En el nombre de Harriet

Por Elena Calabrese.
Para muchas personas el nombre de Harriet Taylor Mill es absolutamente desconocido. En este articulo intento transmitir algunas pinceladas ideológicas de lo que Harriet, como filósofa y defensora de los derechos de las mujeres aportó con su pensamiento que a menudo se muestra unido al de su esposo, John haciéndose del todo inseparable. Nacida en Londres en 1807, esta mujer de familia acomodada, de tradición religiosa unitarista, encontró un camino de fundamentación teórica de manos del liberalismo político decimonónico que defendía la igualdad como bien común, fuente de toda felicidad y bienestar social, articulada de manos de la libertad de modo que una es causa-efecto de la otra. Para que los hombres sean iguales, necesitan ser libres. Emulando a Olimpia de gougues, este principio de libertad y fraternidad entre hombres, contiene un contradictorio matiz sexista: las mujeres no estaban en este lado de la ecuación de ciudadanía. Entendiendo como universalidad el bien común, había que cambiar las normas sociales que excluían a la mitad del género humano de esta bien entendida universalidad, porque estaban sometidas a leyes distintas. Sin este distintivo de ciudadanía básica, el ya pobre equipaje de las mujeres en esta travesía, se encontraba desprovisto de los atuendos fundamentales como el reconocimiento de los derechos civiles y políticos.
Harriet pronto entendió que la única salida que le quedaba a las mujeres era el matrimonio. Esta sacro-santa institución que cobró su máximo apogeo en tiempos del puritanismo victoriano, época que le toco vivir a Harriet, consideraba a las esposas parte integrante de los bienes materiales del esposo, parte del estatus social y depositarias de la moral familiar, cancerberas de las buenas costumbres y los modos sociales. El costumbrismo supuso el código ético-moral como escenario y caldo de cultivo, en el que gran parte de la sociedad desarrollaba sus relaciones personales. Esta hipocresía social fue el marco de referencia idóneo para el desarrollo de las críticas de la burguesía liberal, que veían en este modus vivendi, una forma más de tiranía. Entre estos pensadores destaca el talento de nuestra exquisita Harriet que también fue pasto de dichos juicios morales con motivo de su situación personal, manteniendo un triangulo amoroso demasiado transgresor en el que tanto ella como Mill sobrellevaron con la mayor carga de humildad y respeto posible. Para Harriet, la moral consiste en la consecución de la felicidad como objetivo para la mayoría de la ciudadanía, y esta solo es accesible a través del bien, por tanto, el deber del hombre es conseguir el bien para que haya una concordancia moral entre nuestros actos y nuestros pensamientos. La política ha de estar al servicio de la moral. Puede que en un contexto poco explicativo y simplista de la política, entendamos estas afirmaciones como meras utopías fruto de una burguesía dieciochesca exultante de revolución industrial y científica (la gran masa obrera estaba en otras lides), pero si miramos con atención, supone una gran innovación del pensamiento porque destaca la idea del bien común como concepto universal y mensurable. Ya no hablamos de otros paraísos que aventuran los textos religiosos a las almas asexuadas; la felicidad se puede contabilizar a través del bien conseguido y es una finalidad de índole moral perseguirla durante nuestra existencia terrena y además nos conecta como gran cuerpo social porque el bien general nos otorga la felicidad y la felicidad individual garantiza la colectiva, con lo que se convierte en imperativo categórico universal. Pues bien, en aras de este nuevo mandato, Harriet plantea la necesidad de que para lograr su efectividad absoluta, ha de ocurrir dentro de un hermanamiento entre iguales y por ello entiende hombres y mujeres iguales ante la ley y la moral. Estas ideas son recogidas y desarrolladas por el matrimonio Stuart Mill a lo largo de su trayectoria como compañeros tanto en el sentido intelectual y político como en el personal dentro de su relación de pareja. Ambos postulaban que el cambio hacia una sociedad más justa y libre, en definitiva, hacia la democracia, se sustenta en las posiciones humanas vinculadas hacia el bien y el altruismo: “los fundamentos de la vida moral de los tiempos modernos deben ser la justicia y la prudencia, el respeto de cada uno a los derechos del otro y la aptitud de cada cual para cuidar de sí mismo.”[i]
Dentro de tales inclinaciones no cabe el orden patriarcal que es injusto y ciego con las mujeres. La familia debe cambiar y la caridad de la que viven la mayoría de mujeres en riesgo de exclusión, debe cambiar también y convertirse en justicia social que es bien diferente en esencia. La vanidad y el despotismo masculino son cualidades que se han de sustituir si queremos triunfar por esta vía y para ello se debe recurrir a una educación que, desde la infancia, no diferencie a los sexos en cuanto a posiciones de mando y subordinación del uno respecto del otro. Opino que tal afirmación se encuentra dentro de la más rabiosa actualidad. Cualquier texto en nuestros días que se refiera en sus líneas a la igualdad de sexos, cuenta con tales premisas como conceptos más que asumidos. Cualquier guía de consulta de formación en igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, contiene este ideario tal y como se describe en los textos que dos siglos antes, Harriet propuso como devocionario, ante la necesidad acuciante de cambio en su sociedad claramente opresiva con su género. Si al leer los textos y propuestas que nos hizo sentimos una gran conexión, ¿Deberíamos preguntarnos si realmente nuestra sociedad ha cambiado hasta el punto de que ya no es necesario hacer hincapié en las reivindicaciones de género? ¿Por qué vivimos en la certeza de que no? Tal vez estas interrogantes sean puntos de partida para nuevas reflexiones, motivadas por hechos como las decisiones que toman determinados jueces ante cargos de violación múltiples a mujeres, o impunidad de los maltratadores de mujeres que pueden disfrutar de libertad y derechos sobre su atemorizada prole, aunque atenten continuamente contra la libertad y los derechos de aquellas personas a las que maltratan. Es hoy más que nunca que le debemos al pensamiento de Harriet un homenaje por estar vigente y por recordarnos que debemos seguir, luchando por aquello en lo que creemos siempre y que es este el nuevo imperativo moral inspirado en su persona.

[i] John S. Mill, “El sometimiento de las mujeres” Pág. 148, dentro de Oc.

3 thoughts on “En el nombre de Harriet”

  1. Me parece una filosofia de vida muy certera,claro q desgraciadamente en nuestro vida todavia vemos mucho machismo espero que poco a poco vayamos cambiando las mentalidades,gracias elena por seguir luchando

  2. Muchas gracias por tu artículo, nos enseña la fortaleza y lucha de una mujer de su tiempo, por los derechos de otras . Me lo
    Cojo para mí…. a seguir en la lucha . Mi enhorabuena

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *