entrar en la sala de vistas, donde una jueza (¡una mujer!) empiece a cuestionar continuamente tu testimonio, ponga en duda tus lesiones después de un erróneo informe forense, cuestione el quebrantamiento de la distancia de alejamiento de él, sus mensajes amenazantes…
A la salida todo son llantos, crisis de ansiedad, abrazos desconsolados a su acompañante y una afirmación constante: “Sólo pedimos que nos dejen vivir en paz. Poder salir a la calle sin el miedo de sentir su aliento en la nunca y con la tranquilidad de que no me matará”.
En las interminables horas que pasé en esa sala no vi a una mujer salir de la vista satisfecha con el resultado. Consciente de ser creída, apoyada por una justicia que se imaginaban justa y por un sistema que las respetase.
Vi mujeres menores de edad con dispositivos de seguridad para avisarles de la cercanía de su agresor; mujeres de una edad con una vida de maltrato a sus espaldas; mujeres acusadas por sus agresores, que autolesionándose a espaldas de la policía, confiesan agresiones por parte de ellas y que terminan siendo condenadas a meses de cárcel…
Antes de conocer esta locura, cada vez que escuchaba la noticia del asesinato de una mujer a manos de su agresor, me preguntaba: ¿qué estamos haciendo mal para que esto no acabe?. Ahora ya tengo la respuesta: demasiadas cosas.
Nuestro país falla en demasiadas cosas para poder acabar con la violencia de género. Para que las mujeres se encuentren seguras, sin miedo a denunciar al agresor, a salir a la calle sin peligro…
El tema merece una reflexión profunda por parte de todos los estamentos: políticos, fuerzas del orden, jueces, sociedad en general…y un esfuerzo colectivo de todos. Porque de lo contrario y desgraciadamente seguirán matando a las mujeres y sus agresores seguirán gritando: “la maté porque era mía”.

1 thoughts on “Fallamos en demasiadas cosas”

  1. Creo que lo más duro, aparte del maltrato, debe ser encontrar a una jueza que no tenga la mínima empatia hacia esas mujeres, que han perdido la autoestima y las ganas de luchar, porque no ven ayuda de las instituciones

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