“El último café”, por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

Mientras caminaba hacia aquella cafetería tan famosa y concurrida siempre, donde se había citado con él, intentó ir encajando las piezas del rompecabezas. Cierto que debió haberlo hecho mucho antes, acaso la primera vez que él se sentó en una mesa a su lado. No le conocía pero amigos de ella habían preparado esa momento para hacerlos coincidir y para que comenzase un camino cuyo final estaba sin determinar.

Minutos antes de doblar la esquina, decidió pararse para fumar un pitillo. Los pensamientos se estaban agolpando en su mente de forma indiscriminada, haciéndola dudar si ella era la víctima o, sin querer, se había convertido en un instrumento para hacer daño a quienes las querían.

Fumaba lentamente, deseaba que el tiempo se detuviese y poder escapar. Se mantenía en pie aunque sus piernas temblaban. Buscaba ansiosa en el móvil por si había algún mensaje que anulara aquella cita, o acaso algo que le sirviese de excusa para anular aquel café.

Alguien tocó su hombro. Pero tuvo miedo de que fuese él que se hubiese adelantado y permaneció inmóvil. La mano sacudió cariñosamente su hombro y una voz dijo su nombre. Al volverse vio a un amigo que, instintivamente, se abalanzó para abrazarla. Ella se refugió en ese abrazo conmovida por el tiempo que había dejado de sentir ese cariño. No porque no existiera, sino porque, era tanta su confusión, que hubo momentos que rechazó lo que realmente quería por sentir la gloria de un instante.

Aquel encuentro duró apenas dos minutos y su cigarro se consumía. Había quedado plasmada en su retina la alegría sincera de su amigo al saber de sus éxitos. Aquellas palabras la llenaron de fortaleza. Eran palabras sencillas, cortas y directas. No se parecían en nada a las de él: palabras insistentes, halagos repetitivos, alabanzas babosas…

Fumó la última calada apresuradamente. Recogió su pelo hacia atrás, dejando caer unos cuantos mechones sobre los hombros. Esta vez, no le importaba no estar ‘perfecta’. Había salido a flote su fuerza interior y sabía que podría con esta escabrosa situación.

Al llegar a la puerta de la cafetería, él ya la estaba esperando. Intentaba llamar su atención con un saludo nervioso de su mano. Ella se acercó y siguió mostrándose tal cual, con esa simpatía que atraía a la gente. Entraron en el local y las miradas se centraron en ella. No era su belleza, era la cercanía que mostraba con todos por igual. Si alguien se acercaba a saludarla, él, en vez de permanecer en una postura discreta y quedar al margen, se pegaba a ella como una sanguijuela obligando a que le presentara al interlocutor, haciendo creer que no era un café furtivo sino que era parte indispensable en el círculo donde ella se movía.

Ya sentados en la mesa, le miró lentamente. Él hablaba, hablaba sin parar. Movía sus manos en actitud de entusiasmo. Sus alabanzas se multiplicaban entre el barullo que levantaban las conversaciones ajenas, pero la voz de él resaltaba entre todas. Ella se quedó mirándole fijamente, a la vez que vinieron a su memoria detalles, situaciones, palabras… y su vista se nubló.

Entonces, detuvo su conversación con un gesto de su mano y le dijo:

  • “Vamos al principio…”.

Él, palideció en aquel instante….

(Continuará…)

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