“El velo de la ignorancia”, por Pedro Molina Alcántara.

Pedro Molina Alcántara.

El reputado filósofo estadounidense John Rawls planteó hace décadas el experimento mental de suponer que todos los miembros de una sociedad se reuniesen para decidir su organización política y socio-económica, sin que nadie supiese de antemano su nivel de riqueza, de forma que todo el mundo se encontraría situado tras una suerte de «velo de la ignorancia». En una tesitura como esa, en la que nadie sabe lo que le va a tocar; parece obvio que la inmensa mayoría decidiría constituir un fondo de solidaridad con aquellas personas que resultasen más perjudicadas en el reparto y dicho fondo recibiría una mayor contribución por parte de las personas más pudientes, dada su situación aventajada. Lo mejor de todo es que dicha decisión sería pura puesto que no estaría contaminada por el contexto personal de cada miembro.

En la últimas semanas ha cobrado interés el debate sobre los impuestos a raíz de la polémica sobre los españoles con un alto nivel de ingresos que mudan su residencia a Andorra para ahorrar en su factura fiscal. No quiero señalar con el dedo a nadie, no es mi estilo y, además; me parece más productivo intentar hacer pedagogía fiscal en clave positiva, sin atacar a ninguna persona en particular.

El tamaño territorial y poblacional de nuestro país, su dispersión geográfica, su renta per cápita y la distribución desigual de la misma; imposibilitan que podamos tener un sistema tributario como el andorrano. Lo mismo le ocurre a Francia, a Alemania, a Italia, a Reino Unido… Y explico por qué: Andorra es un país de menos de ochenta mil habitantes con una renta per cápita enorme, un territorio más de mil veces inferior al de España pero con una densidad de población de casi el doble. No necesita construir  grandes carreteras ni grandes ferrocarriles, no requiere de grandes servicios públicos,  no tiene que mantener ejército, puede funcionar con unas instituciones y una burocracia mucho más sencillas… Ventajas que países de tamaño mediano como España, Francia o Alemania no poseen.

En conclusión, es lógico que a casi nadie le guste pagar impuestos; sin embargo, hago mías -y creo que no es la primera vez- las palabras de un antiguo  Juez del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, Oliver Wendell Holmes, Jr.; quien dijo que «los impuestos son el precio que pagamos por tener una sociedad civilizada».

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